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Opinión

6 de Junio de 2011

Un salto al vacío

Foto: Efe En un clima denso y polarizado, con el total abanderamiento de los medios y acusaciones cruzadas de alto calibre, este fin de semana se resolverá el misterio más atractivo de la actualidad política regional: ¿quedará  Perú al mando del cáncer o el sida? Difícil decisión. No sé si la ciencia tiene una respuesta, […]

Nicole Etchegaray
Nicole Etchegaray
Por

Foto: Efe

En un clima denso y polarizado, con el total abanderamiento de los medios y acusaciones cruzadas de alto calibre, este fin de semana se resolverá el misterio más atractivo de la actualidad política regional: ¿quedará  Perú al mando del cáncer o el sida? Difícil decisión. No sé si la ciencia tiene una respuesta, pero  cuando Mario Vargas Llosa difundió esta polémica alegoría no definió cuál de las enfermedades catastróficas tenía peor pronóstico. Pasado el tiempo, se vio enfrentado a decidir: Keiko Fujimori u Ollanta Humala. Él optó por Humala. Ahora esperamos que se pronuncie el resto de los peruanos, muchos de los cuales votarán por lo que consideren el mal menor.

Éste era un escenario poco probable. Más aún, poco deseable. Un año atrás, habría costado creer que quienes representan a la mayoría moderada en Perú (Toledo, Kuczynski y Castañeda), se boicotearían de tal manera que sólo los extremos políticos llegarían a la recta final. En primera vuelta, Humala  ganó con el 31,6% de los votos, seguido por el 23,5% de Keiko. Ahora las encuestas dan una estrecha ventaja a Fujimori, pero en realidad es prácticamente un empate técnico.

¿Qué le conviene a Perú?  En realidad, sólo un adivino puede saberlo. Ambos candidatos tienen fantasmas escondidos en el closet. Ambos representan cosas de las cuales se quieren desligar. Pero es difícil confiar que  las promesas de campaña se transformarán en un sólido compromiso.

Aunque Keiko Fujimori se empeñe en repetir que ella no es su padre, no puede desmentir el destacado rol que tuvo en su gobierno, ese que terminó destruyendo el sistema democrático para construir una mafia. Suena fuerte, pero eso fue. Porque Fujimori no sólo saqueó al estado y creó una compleja red de corrupción bajo el liderazgo de Montesinos; además, silenció a los medios de comunicación y violó sistemáticamente los derechos humanos, ya sea en medio de su lucha contra el terrorismo o a través de planes sociales como la esterilización masiva de mujeres en contra de su voluntad.

Pero, como nada es sólo blanco o negro, los Fujimori son queridos entre sectores pobres y conservadores de Perú. El populismo y la mafia clientelista efectivamente favorecieron a un sector. Por lo demás, la campaña de Keiko ha defendido el actual sistema económico, enfatizando únicamente la necesidad de  fortalecer las políticas sociales. Así, dentro de la dupla finalista, Keiko Fujimori representa la continuidad del sistema económico. Es decir, representa a quienes dan un valor supremo al mercado, o a quienes creen (o quieren creer) que mantendrá todo más o menos igual y cumplirá su promesa de no liberar al padre.

El problema es que Humala también tiene un pasado poco glamoroso. De formación militar y criado  por un padre que defiende la supremacía del cobrizo peruano por sobre el hombre blanco, comenzó su participación en la esfera pública ligado a un movimiento que intentó un golpe de estado durante el gobierno de Fujimori.

Desligado de las esferas violentistas, tuvo una participación destacada en las elecciones presidenciales de 2006, con un discurso caracterizado por la oposición al sistema neoliberal, el nacionalismo, la admiración por Hugo Chávez y el llamado a redactar una nueva Constitución. Al evidenciarse el rechazo de la población a la intervención chavista, rápidamente bajó el tono de su prédica anti-sistema, pero pocos le creyeron.
Sólo cinco años después, la imagen de Humala viró sustantivamente. Su campaña, de hecho, se ha centrado en convencer al electorado sobre la honestidad de la transformación. Públicamente asesorado por colaboradores del exitosísimo Lula da Silva, Humala busca emular la imagen del sindicalista radical que madura y llega a gobernar desde una izquierda moderada, amigable con el empresariado, capaz de generar crecimiento y redistribución.  Al mismo tiempo, ha bajado su discurso nacionalista, que en algún momento fue especialmente agresivo contra Chile.

¿Oportunismo? ¿Cambio de fachada? Difícil saberlo, pero lo cierto es que tales aprehensiones son igualmente válidas para los dos candidatos. Keiko resalta la repentina moderación de su contrincante e insinúa que Humala olvidará sus promesas para seguir el rumbo bolivariano. Ollanta llama a recordar el rol de su contrincante en el oscuro gobierno de su padre, previendo la liberación de Alberto Fujimori y la reedición de sus más oscuras prácticas.

No es fácil estar en los zapatos de un votante peruano por estos días. Sin embargo, hace sentido el análisis de Aberlardo Sánchez León en el diario El Comercio, según quien “la familia Fujimori da mala espina. Su entorno, su pasado, sus vínculos con la mafia… Pienso que es preferible un hermoso salto al vacío que una caída a la lúgubre ciénaga″. Es cierto, el  fantasma del autoritarismo en Humala es especulación, mientras en Fujimori es un hecho histórico. Sin embargo, el nacionalismo de Humala se ha moderado en campaña. Quién sabe qué sucederá si, ya en el poder, enfrenta los primeros problemas.

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