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Opinión

19 de Junio de 2011

Un fallo judicial curiosamente silenciado

La justicia Civil y Penal condenó a cuatro periodistas por un reportaje realizado el 11 de Agosto del 2003 en el programa “ En la mira”, que afectó directamente y en forma demoledora a la Dotora María Luisa Cordero. El tema de dicho reportaje fueron las licencias médicas falsas. Un abogado joven, Daniel Mackinnon , […]

Lenin Guardia
Lenin Guardia
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La justicia Civil y Penal condenó a cuatro periodistas por un reportaje realizado el 11 de Agosto del 2003 en el programa “ En la mira”, que afectó directamente y en forma demoledora a la Dotora María Luisa Cordero.

El tema de dicho reportaje fueron las licencias médicas falsas.

Un abogado joven, Daniel Mackinnon , se inspiro en David y Goliat para enfrentar el llamado “cuarto poder”.

En dicho reportaje los supuestos pacientes, utilizaron cámaras ocultas, se dieron nombres y rut falsos.

La sentencia en lo penal contra estos periodistas fue 61 días de reclusión nocturna y la civil $50.000.000 como suma reparatoria.

Quien no recibirá reparación alguna y de ningún tipo es el Psiquiatra Willie Steil Velozo, quien se suicidó meses después de la emisión del programa.

Fue un reconocido por sus pares como un pionero por los derechos de los pacientes mentales, de gran calidad y generosidad humana en todo sentido, ya que además fue un incansable luchador por recuperar la democracia.

Al margen de que algunos pueden encontrar poco o mucho lo sentenciado, lo interesante en este caso, y pensando en otros casos, es que la justicia dictó una sentencia que coloca límites a los medios informativos.

Resulta inadmisible que exista la mas absoluta impunidad a “nombre de la información” o “del derecho a informar”, cuando al mismo tiempo se transforma este “deber de informar”, en un conjunto de desinformación o abiertamente faltar a la verdad.

Objetividad y verdad en beneficio del bien común, es un acto de respeto a la sociedad y a sus ciudadanos.
Para que el interés público se transforme en un ejercicio democrático permanente sobre lo que ocurre en nuestro país, debemos nutrirlo con rigurosa objetividad.

Si agotamos la fe pública, si todo se reduce a que nadie es responsable de lo que se afirma, estamos debilitando, erosionando el respeto que nos debemos entre nosotros y desestructurando el tejido social.

Todo cae en el campo de la mediocridad, la superficialidad, en esa chata liviandad, que no es otra cosa que la desafección moral frente a nuestra realidad nacional.

El peligroso binomio “informar” versus “vender” no respeta nada, y en este caso los más desposeídos llevan la delantera absoluta.

Si son noticia por un delito, se les expone en su vida íntima, en sus miserias humanas, en sus vidas cargadas de frustraciones.

Se desata una morbosidad incontrolable, y nadie repara en los daños colaterales, especialmente en los niños o simplemente en aquellos miembros de la familia que son ajenos al delito cometido.

Curiosamente en los delitos sexuales, drogas, violencia intrafamiliar de los sectores ABC 1, el tratamiento de “la información” es diferente.

No se ve simplemente.

El deber de informar no puede ser una contribución a la hipocresía nacional, a que nos entendamos con verdades a medias y en un lenguaje lleno de eufemismos.

De esta forma, nuestro país corre el riesgo de retroceder al pasado reciente, “cuando los detenidos desaparecidos se habían ido de Chile”, por ejemplo.

No podemos volver a un camino poco creíble, pues lentamente iremos cayendo en un sopor moral donde muy pocas voces se rebelan contra la manipulación de la información.

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