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Cultura

8 de Mayo de 2010

Reciclaje orquestal

Por

“Scratch my Back”
Peter Gabriel
2010.

POR JUAN PABLO ABALO
El pintor y compositor futurista italiano Luigi Russolo perseguía –en su tratado “El arte de los ruidos” (1913)– extender y reemplazar la gama tonal y tímbrica de los instrumentos y de la orquesta tradicional por novedosos sonidos reproducidos por medio de artefactos y mecanismos especiales. Casi cinco décadas después, y con resultados dispares, compositores como Stockhausen o John Cage buscaron generar estos y otros sonidos, además del ruido, desde la misma orquesta, todo lo cual liberó a ésta de la pesada carga histórica que traía consigo, ubicándola, de paso, dentro de un formato instrumental tan flexible como lo es un grupo de sintetizadores o un ensamble de guitarras eléctricas. Es de este modo que la orquesta mostró en el siglo XX que era posible correr enormes riesgos a nivel creativo y escritural. Por lo mismo, hoy trasplantar a la orquesta canciones o músicas compuestas en principio para formatos eléctricos u/o electrónicos es un ejercicio que no puede dejar pasar un principio fundamental de todo trasplante musical: la sonoridad específica que se quiere lograr y qué hacer para que dicho propósito se cumpla bajo las reglas de una orquesta, de lo contrario se cae en estereotipos discordantes con las estéticas del propio tiempo, traducidos en una rígida y caduca orquesta de sonido clasicista, cosa por lo demás frecuente a la hora de esta clase de operaciones, tal como le sucedió a Gustavo Cerati con sus escalofriántes “11 episodios sinfónicos”. Al contrario, Portishead, en su concierto en New York “Roseland” junto a la Filarmónica de dicha ciudad, es muestra concreta de un excelente y acertado olfato para tratar este formato orquestal en otros géneros musicales.

En su nuevo y último trabajo, “Scratch my Back” (2010), Peter Gabriel zafa de este problema no completamente, pero sí en buena parte del recorrido sonoro. El disco está 100% dedicado a la interpretación de canciones ajenas (doce en total), acompañándose por una orquesta completa o segmentada. En él, destacan por lejos (por su buena adaptación al formato orquestal y de cámara) “Heroes” de Bowie, “Mirrorball” de Elbow, y especialmente “Listening Wind” de Talking Heads”, “Flume” de Bon Iver y “Philadelphia” de Neil Young. Gabriel se libera de un buen número de estereotipos orquestales tomando rutas como las iniciadas en los años 80 por músicos como el estonés Arvo Pàrt o el norteamericano Philip Glass, quienes, de manera generalmente consonante, arriesgaron fusiones de timbres que daban como resultado texturas nuevas, masas sonoras infrecuentes, segmentos llenos de armónico por sobre las notas pulsadas, contrapuntos confusos, todo desde una estética minimalista. Gabriel se sirve de muchos de estos procedimientos, pero también utiliza ritmos complejos sobre instrumentos no acostumbrados a este tipo de giros, lo que los fuerza, y por tanto a la orquesta, a asomarse a terrenos diferentes. Hay momentos en que se asoma el sonido orquestal del soundtrack típicamente hollywoodense, pero no demora Gabriel en abandonar esa dulcería tímbrica y opta por quedarse con algunos de los instrumentos, lo que le da una condición casi de música de cámara, más íntima.

Peter Gabriel, quien está de buena y apacible voz, además de dado a una suerte de gemido cálido (el que podría ser explotable en un disco entero), pareciera haber optado este último tiempo por buscar músicas por otros lados y no tanto en su propio universo musical. Es un muy buen modo de refrescar y renovar las propias ideas creativas y, de paso, reciclar (orquestalmente) músicas diversas que le demuestran a nuestros oídos las generosas potencialidades de estas al sonar como si fueran canciones del propio Gabriel.

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