Secciones

Más en The Clinic

The Clinic Newsletters
cerrar
Cerrar publicidad
Cerrar publicidad

Opinión

15 de Septiembre de 2010

Sobre “Estrellas muertas” de Álvaro Bisama

The Clinic
The Clinic
Por

Por Rodrigo Hidalgo (*)
Me demoré en escribir estos apuntes porque recibí el libro como un golpe bajo, en las vísperas de un septiembre bicentenario y facho, en jornadas en que el ánimo anda de nuevo caprichoso y arisco, y en que ahora como casi siempre quisiera ahogarlo en alcohol para que se sosiegue. Pero ya estamos demasiado viejos como para que sea tan sencillo.

Leí “Estrellas muertas” presintiendo que me iba a provocar esto. A medida que fui avanzando en sus páginas fui encontrándome a mí mismo, a muchos de mis amigos y conocidos. Recordé específicamente algo que había escrito hacía años, a partir de una noticia policial muy similar a la de tu novela.

Se trataba de una pareja a la que conocía. No amigos, pero sí conocidos. Un padre había arrojado a su hija de 6 años por el balcón de su departamento en un séptimo piso. La niña fue enterrada en un ataúd cubierto por una bandera del MIR. El asesino, lo mismo que su ex mujer, eran hijos de ejecutados políticos. El uno descendiente de comunistas, la otra de abolengo mirista. La defensa del homicida apeló a estos antecedentes: el progenitor provenía de una familia destruida por los militares, vivió una infancia y juventud atormentada por el fantasma de la tortura e incluso por haber sido violado cuando niño, tiene VIH y un trastorno psíquico evidente.

Con este tipo de historias, y con el paso del tiempo, he ido afirmando mi convicción sobre algo que tú mencionas muy claramente. Uno forma parte de la generación de la resaca. Tiene a amigos, cercanos o conocidos que estuvieron en llamas, y yo al menos agradezco haber sido de los que sólo respiraron las cenizas. Eso no me libra de este desánimo dieciochero, de esta tristeza y rabia de joven combatiente. La derrota me invade cada vez que constato cómo la caída del muro de Berlín y el final de las utopías, convirtieron a algunos seres humanos hermosos en cualquier cosa. ¡Qué lejos llegan las secuelas! Cómo es posible que la dictadura siga siendo una monstruosa cantidad de personas destrozadas, vidas que ya no son ni podrán ser vidas, individuos que muertos y enterrados siguen legando su dolor y su impotencia a otros, que serán abuelos de esta década a la otra. Pienso necesariamente en Luciano que se suicidó atormentado por el recuerdo de la impune desaparición de su padre. En Maira que vive asustada y toma pastillas para todo y sufre mares para criar a su hija tratando infructuosamente de no contagiarle ese pavor que como un karma no la abandona. En Marcelo que tira molos y piedras cada vez que puede, con la vida a la deriva, convertido en un borracho odioso y pendenciero, resentido incurable del alma. Y en esa pareja que terminó con la vida de su propia hija, sin poder entenderse a sí mismos, desesperados. Mis compañeros de generación son esas estrellas muertas; yo podría escribir de nuevo el aullido de Ginsberg.

Ahora, leyendo una entrevista que te hizo Daniel Hidalgo, se me viene a la mente una última cosa. Pensé en tu libro como diálogo con la narrativa de Francisco Miranda. Pensé en tu sabido manejo y gusto por lo pop, y se me apareció el extremo kitsch de León Pascal. Esos parias. Tu novela puede leerse como un retrato de una generación abandonada; pero no es, evidentemente, ni el único ni el definitivo. Es lógico que a la hora de escribir un libro, a ti como autor no te interese deliberadamente dialogar con tal o cual autor que ha escrito a partir del mismo material. Sin embargo el diálogo se produce, porque eso depende de uno como lector. Y aquí me detengo en tu declarado desinterés por lo biográfico. Qué difícil, ¿te fijas? Porque evidentemente yo no podría recibir como he recibido tu libro si no fuera porque lo biográfico me permite acercarme de este y no de otro modo a esas escrituras, a ese material. Y de una u otra manera esto es así porque tú también formas parte de esa generación, respiraste esas cenizas desde tus bad seeds y comics en Villa Alemana. Porque entre tus cajas negras asoma el detritus del recuerdo. Porque se te cuela la Violeta entre la tele y los cyborgs. Y claro, este libro de ahora, me lo advertiste, era el menos pop en ese sentido. Era, acaso para un lector como yo, un libro más directo. El juego formal –una historia dentro de otra- reducido al mínimo, para que tome fuerza, para que sangre la anécdota, la historia. Y te lo agradezco.

Mientras tanto, el aire sigue hecho una mierda negra que me hiere los pulmones, el metro sigue lleno y como si fuese una metáfora del mundo, hay que abrirse paso en él a dentelladas. Camino a casa, al bar o al trabajo, de reojo veo esas especies de hilachas de fantasmas, animales imposibles que son apenas manchas oscuras. Por el rabillo del ojo se me fugan, escondiéndose. Quiero agarrarlos, despedazarlos, reventarlos. Oigo sus voces y sus risas, que son sirenas y bocinas retumbando entre los edificios, como un eco de caverna. Pero sólo se burlan de mí. No me enfrentan. Pasan fugaces como un cuerpo que viéramos caer por la ventana, y me obligan a seguir adelante, mirando para arriba con el miedo a que un niño u otro producto de la historia muera estrellado contra mi cabeza.
__________
* Coordinador literario de Balmaceda 1215

Notas relacionadas