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Opinión

3 de Febrero de 2011

Editorial: Isla Riesco

Cito de Wikipedia: “La isla Riesco es una isla de Chile localizada en el extremo meridional de América del Sur, en la ribera septentrional del estrecho de Magallanes (…) Tiene una superficie de 5.005 km, que la convierten en la cuarta isla mayor del país”. El mismo sitio web consigna que “Isla Riesco posee una […]

Patricio Fernández
Patricio Fernández
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Cito de Wikipedia: “La isla Riesco es una isla de Chile localizada en el extremo meridional de América del Sur, en la ribera septentrional del estrecho de Magallanes (…) Tiene una superficie de 5.005 km, que la convierten en la cuarta isla mayor del país”. El mismo sitio web consigna que “Isla Riesco posee una biodiversidad maravillosa, en la que conviven una gran variedad de ecosistemas terrestres y marinos en un paraíso natural (…). Además existen bosques milenarios, cordilleras, lagos, fiordos, valles, ventisqueros y humedales que posibilitan la sobrevivencia de esta multitud de especies. La isla está poblada por una avifauna heterogénea que incluye los Rayaditos, los Martín Pescador, el Halcón Peregrino Pálido y las Cachañas, entre muchos otros”.

Si uno se desplaza al acápite Minería de esta enciclopedia virtual y móvil, donde meter mano está permitido, conoce otro lado más del cubo: “Isla Riesco posee grandes reservas de carbón. Al norte se encuentra la mina Elena, que fue explotada por un francés (cuyo nombre no se consigna), a finales del siglo XIX. Tras años de abandono, el noruego Ove Larsen Gude reabrió la cantera en 1921. Hacia los años 30, su producción ascendía a dos mil toneladas mensuales, a lo que debía sumarse lo extraído en las vetas de Magdalena y Josefina, ambas parte del mismo territorio. El yacimiento Estancia Invierno fue estudiado por CORFO entre los años 1978 y 1981. En el lugar, que abarca 4.030 hectáreas, fueron cubicadas reservas por un total de 670 millones de toneladas, de las cuales cerca de 280 millones corresponden a la categoría de reservas “probadas”, y el resto a la de “probables”.

Durante los años 2000, la sociedad minera Isla Riesco, constituida por capitales de las empresas Copec (Grupo Angelini) y Ultramar (Grupo Von Appen), se adjudicó las minas Elena y Río Eduardo, mientras que Estancia Invierno se mantendrá en poder de BHP Billiton hasta el año 2017, fecha en que expira su contrato de concesión”. Se supone que el proyecto completo de este negocio carbonífero abarca la explotación de cinco minas a tajo abierto, forados equivalentes, cada uno, a aproximadamente 72 Estadios Nacionales. Se trata, al parecer, de una isla con estómago de carbón.

La historia no es muy distinta a la de la película Avatar, sólo que desprovista de la magia pedagógica hollywoodense: una cultura devoradora, insaciable, monstruosa cuando se la observa desde lejos, en estos movimientos enormes que, sin darnos cuenta, replicamos todo el tiempo en nuestros comportamientos cotidianos.

En Chile, el carbón se utiliza casi exclusivamente para abastecer a las centrales termoeléctricas. Es la manera más barata, rápida y contaminante de generar energía a gran escala. El carbón por extraerse de Isla Riesco, está destinado de antemano a abastecer las 13 centrales que ya existen, las 10 que hay en construcción y las 5 que esperan ser aprobadas. La electricidad generada, en un porcentaje altísimo, apunta a satisfacer las necesidades de la mediana y gran minería del cobre, que alguna vez aspiró a ser el sueldo de Chile y de todos los chilenos. La amenaza de quedarnos sin luz en nuestras casas si no se produce energía de inmediato y a como dé lugar, es un engaño grotesco. El cobre está caro y la urgencia más bien dada por ambiciones que no pueden esperar. Si esa riqueza, al menos, terminara mejorando bruscamente la vida de muchos menesterosos, aunque no alcanzara para convencerme del todo, volvería el asunto discutible, pero no es el caso.

Más allá de los huemules, los delfines, los elefantes marinos, las ballenas jorobadas, o los bosques de lengas y coihues que esta explotación desaforada arrasará o pondrá en riesgo, razones de por sí suficientes para oponerse, hay argumentos políticos, ideológicos, diría, para encabronarse. El gran problema de nuestro país es la concentración de la riqueza y el poder. No hay quién lo niegue. Es la marca de nuestro subdesarrollo. ¿Por qué no pensar entonces una estrategia que la desarticule desde la base? No es sólo un asunto de ecologistas, actores de moda o hippies revenidos, sino parte de una lógica bárbara, abusiva y poco democrática la que se va imponiendo.

El imperio de la rentabilidad por encima de la sensatez, de la ganancia económica por sobre la convivencia amistosa y apacible, del crecimiento aplastando el desarrollo, del chorreo en lugar de la redistribución, de lo inmediato supeditando lo sustentable, es lo único que justifica tanta prisa despiadada. Quien no se compadece de un colibrí, difícilmente entenderá el valor de la fragilidad. La fuerza mueve industrias, pero es la delicadeza quien sostiene los valores más caros de nuestra especie.

Es ridículo que a estas alturas, el Estado chileno, responsable del bien común, no tenga un plan energético coherente, no haya regulado dónde, bajo qué condiciones, en función de un proyecto e imponiéndose al antojo de los que juran que todo se vende si el dinero alcanza, la manera en que se generará la energía que requerimos para vivir mejor. De la opción que se tome dependerá en gran parte la sociedad que construyamos.

Personalmente, me entusiasma sobremanera el concepto de “armonía”. Parra le llamó, con inteligencia provocadora, “economía mapuche de subsistencia”. Algunos, seguramente, reirán a gritos. No se trata de volver a las rucas ni de renunciar a las virtudes extraordinarias del progreso, sino todo lo contrario. Sólo los ignorantes se impresionan con la monumentalidad. A los genios del Renacimiento, por ejemplo, les preocupaba más bien la proporción, que las partes no se impusieran al todo, que prevaleciera el equilibrio. Según Jacob Burckhardt, y aunque aún faltaba para que la democracia se impusiera, por esos años “surge algo nuevo y vivo en la historia: el Estado como creación calculada y consciente, como obra de arte”.

No creo estar hablando excentricidades. Donde cunde el sol, utilicemos la energía solar; donde sopla el viento con constancia, la energía eólica; si corren las aguas, hidráulica; cerca de los volcanes, geotérmica; y fuera de la escala humana, para las grandes ambiciones industriales, nuclear, si termina de comprobarse que no esconde mayor peligrosidad y siempre y cuando se respete, como un bien sagrado, la cultura local. Entiendo que es más caro, pero ¿acaso no lo son siempre las cosas de calidad? Que interesante país con vista al mar sería éste, si en lugar de regirlo la vulgaridad ruidosa y monocorde de los millonarios, le pusiéramos atención a la inmensa pluralidad de voces que apenas alcanzan a susurrar. Si hasta el brote de una rama se escuchara con deferencia e interés, qué distinto sería todo; pero estamos tan lejos, que sólo pensarlo da vergüenza…, tanta como entregar una carta de amor, porque, como dijo Pessoa: “Todas las cartas de amor son/ ridículas/ No serían cartas de amor si no fuesen/ ridículas”.

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