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Opinión

1 de Noviembre de 2010

La demanda y el dinero fácil

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Por PATRICIA SANTA LUCÍA

Los diarios económicos informan del aumento creciente de la demanda en Chile. En efecto, muchedumbres abordan los malls, retails, supermercados. Y ello no es sólo una imagen. Los empresarios responden a esta locura consumista con inversiones millonarias en la construcción de malls, supermercados y retails a lo largo de todo el país. Esto se demuestra también en la Bolsa, que ha subido especialmente por las empresas del retail, y en las generosas múltiples inversiones que los empresarios chilenos de este negocio están haciendo en toda América Latina. No cabe duda: las ganancias son seguras y gigantescas.
La mayor parte de las inversiones de los retails más poderosos, como CENCOSUD, FALABELLA, UNIMARC, y otros como Supermercados del Sur, SMU, Ripley, La Polar, Parque Arauco contemplan edificaciones que se encuentran mayoritariamente en los barrios de los sectores de menores ingresos. Definen sus modelos de negocios como orientados a los sectores C2, C3 y D . La clasificación C2, C3 y D se refiere, en la Encuesta CASEN 2009, al 80% de la población de menores ingresos, es decir la que cuenta con ingresos monetarios por hogar entre los 100 y 900 mil pesos.
Si se suman sólo los costos de los servicios básicos, salud y educación, por familia, es imposible imaginar que el consumo casi suntuario de estas personas, en retail y entretenimiento, pueda producir un impacto que justifique las mencionadas inversiones.
Pero, no hay lugar a dudas, las masas consumidoras que repletan los malls de los barrios populares son mayoritariamente C2, C3 y D y no es osado afirmar que los más entusiastas son los pertenecientes al 50% más pobre de la población, es decir los que cuentan con ingresos promedio por familia entre 100 y 450 mil pesos.
Entonces ¿de dónde sale la plata para tanta compra?
Ya sabemos que el endeudamiento juega un papel fundamental. Los modelos de negocios de los dueños del retail no se refieren a metas de ventas, sino, impúdicamente, al número de plásticos que deben entregar a los sectores C3 y D para recuperar la inversión. Es evidente que el negocio está en el dinero prestado, al punto que los grupos más poderosos han terminado ampliándose a Bancos y Compañías de Seguros. Es conocido también que los vendedores reciben mayores comisiones por vender a crédito. Ello explica su insistencia por que el consumidor reciba una tarjeta.
Pero aunque el endeudamiento, con efecto bicicleta, de todas las tarjetas sumadas, aumentara en un 200% la capacidad adquisitiva de estos sectores, las cuentas no cuadran. Así, nos lo han enseñado los equilibrios macroeconómicos. Por lo tanto, irremediablemente, debemos concluir que en la economía chilena, al igual que en el resto del mundo, anda dando vuelta mucho dinero no contabilizado.
La última novela del gran John Le Carré, “Un traidor como los nuestros”, nos abre los ojos, a lo que ignoramos pese a que está a la vista. Esto es el impacto económico del lavado de dinero y las redes que se extienden por el mundo en esta tarea. Son enormes sumas que se encontraron con la horma de su zapato en la crisis financiera del 2008. La necesidad de blanqueo y de liquidez de las instituciones financieras quebradas son complementarias nos cuenta Le Carré.
Aunque solemos engañarnos con la idea de que Chile es diferente, no podemos olvidar que nuestra economía es una de las más abiertas del planeta y tampoco podemos cerrar los ojos frente al acelerado crecimiento de la drogadicción y el narco tráfico en nuestro país. Al haber secreto bancario, ignoramos hasta qué punto las magnas inversiones están impulsadas por esto. No contamos con las cifras, por lo tanto no podemos pronunciarnos sobre LA OFERTA.
Sin embargo, es evidente que LA DEMANDA, que tiene tan impresionado al “mercado”, debe estar en alguna medida influida por esto. A alguna parte va el dinero ganado en el microtráfico que según informaciones policiales se puede encontrar en las puertas de todos los colegios de norte a sur. Sabemos que todas nuestras poblaciones periféricas, e incluso pequeñas ciudades, están contaminadas con este fenómeno. A alguna parte va el dinero de la delincuencia, de la prostitución infantil, de las miles de formas de prostitución disfrazada. Este dinero claramente se expresa en la demanda que hace temblar la Bolsa y los indicadores económicos.
Y como el mercado no tiene ética, se insiste en llamar a consumir más a los que menos tienen. Justamente a los sectores que no tienen otra alternativa que buscar dinero fácil, porque no tienen ninguna perspectiva de ganárselo con el capital social y educación con que cuentan. Que consuman, compren, se diviertan y se endeuden más, pero sin alunizajes.
En este marco, la televisión abierta es la viga maestra. Se concentra en una publicidad permanente, intercalada por algunas series y algunas noticias controladas. Publicidad directa e indirecta a través de los mismos conductores que primero ganan la credibilidad. Después que la ganan son pagados para publicitar a ISAPREs o AFPs o sólo rinden culto al auspiciador dentro de sus programas. Últimamente, dentro de las magras noticias que nos permiten recibir, periodistas se sorprenden, con ingenua esquizofrenia, de “la nueva enfermedad” que ha aparecido en Chile: la locura por comprar, que comparan con el alcoholismo o la ludopatía.
Así es la propaganda, avasalladora, implacable y sistemática, no sólo instando a consumir, sino a obtener múltiples créditos que los relacionadores públicos de la TV califican como gratuitos. De acuerdo a los modelos de negocios se concentran en los sectores C2, C3 y D y dentro de éstos, en los jóvenes a los que no sólo convierten en objetos de su propaganda, sino en sujetos de la misma, llamándolos a conquistar con su belleza un lugar en la TV para obtener dinero fácil y rápido y, a su vez, conquistar a otros para el consumo.
El consumo lo es todo y hay que lograrlo como sea. No hay nada más.

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