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Nacional

24 de Diciembre de 2009

Las sombras de la madre Rojo

Por

Por Julio Sánchez Agurto

Sus pestañeos duran más de lo común. Cada cierto segundo se acomoda en su silla, más de lo normal, moviendo incoherentemente su cabeza, como evidenciando dolores en su cuello o algo por el estilo. Hace como que mira hacia al frente, pero sus ojos dan la intención de querer desorbitarse y escabullirse de un tribunal que tácitamente la tiene condenada de ante mano. Su pelo tiene pequeños rasgos de tinta media rojiza, y su tez sigue igual de blanca. Ella mira, nosotros la miramos, intentando torpemente buscar entrar en las imágenes que deben pasar por su cabeza durante los diversos y certeros testimonios que la incriminan como autora de uno de los delitos más ‘emblemáticos’ ocurridos en Chile: el crimen de los Hermanos Rojo.
La atención mediática es lógica. Puede ser una emulación un poco paupérrima a la trágica historia de Kansas relatada por Truman Capote en 1959, pero no por eso menos hipnotizadora por la brutalidad de los hechos. Dos niños, uno de 7 años, salvaje, muy salvajemente golpeado hasta el cansancio con un martillo en su cabeza destrozándole todo el cráneo, terminó muerto; y su hermano de 17, de igual espeluznantemente forma atacado, inexplicablemente quedó vivo, aunque con serios problemas neurológicos. Lo anterior, ejecutado en el sangriento mediodía del 17 de enero del 2008.
Mucho tiempo ha pasado, aunque las huellas de tal canibalismo siguen presentes. Así lo entiende la fiscalía sur de Santiago, que lleva el caso. Por eso las cámaras son punto fijo en los días de juicio, por eso también, Jeannette Hernández intenta, sin resultado, por cierto, mostrar una seguridad y tranquilidad sobre los horrendos hechos que se le imputan. Ella ha alegado inocencia en todo momento, y quizás la tenga, aunque sus relatos son los mismos argumentos que está usando la parte querellante para meterla presa por el resto de su vida. Su incoherencia y contradicciones le están dando su propia sentencia.
Quizás por eso también su defensora poco es el interés que muestra durante las audiencias. No hace objeciones (a tal punto que los mismo jueces han tenido que intervenir para proteger a la imputada en interpelaciones de la fiscalía), no se involucra en nada del juicio, pues la estrategia descansa en hacerla pasa por loca (o psicosis endógena). Ahí se reduce todo, o al menos así se deja entender empíricamente.
Y puede que no quede otra. Han sido muchas las versiones entregada por la madre. Eso hace entablar una lucha casi perdida para su defensa. Que el día del crimen dijo que se juntó con una parvularia, cosa que la PDI comprobó que era falso; que se levantó con una polera roja, que a mediodía se cambió por una negra, y que hasta la fecha no aparece la prenda; que según Jeannette Hernández alguien que entró a robar cometió los delitos, y que lo único que se habría robado fue el martillo que tenía la familia, porque desapareció misteriosamente, también fue desmentido por la Brigada de Homicidios explicando que según peritos forenses y de acuerdo a cómo estaban los sálpicos de sangre, sólo alguien que estaba dentro de la casa pudo haber cometido los crímenes y no alguien que pudo venir desde afuera del hogar; que primero inculpó a una pareja de peruanos, después a un amigo de su hijo, después a unos transexuales, luego a un supuesto sujeto de nombre Carlos que la habría violado hace un par de años; o que según relató, al momento de encontrar los cuerpos de sus hijos, entró varias veces a la casa y subió por lo menos en dos oportunidades al segundo piso en busca de uno de sus pequeños, también se espera sea desmentida por vecinos que estuvieron con ella ese día, pues, según ya han testificado para la fiscalía, la mujer en ningún momento entró a su casa; y etc., etc., etc..
Podría seguir enumerando y enumerando contradicciones. Eso quizás desconfigura a ratos el rostro de Hernández. A veces conversa con la defensora, mientras en la silla del estrado siguen cayendo mazazos que están construyendo su condena. Puede que eso explique un sutil nerviosismo en sus movimientos. Los labios le tiritan, aunque de forma mínima, y sus relatos, cuando le tocó declarar, fueron muy difíciles de digerir, de comprender. Presentó una confusión en la ultilización de palabras, incoherencias, nuevamente las incoherencias en la forma de sus relatos, más que en el contenido de ello. Aquello, no hizo más que complejizar aún más el puzle de una historia que parece renegar a terminarse.
Juicio queda para rato y Jeannette lo sabe. Ella mantiene firme su discurso, pero no su forma de decirlo. Se muestra sentimentalmente fría, aunque evidentemente destrozada. ¿Por la muerte de sus hijos? o ¿por comprender que sólo un divino milagro podría dejarla sin condena?, eso sólo lo sabremos más adelante. Por el momento, vale comprender que esta espeluznante historia, busca anhelosamente encontrar un final sano para todos.
Incluso para Jeannette Hernández.

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