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Cultura

17 de Mayo de 2010

Cristián Leighton, documentalista: “El pecado de los documentalistas es la seriedad”

Macarena Gallo
Macarena Gallo
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POR MACARENA GALLO • FOTO: ALEJANDRO OLIVARES
Acaba de ganar un Altazor por la serie “Santiago no es Chile”, que transmite Canal 13. Cristián Leighton -autor de los programas “Los patiperros”, “Voy y vuelvo” e “Inmigrantes” y del documental “El corredor”- habla acá sobre la rigidez creativa en Chile, la función de la TV y la cultura con Piñera.


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El documental en un principio te disgustaba por encontrar pobre la mirada de sus exponentes nacionales.
-Cuando empecé a estudiar cine, el documental se dedicaba, básicamente, a retratar flora y fauna. No me gustaba por estar poco centrado en los seres humanos. Lo encontraba muy descriptivo. Prefiero, con todo lo desilusionante que pueda ser, estar con la especie humana.

¿Cuándo te empezó a gustar?
-Cuando se ampliaron las miradas. Con los DDHH y la injusticia social se destapó toda una olla. Y, obviamente, el documental podía entregar una mirada mucho más profunda que el periodismo. Eso lo hizo más interesante. Pero, con todo lo que se ha avanzado, también falta hoy día la mirada. Aún estamos preocupados de los temas más que de cómo enfrentarlos. Ese es un pecado de los documentalistas: pretender ser serios, opinar sobre cosas serias y contarlas en serio. Alguien decía que los documentales son películas sin sexo y sin humor.

Lo más fome.
-Sí. A veces pecamos de tomarnos demasiado en serio lo que hacemos. Hay una cosa sacerdotal que nos hace comportar así.

“El documental chileno está colonizado por la beneficiencia social y el cultivo de una idea del hombre que es casi religiosa”, dijeron en The Clinic Bettina Perut e Iván Osnovikoff. ¿Coincides?
-Sí, pero no lo diría con ese nivel tan despectivo. Diría que es muy valioso lo que ha habido en trabajos documentales sobre el tema de DDHH, derechos civiles, historias que han estado mucho tiempo escondidas. Mientras más diversidad haya, mucho mejor. Me parece muy bueno lo que dicen ellos. Y que hagan sus películas y tengan esa mirada sobre la realidad. Y espero que las nuevas generaciones tengan muchas más miradas que nosotros, que somos herederos de una tradición que, básicamente, la instaló en Chile Patricio Guzmán: la de un documental con responsabilidad y memoria histórica.

¿En qué te marcó Guzmán, tomando en cuenta que tu trabajo se aleja harto del suyo?
-Trabaja con mucho rigor, sabe lo que tiene que hacer y lo hace bien. Merece mucho respeto como artesano del cine. Más allá de su militancia y sensibilidad política, es sobre todo un artista. Más allá de que la Batalla de Chile sea un documental entrecomillas político, es una obra de arte.

LOS NORMALES

Ahora con todas las tecnologías, cualquiera puede agarrar una cámara y hacer un registro documental. ¿Es tan fácil como se cree?
-Me parece muy bueno el uso de tecnologías. Posibilita cosas interesantes que habitualmente antes no podíamos verlas. Es una memoria inmediata, una memoria ipso facta. Pero de ahí a hablar de cineasta, hay un paso mayor. Y eso no lo va hacer una cámara, lo va a hacer una sensibilidad, una mirada o forma de ver el mundo.

¿En qué consiste lo propio, lo diferenciativo, del documental? ¿Qué lo distingue de un buen reportaje?
-Siempre definir lo que es documental ha sido muy difícil para los propios documentalistas. Veo dos diferencias con el reportaje. Primero, trabaja menos con una hipótesis. O si tiene una, la puede abandonar. Para un periodista es difícil hacer eso. Y, segundo, no cree en la objetividad. Al menos en el documental que me interesa, que es sobre temáticas sociales, es muy difícil hablar de la verdad. O construir verdades. Asume la subjetividad. Es la visión de alguien sobre algo. Ahora, efectivamente, hay buenos reportajes que parecen documentales. Y hay documentales muy malos, donde es preferible que alguien hubiera hecho un buen reportaje.

Lo tuyo es el retrato íntimo, la historia simple. ¿Cómo te interesaste en eso?
-Aún no me lo explico. Me gustaba la ficción y nunca me ha dejado de gustar. Trato de ver la realidad como una ficción.

