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Cultura

2 de Julio de 2010

¿Donde vas?

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POR DIAMELA ELTIT
Acaba de llegar a librerías chilenas un lote de libros del escritor portugués António Lobo Antunes (1942). Diamela Eltit ofrece aquí una lectura de la obra del autor, situándolo en la tradición de William Faulkner y relevando su gran novela La Muerte de Carlos Gardel, “un texto impactante a partir de diversos narradores que acuden hasta la novela para acompañar la agonía de un joven drogadicto”.
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Toni Negri, el pensador italiano, depositó en las oleadas migratorias una utópica carga política. Vislumbró en los desplazamientos –las multitudes, como las denominó– las energías capaces de producir un descentramiento que podía alterar los controles imperiales. Para Negri, la globalización es un dispositivo que suspende las filiaciones geográficas, moviliza las lenguas y las subjetividades mostrando, a la vez, lo singular y lo múltiple.

El análisis de Negri (más allá de las consistentes críticas que genera) homologa la globalización no sólo con el concepto de multitud sino también con el de desterritorio: piensa masivas zonas de expatriación plagadas de cuerpos que portan sólo sus lenguas y sus culturas, unos cuerpos sin territorios nacionales, enclavados en un paisaje ajeno.

Negri politizó así el derrotero de la realidad global y le otorgó a la multitud un flujo sin fronteras. Aunque sus planteamientos apuntan al campo de las ciencias sociales, permiten también establecer algunas preguntas culturales porque la literatura se inscribe desde diversas y hasta sorprendentes formas migratorias.

Habría que pensar el viaje multitudinario de la letra (ese desplazamiento masivo o inesperado de los libros) en un sentido contrario al propuesto por Negri, un viaje sin más cuerpo que la letra que se encarna en otra y en otra hasta formar ese espeso texto que llamamos literatura. Un viaje pre globalizador o, en otro registro, incluso pos globalizador. Sí, porque la literatura ha ejercido en su milenario transcurso un viaje doble: tanto por los tiempos históricos como también por las localidades.

William Faulkner, el escritor sureño, Premio Nobel de Literatura (1949), habitante de Oxford, un pueblo del estado de Mississipi, convirtió el sur en el escenario recurrente de su obra. El espacio ultralocal fue su sede para hablar de la complejidad (siempre densa, siempre impredecible) de lo humano. Sus personajes definitivamente sureños, parcos, agobiados, se constituyeron, mediante el despliegue de técnicas narrativas, en perdurables modelos estéticos. Así, desde el máximo localismo, Faulkner forjó literariamente un aura –como diría Walter Benjamin– que impulsó su obra hacia esferas internacionales.
Heredero de la tradición abierta por James Joyce y Virginia Woolf, la audaz búsqueda formal de Faulkner lo llevó a unir en un mismo libro (“Las palmeras salvajes”) dos relatos no concluyentes, o a convertir las voces monologantes (“El sonido y la furia”) en tramas para extender y acaso entender las siempre atormentadas o complejas relaciones familiares.

De sur a sur habría que pensar en cómo y en cuánto leyó la novelista Carson McCullers (de manera brillante) la propuesta de Faulkner y cómo le imprimió un sello poderoso en su inquietante novela “La balada del Café Triste”. Y cómo lee Cormac McCarthy la violencia y la soledad en las periferias. O de sur a norte, en ese traspaso de la doble frontera –no sólo del límite geográfico sino además lingüístico–, el mexicano Juan Rulfo, desde su “conexión” faulkneriana. apeló a una literatura vanguardista (“Pedro Páramo”) en la que depositó tanto las inflexiones de la lengua popular agrícola como la fuerza avasalladora de una poética.

En el interminable viaje libresco hay que consignar al escritor portugués António Lobo Antunes repensando, desde su propia perspectiva, dos libros de Faulkner: “Mientras agonizo” (los hijos que martillan el ataúd para la madre moribunda) y el ya citado “El sonido y la furia” para escribir una novela conmovedora: “La muerte de Carlos Gardel”.

El escritor portugués generó un texto impactante a partir de diversos narradores que acuden hasta la novela para acompañar la agonía de un joven drogadicto. Consistentes monólogos de unos personajes-narradores que, ante el imperativo de la muerte joven, recuerdan sus propias infancias, la de cada uno de ellos. La infancia de los que se reúnen para acompañar la agonía del joven adicto y allí, uno a uno, memorizan ese instante en que sus vidas precoces sufrieron el embate del dolor. Ese preciso instante en que la ingenuidad y la confianza estallaron atrozmente ante un signo de desamor o ante la vergüenza o frente a la humillación, sentimientos que se inscribieron como sensaciones hostiles para quedarse impregnadas para siempre en un sector de la mente. En ese sector en que se aloja la doliente y vívida memoria del niño enclavado en el adulto. “La muerte de Carlos Gardel” podría considerarse una novela de la memoria, y también puede entenderse como una novela de la melancolía. Pero especialmente como una novela del lenguaje.

António Lobo Antunes, uno de los escritores europeos más connotados de la actualidad, ocupa un sistema de escritura articulado desde la función poética. Se podría decir que construye una escritura-masa que se repite de libro en libro, de manera constante y certera para hablar de Portugal o de Angola (la antigua colonia portuguesa) apelando siempre a los mismos recursos, voces que asoman, se interrumpen, se cortan, fluyen o dejan de fluir de manera inesperada o fragmentada. Porque Lobo Antunes transita la escritura más que las tramas o, dicho de otra manera, sus tramas elusivas se enclavan en la escritura como espacialidad para dar espacio a una sucesión siempre sorprendente de emociones. Habría que leer “Manual de inquisidores” o “El esplendor de Portugal” o “El orden natural de las cosas”. Y seguir leyendo.

De novela en novela, la propuesta de António Lobo Antunes se ha solidificado. Sin duda, la lectura más consciente o más urgente de este autor permitirá, en su viaje, una nueva migración de la letra que será escrita en ese libro del porvenir: siempre el mismo y, a la vez, radicalmente otro.

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