Secciones

Más en The Clinic

The Clinic Newsletters
cerrar
Cerrar publicidad
Cerrar publicidad

Opinión

13 de Abril de 2011

Editorial: El virus de la estabilidad

La elección presidencial de Perú, como nunca, tiene a los chilenos preocupados de algo que va más allá de sus narices. Ni tanto, pero más allá. Los comentarios están a flor de boca. Muchos son racistas. Hoy abundan en Santiago los extranjeros y nada más fácil para el cobarde que botar su frustración en un recién […]

Patricio Fernández
Patricio Fernández
Por

La elección presidencial de Perú, como nunca, tiene a los chilenos preocupados de algo que va más allá de sus narices. Ni tanto, pero más allá. Los comentarios están a flor de boca. Muchos son racistas. Hoy abundan en Santiago los extranjeros y nada más fácil para el cobarde que botar su frustración en un recién llegado, diferente del promedio.

Los bien pensantes adscriben mayoritariamente a la opinión de los blancos, educados, premios nóbeles, conversables peruanos. Vargas Llosa dijo que se trataba de una elección entre el sida y el cáncer y nosotros, arribistas isleños, asentimos. La opinión generalizada, por estos lados, considera rarísimo lo que no es igual a nosotros mismos. Cristina Kirchner es una loca, Evo Morales un indiecito despistado, Ollanta Humala un bárbaro aterrador. Y hay cosas, es cierto, que invitan a pensar esto último.

Se trata de un nacionalista furioso, que más de una vez ha echado a volar declaraciones odiosas en contra de Chile. Nos ha tirado la bronca varias veces, y ahorita no más –aunque es cierto que Piñera metió las patas opinando de una elección extranjera–, para exaltar dignidades espureas, está exigiendo perdones con aspaviento. Milico, tiene un historial sospechoso y lleno de irregularidades. Su papá aseguró, en entrevista a The Clinic hace 5 años, que Perú debía invadir Chile “con el fusil y el pene”. Convengamos que todo nacionalismo es insoportable, pero también los juicios atolondrados.

Por estos lados, nos volvimos locos de cordura. Desechamos como si nada cualquier cosa que no calce con la ideología en curso. Sin darnos cuenta siquiera, nos hemos convertido en fanáticos. Abandonamos la posibilidad de que las cosas sean distintas. No quiero decir que la razón esté allá. De hecho, lo dudo, pero siendo tarde esta noche, me incomodan los aires de acuerdo que vinculan al más desinformado de los peatones y al sabiondo.

Para evitar malos entendidos, pongámoslo sobre la mesa: al igual que a casi todos por acá, me cargan Humala y Keiko Fujimori. Sólo que noto un virus al sur de Tacna, que algunos científicos llaman “estabilidad”. Cierta prepotencia insoportable. Aires de fin de historia, repleta de personajes vivos, aunque falta de protagonistas con la fuerza para movilizarlos.

Es verdad que Chile, tras décadas de enfrentamiento, se halla pacificado. No huele a odio, aunque a veces todavía se perciba el miedo a las ideas discordantes, y convengamos que no hay paz completa cuando se teme. Somerset Maugham, el autor de Servidumbre Humana, aseguraba que entre la libertad de acción y la de pensamiento, prefería esta última. Si es necesario, “hacer lo que hacen los demás, pero pensar con independencia”. Por aquí reina el convencionalismo. Ni izquierdas ni derechas, aunque más derechas que izquierdas.

Nos juramos la normalidad, y apenas somos un detalle del mundo, falto de historia y monumentos admirables -más allá de los bosques, cordilleras, hielos, etc.-, mil veces terremoteado y solo, como son siempre los extremos. Pero acá también se han escrito algunos de los mejores versos de la lengua española. No sé. Pienso en las elecciones peruanas y en las elecciones chilenas. En la cantidad de países que hay en cada país. La cantidad de habitantes que hay en cada habitante. Y los misterios de la democracia, de pronto, me parecen más atractivos que las convicciones previas. Los hechos aplastan los porqués. La música suena, y en la mesa de juego -como dice un amigo-, para que fluya el asunto, no se puede despreciar ni marginar ninguna de las cartas del naipe.

Notas relacionadas