¿En qué sentido?
-Para mí, la realidad es una entropía, un caos. Y trato de darle un cierto orden a través de un relato.

Manipularla, en cierta manera.
-Claro. Es una manipulación, pero que tiene ciertos límites que trato de ponerle, dejando fuera la perversión. Tratando de no inflingirle daño físico ni sicológico al entrevistado. Cuando la gente te abre la puerta de su intimidad, como pasa habitualmente en la TV, y uno puede entrar a su living, su pieza, su baño e incluso abrir la puerta de los clósets -y esto ocurre literalmente-, es una invasión tan importante a la privacidad, que hay que ser muy cuidadoso. Porque uno, con la edición, tiene un poder que puede ser fatal. No sólo puedes sacar de contexto ciertas cosas, sino causar daño.

¿Cómo eliges a los personajes?
-Basado en la intuición. Prefiero buscar a la gente, que haya un poco de resistencia. Los personajes me tienen que atraer desde un lado emocional. Asumo que toda vida humana es interesante. Me interesan más los normales. En la TV aparecen más los freaks o los no normales. Digo normales en el sentido de gente que no tiene que matar a su mujer para salir en un documental.

UN CONTINUO VIAJE

Has dicho que tu sueño ha sido salir de Chile, pero nunca lo has logrado. Como dice Raúl Ruiz, “lo mejor no es vivir en Chile, sino estar llegando o estar yéndose… un presente continuo”. ¿Concuerdas? ¿Por qué?
-Él decía que el mejor momento era esa transitoriedad permanente con el país. Obviamente me gusta Chile. Una de las tareas que uno tiene en la vida es ser feliz en el lugar que habita, como dice Ignacio Agüero, que es el GRAN documentalista que tenemos en Chile. Trato de ser feliz, pero trataría de serlo aquí o afuera. Me encantaría vivir afuera. Pero la vida te lleva donde te lleva. Pensaba hacer películas de ficción a los 20 años, no lo hice y me dediqué a los documentales. Y lo mismo pasó con esa idea de irme. Uno tiene un cierto cordón umbilical. La gente que va afuera a probar suerte corta un hilo. Y ese hilo es capaz de cortar muchas cosas. Yo, y mucha gente, no se ha atrevido a hacerlo. Hay algo que te ata.

La falta de coraje.
-Probablemente. Por otro lado, la sensación de que hay tanto por hacer acá.

Enrique Lihn escribió: “Nunca salí del horroroso Chile”?
-Es expresión de esa relación amor-odio con Chile, que viene de siempre. Y quizás por eso cobre sentido el que haga tantos documentales sobre viajes físicos. Siempre termino haciendo cosas vinculadas al movimiento, al origen.

“La creatividad acá en Chile cuesta mucho, porque tiene muchos obstáculos. La fuerza destructiva del que se opone es mayor. Hay una obstrucción tremenda de las ideas”, dijiste el año pasado. Y has sugerido crear una cultura de la creación. ¿Cómo lo harías?
-Tiene relación con la vida, con buscar soluciones al mundo en que vivimos. Parto de la base que no vivimos en el mejor de los mundos. Es muy importante tratar de hacer menos sufrido este mundo, cuyo dolor no viene solamente por lo material, sino fundamentalmente por cosas del espíritu. La creatividad ayuda a resistir mejor.

Pero en el caso chileno, ¿qué pasa?
-La innovación es muy difícil. No hay mucha asociatividad, hay poca confianza en el otro. Es muy difícil innovar sin asociarse, sin confiar en las ideas que tienen otros. Por lo general, uno tiene, individualmente, medias ideas, y necesitamos a los demás para completarlas. Si uno ve el tema innovativo en Chile, hay mucho temor, somos muy miedosos, hay una cultura del poco riesgo. El fracaso es muy mal visto y conlleva un estigma.

¿Y de manera concreta qué harías?
-Ni siquiera lo sé. Se me ocurre que debería haber un cambio en la educación. Mucha gente fue al colegio y, como en mi caso, sintió que perdía el tiempo. Tuve una educación muy rígida, poco reflexiva, muy autómata. Y eso contribuye a un montón de cosas. Se cambia mucho el qué hacer, pero el cómo se hace sigue siendo el mismo. El cómo tiene que ver con algo muy autoritario. En Chile somos muy autoritarios en los equipos y en los procesos creativos. Eso hace restarse a muchos. Y ese autoritarismo no sé si tiene que ver con la dictadura, que lo profundizó, pero es innegable que hay un autoritarismo, que rehúye a la duda, a la incertidumbre, a la innovación y al riesgo.

