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Opinión

1 de Agosto de 2010

A propósito del Premio Nacional de Música: El arte de lo inverosímil

Juan Pablo Abalo
Juan Pablo Abalo
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POR JUAN PABLO ABALO
La controversia que se genera alrededor de la entrega del Premio Nacional de Literatura es síntoma de que en ese terreno, para bien o para mal, la cosa se discute: hay espacio para la pregunta de por qué unos sí y otros no merecen el reconocimiento que “el país” da a los postulantes.

En terrenos musicales, en Chile, históricamente tal discusión ha sido escasa, aunque cada vez que se aproxima la entrega del veleidoso galardón se abre en el horizonte un minidebate, una cuasidiscusión centrada, por una parte, en la disputa creación-interpretación (más concretamente, en eso de que el premio es exclusivo para creadores y los intérpretes quedan afuera) y, por otra parte, centrada en la marginación involuntaria de los representantes de la música popular y/o folclórica a manos del mundo académico-docto (un artículo ilustrativo al respecto es el de Rodrigo González titulado “Premio Nacional de Música: el galardón que margina a los artistas populares”, publicado en latercera.com).

Efectivamente, el Premio Nacional de Música no tiene apellido, es decir, es simplemente un premio nacional de música, así, a secas. Sin embargo, el problema va más allá de incluir decididamente al género popular y folclórico en la pelea (cosa que debería pasar) y darlo intercalando los años. Y es que hoy por hoy -frente a un panorama musical tan extraño, diverso y entrecruzado, difícilmente catalogable desde estas rígidas clasificaciones histórico-administrativas que pretenden reducir la totalidad de las músicas a lo de clásico, popular y folclórico (lo que resulta anacrónico e ignorante en pleno siglo XXI)-, la cosa se pone cuesta arriba. Quienes -por ser dueños de una obra más que consistente- merezcan el premio pueden estar al interior de una academia, fuera de ella (figurativamente, en la calle) o entre la una y la otra, lugar éste del que salen músicas bastardas que ninguna clasificación del tipo clásico/popular/folclórico soportaría, precisamente porque no han sido compuestas desde el suelo firme y en cierto modo asegurado que da un género determinado. Es el problema también de los fondos concursables (Fondart y demases) que consideran sólo estas tres categorías, y todo lo que ahí no calza o se queda mirando el techo o hace tramposas maromas para circunscribirse forzosamente en una de tales categorías.

Es evidente que Patricio Manns merece el premio (solo por la canción “Arriba en la cordillera” se lo deberían haber dado hace rato). También lo debería haber recibido el compositor Gabriel Brncic -que ahora parece no figurar en la nómina-, ya que de no ser por músicos como él no tendríamos muchas noticias de los avances entre tecnología y música en una obra, como la suya justamente, que se mueve libre entre folclor y tradición escrita. Para qué hablar de Juan Pablo Izquierdo, que de méritos está sobrado y, no obstante, no le ve ni la cola al galardón, tal como no se la vio Luis Advis.

Violeta Parra, de haber vivido más, tal vez lo hubiese recibido, aunque tal vez no, pero, como fuere, su caso abre otra arista: el problema de si el premio se debe entregar cuando un artista está en plena vigencia o cuando ha pasado los 70 años y se encuentra ya en sus cuarteles de invierno, caso en que el premio pasa a ser una suerte de jubilación, y el punto, entonces, es si se la merece o no por su trayectoria.

La discusión es algo ociosa, de todos modos; bastaría probablemente con que el jurado estuviera mejor compuesto por integrantes que no se enfrascaran en sandeces y no vieran problemas en dárselo a Manns, Brncic o Izquierdo sin necesidad de reducirlos a tal o cual categoría musical.

BONUS FREAK

A propósito de producciones musicales inclasificables, hay un producto que no merecerá-si se quiere- ningún premio nacional ni mucho menos, pero que vale la pena ver y oír. Se trata de un video en Youtube que congrega a las tres figuras post-kitsch de la música popular del Perú: Delfín Quispe (el que le cantaba a las Torres Gemelas), Wendy Sulca y La Tigresa del Oriente, quienes en conjunto realizaron una canción, mezcla de folclor, ritmos de la electrónica y poesía popular, en curiosísima alabanza al pueblo de Israel. “En tus tierras bailaré”, se llama el single, y da buena cuenta de la música como el arte de lo inverosímil, donde las clasificaciones importan menos, mucho menos que el resultado.

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