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Opinión

11 de Febrero de 2010

Impudicia

Pepe Lempira
Pepe Lempira
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Por Pepe Lempira

O, si usted lo prefiere, descarado espíritu plutocrático. Eso es lo chorrea de la recién revelada lista de ministros de Sebastián Piñera; que más que un listado de colaboradores parece un nuevo organismo colegiado, creado al margen de nuestra ya mal habida constitución, para permitir la representación directa de los dueños del país en los asuntos que les interesan. Y dueños, preferentemente entendidos en el sentido comercial y financiero, ni siquiera tanto en el productivo o territorial.

Un “clan bancario”, al estilo del nombrado en las últimas y mediocres entregas de La Guerra de las Galaxias, en el que casi todos los miembros algo tienen que ver con dinero plástico, utilidades de escritorio o intereses al borde de la usura. Falabella, Ripley, BCI, Cencosud, Sodimac, Salcobrand, Banco de Chile y muchos más. El currículum de los ministros más bien se asemeja a un catálogo de tarjetas de crédito y débito. O a una mesa en la cena aniversario de la invención de ese dinero sometido automáticamente a intereses y comisiones, ya sólo por el hecho de ser usado. La celebración es presidida nada menos que por el introductor de esa idea, que tiene a medio país pidiendo la toalla (posiblemente la misma “mitad” que lo votó). Y no olvide donar su vuelto…

En resumen, y aunque la palabra no se comprenda mucho hoy: este gabinete es capitalismo puro.

Podrá ser leído ingenuamente como un cambio hacia la eficiencia gerencial. Pero las lecciones que la historia entrega al respecto son desalentadoras. Como los ministros-gerentes de Vicente Fox, en México, quien en vez de cumplir la promesa de empleo que había hecho durante la campaña, terminó por lidiar con el problema fomentando solapadamente la emigración a EE.UU. y buscando agilizar la entrada de remesas desde el exterior. O como el caso del gabinete empresarial de Jorge Alessandri, que finalizó en la más anodina mediocridad de la inflación desencadenada. Aquí no se viene la inyección de eficiencia. Lo que sigue se parece más a una extracción, a una sangría, que a una inyección.

Gatos y carnicerías

Casi la mitad de los ministros son miembros de directorios de grandes empresas. Los que no lo son, entran en la categoría de elegantes lacayos, que han trabajado años torciendo regulaciones y encontrando vacíos y resquicios. O haciendo lobby y quejándose de nuestros impuestos, de las leyes labores, ambientales, energéticas o sencillamente de los trámites. Como si no supieran que Chile es -en términos legislativos y regulatorios- una buena sopa orgánica, diseñada para maximizar las ganancias de los grandes, y entorpecer al pequeño. Porque la fiscalización en Chile es con lupa, no con telescopio. Los colosos, como los representados en el gabinete, nunca han sufrido su rigor. Y saltan del desenfreno al gobierno con facilidad olímpica.

El año pasado nada más, Salcobrand protagonizaba el escándalo comercial del siglo, al acusársele (confesiones de por medio) de participar de un cartel, para elevar artificialmente el precio de (léalo como si fuera la primera vez) ¡LAS MEDICINAS!. Hoy el asesor financiero de la cadena, Juan Andrés Fontaine, es el nuevo ministro de Economía, de quien depende la Fiscalía Nacional Económica. Por sentido común, vaticino aquí mismo (sin implicar nada en particular, por razones relacionadas con mi bajo presupuesto para contratar abogados), que las investigaciones relacionadas con ese caso están destinadas a la nulidad o al sueño de los justos. Usted aporte con su mente el resquicio que saldrá a colación.

Esto es un escándalo desde el primer día. No basta con que el presidente y sus ministros vendan acciones o las metan al refrigerador. No basta con que se desentiendan de “la administración diaria de sus negocios”, como afirma un columnista de La Tercera. Tal vez, si se tratara solo del presidente o un ministro en particular, se podría auscultar al personaje en cuestión y esperar calidad humana u honestidad, producto de raros valores personales. Pero ésta es una toma masiva, corporativa, del Estado. Han entrado todos juntos a La Moneda, como si fueran los prestamistas de Venecia reunidos el palacio del Dux.

Y hay una razón más importante para que no baste olvidar las acciones en el velador. El afán de lucro, en el que casi todos los nuevos ministro (incluido Ravinet) han descollado, para la mayoría de este tipo de personas no es sentimiento pasajero o un hobby de verano. Sino que una compulsión que los enfrenta de bruces con las necesidades del resto de los ciudadanos del país. Emergen, pues, de un mundo que profesa una lealtad interna, que no tiene nada que ver con la fidelidad a Chile o al ciudadano peatón. Por lo mismo, el conflicto de intereses no se limita a un papel en una caja fuerte o a unas frases pronunciadas en un almuerzo hace algunos años. En este gabinete el conflicto de intereses parece ser sistémico y consustancial, si es que no un requisito de ingreso.

El presidente electo no deja dudas; las palabras de buena crianza, el espíritu de unidad y la prudencia que debiera inspirar el hecho de ser elegido por hastío –más que por apoyo activo a su persona-, todo eso se desvanece ante la cruda realidad de los anuncios. Ha declarado la guerra desde el primer día. Y el mundo entero se da cuenta. Los titulares dan vueltas alrededor de la Tierra gritándolo: “gabinete chileno de Piñera huele a mucho dinero”, “empresarios, pinochetistas y un ex asesor del FMI al gabinete”, “Chile S.A.”. Este último encabezado, por ejemplo, fue publicado por el nada crítico portal de noticias de Microsoft Messenger. Un síntoma de que, definitivamente, estamos ante una evidencia sin dobles lecturas.

Hace pocas semanas The Clinic rescató una editorial de la revista Familia, de principios del siglo XX, que se preguntaba “¿Qué más quieren los pobres?”. A inicios del siglo XXI, tras las designaciones, toca preguntarnos ¿Qué más quieren los ricos? La Concertación nunca fue lenta o sorda ante los intereses que hoy se personifican en el gabinete. De hecho fue presta y obsecuente. Pero no era suficiente, en apariencia… Se han eliminado los intermediarios, y se ha establecido un monopolio del poder. La única manera en que se puede describir este asalto es: ambición, más allá de pudor.

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