TELE Y ALTAZOR

¿Cómo es trabajar para la tele haciendo documentales? ¿Cambia tu mirada, o la manera de narrar, al adaptarlos a ese formato?
-Hago los programas que me gustarían ver en la tele. Es como si estuviera haciendo un programa para unos amigos ficticios. Me sigue interesando la TV por el enorme impacto oficial que tiene. Tampoco la sobredimensiono y digo que le va a cambiar la vida a la gente. Pero sí te muestra ciertas ventanas. Te hace dudar de algo. Eso basta. Te abre una ventana un segundo, y después se cierra. Me interesa la función social que cumple la tele. Todos los días construye una identidad para bien o para mal. Podría ser mejor, claro: tener una TV pública con un sentido público. La que tenemos tiene el puro nombre. Guiarse por números azules es muy poco para la TV pública chilena.

Ganaste el Altazor por “Santiago no es Chile”; ¿qué te parece un premio entregado por los propios pares? ¿Crees que se puede prestar para dudas?
-Es un buen ejercicio democrático, a pequeña escala, pero la democracia no es un sistema perfecto. Y ocurren injusticias. No entiendo por qué nunca le han dado un Altazor a Vicente Sabatini.

¿Qué mostró el terremoto, más allá de la precariedad del adobe?
-Muchas precariedades como sociedad. Es algo muy dramático que aún no alcanzamos a dimensionar. Hoy día perdió portada el drama y solamente aparece el numerito con la intensidad del sismo en los portales y cuántas veces tembló en algunas zonas del país. Pero no está el drama de lo que están viviendo muchos chilenos en silencio. Está ahí. Y muchos seguimos viviendo como si nada en nuestra burbuja, mostrando un individualismo tremendo. Todo se reduce al número 8,8, a casi 500 muertos, a no sé cuántas mediaguas que faltan. No hay un rostro humano de la tragedia. Y eso es tremendo.

¿Qué te parece el desempeño hasta hoy del gobierno de Piñera?
-Tras el terremoto, Piñera está tratando de decidir por quién jugársela. O por sus adherentes o la enorme masa de gente que era de la Concertación y que creyó en él. O por los que perdieron todo por el terremoto. Le ha costado mucho enfocar.

¿Te gustaría que se abriera un Chile más liberal, ya no sólo en materia económica, sino también valórico, de libertades civiles más amplias?
-Creo que se puede caminar y mascar chicle al mismo tiempo. Esos temas son importantes. Tienen que ver con la vida y los problemas de la gente. No sólo de pan vive el hombre. Aquí siempre se dice que la pobreza, los cesantes, la delincuencia, son más importantes que otros temas paralelos y que conviven, pero falta una sociedad que fortalezca la confianza.

¿Y qué expectativas tienes con el nuevo gobierno en materia cultural? En su campaña, la derecha dijo que era un error creer que la cultura era monopolio de la izquierda. ¿Qué piensas?
-El quehacer cultural va mucho más allá del compromiso partidario. La cultura excede la política con creces. Ahora, evidentemente, la izquierda ha sido mucho más sensible a valorizar la cultura. La derecha le tiene miedo a la cultura.

¿Por qué?
-Por un trauma. La vincula, derechamente, a la política de izquierda. Y le cuesta mucho mirar la cultura de un modo menos prejuiciado. El prejuicio lo tienen ellos mismos. Piensan que la cultura es un campo minado. Si en algo pueden progresar, es que en estos cuatro años comprendan que la cultura excede mucho más que la mirada de un partido político.

¿Qué expectativas concretas tienes con la cultura?
-Luciano Cruz Coke tiene una experiencia en el quehacer cultural, con Lastarria 90, y puede hacer algo. Por algo asumió el cargo, es una persona que de verdad valora la cultura en su complejidad. Se nota que quiere trabajar bien y ojalá que escuche harto, que se rodee de un buen equipo, porque las tareas que tiene que hacer son muchas. Creo que se puede zafar del prejuicio que tiene la derecha sobre la cultura y que tiene la izquierda sobre la derecha en la cultura.

¿Qué estás leyendo? ¿Algo de filosofía, algo chileno?
-Leo libros de cine y entrevistas. Me gusta la poesía japonesa. Recomendaría cualquier libro de Matsuo Basho, como Sendas de Oku, un poema breve que trata, justamente, sobre el viaje.

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