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Poder

28 de Julio de 2011

Cómo la Iglesia le cubrió la espalda al cura “Pancho” de Putaendo

Diez meses lleva preso el sacerdote Francisco Valenzuela Sanhueza, luego de una denuncia realizada por tres niñas durante el año pasado. Y diez años van desde que la Iglesia tiene conocimiento de sus conductas, sin haber hecho nada por detenerlo, más que trasladarlo de ciudad. The Clinic tuvo acceso a las declaraciones de los obispos Camilo Vial y Cristián Contreras, donde ellos mismos admiten a la fiscalía haber conocido las conductas del cura Pancho desde 1989. Hoy está preso y el Vaticano lo dejó caer.

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-Tenga cuidado con el cura y su hija -le dijo una mujer en secreto. El papá de JVGO estaba sentado en un restorán en Putaendo, Quinta Región, cuando la mujer se le acercó para hacerle la advertencia. Celebraban el día del padre, hace un año.

El hombre no podía creer lo que le estaban diciendo. Exigió a la mujer repetir la advertencia, ahora frente a su esposa. La frase fue la misma y demolió a la familia, muy cercana a la parroquia y miembros del coro.

En el pueblo ya era tema conocido. Algo estaba pasando con el cura Francisco Valenzuela Sanhueza, párroco de la iglesia San Antonio de Padua de Putaendo. Algunos sabían, otros se lo preguntaban. De a poco, la niña JVGO fue soltando la verdad.

En junio de 2010 hicieron la denuncia al Ministerio Público. El fiscal Benjamín Santibáñez empezó a trabajar rápidamente y para septiembre de ese año ya tenía a tres víctimas -tres mujeres menores de edad- que acusan haber sido abusadas por el cura “Pancho”. Ese mismo mes, el párroco fue detenido en la cárcel de San Felipe, donde hasta hoy espera que comience el juicio en su contra. Está formalizado por abusos deshonestos, estupro y violación.

Ese 3 de septiembre el obispo de San Felipe, Cristián Contreras Molina, se sentaba frente al fiscal Santibáñez a declarar. En esa instancia, Contreras contó que en octubre del 2007 se le acercó a conversar un joven llamado Saúl Ahumada, cercano a la iglesia. Ahumada, dijo, quería comentarle algo relacionado con el cura Francisco Valenzuela. Algo que había sucedido cuando vio a una niña que salía muy afectada desde la oficina del padre Francisco en la parroquia de Putaendo.

-Ella le había preguntado si una niña se podía enamorar de un sacerdote, y él le había señalado que sí, al igual que se podía enamorar de un profesor, pero que eso no era normal o era malo, algo así le contestó- dice Contreras en su declaración.
Ante la denuncia, Contreras llamó al diácono de Putaendo, Hernán Castillo, para saber si tenía antecedentes. Castillo le dijo que aunque no había visto nada extraño, le llamaba la atención que el cura Pancho pasara largos ratos en su oficina con la niña.

Contreras fue entonces donde Valenzuela. Le preguntó por su relación con JVGO. Él le dijo que no pasaba nada.
-En esa misma oportunidad me comentó que él tenía un problema de afecto, y que antes lo había hablado con el obispo Vial, el cual se había comprometido a llevarlo a un sicólogo -reza la declaración de Contreras.

Pero la visita al sicólogo jamás se concretó, le dijo Valenzuela. En esa ocasión, el obispo Contreras le recomendó al cura Pancho contactarse con el Opus Dei -al que es cercano- y pedirles ayuda.

Según sus declaraciones, Contreras no estimó pertinente iniciar acciones concretas, porque no había denuncias para hacerlo.

-Lo que sí puedo decir, es que en esa oportunidad, cuando el padre Francisco me señaló que no había nada entre él y la menor, lo sentí dubitativo -le dijo Contreras al fiscal.

Manuel Camilo Vial, antecesor de Contreras en el obispado de San Felipe, ya sabía del tema. Casi siete años antes de que Contreras se enterara de que algo raro sucedía con el cura Pancho, en 1989, Vial recibió la visita de una monja del colegio Carmelitas de San Felipe. La religiosa traía una denuncia: una alumna de ese colegio le había confesado que el cura Francisco Valenzuela Sanhueza le había realizado tocaciones.

La reacción de Vial en ese entonces fue enviar a la monja a hablar con la familia de la menor de edad, para “solucionar el problema”. Mientras ella calmaba las aguas, él partió a hablar con el cura Pancho.

-Yo hablé con el sacerdote Valenzuela y me manifestó que era efectivo. Ante esto yo pedí consejo al obispo de Talca don Carlos González Cruchaga, quien me manifestó que se lo enviara a él y que él me ayudaría con el problema -dijo Vial en sus declaraciones al fiscal Benjamín Santibáñez, el 13 de diciembre de 2010.

Antes de mandarlo a Talca, sometieron al cura Pancho a un tratamiento con la sicóloga María Eugenia Piñeiro, que solía atender seminarios. Pasado el tiempo e instalado allá, Valenzuela solicitó quedarse en Talca. Camilo Vial lo dejó incardinado -es decir, vinculado de manera permanente- a esa diócesis. De ese informe sicológico hasta el momento no hay rastros.
Pasados diez años -entre 1998 y 1999- el sacerdote Francisco Valenzuela pidió volver por tres años a San Felipe. Dijo que extrañaba a su familia.

Vial aceptó y le dio el cargo de vicario y administrador parroquial en la comuna de Putaendo. El 2002, Cristián Contreras lo incardinó en esa diócesis.

-Debo manifestar que después de que el sacerdote estaba en Putaendo, me enteré por el obispo de Talca, don Horacio Valenzuela, que en realidad el traslado no era solamente porque extrañaba a la familia, sino porque también en esa zona había recibido antecedentes que habían ocurrido hechos similares a los que habían ocurrido acá, pero él no los había podido comprobar- terminó su declaración Camilo Vial.


Todos los jueves

Hasta el segundo semestre del 2007, JVGO estaba encargada de ordenar los elementos de la misa antes de empezar la ceremonia. Esas eran las ocasiones en que el sacerdote Francisco Valenzuela la abusaba. La primera vez que el cura Pancho la violó, JVGO tenía doce años.

En esa misma fecha, luego de la denuncia de Saúl Ahumada, Cristián Contreras ordenó que los acólitos de la iglesia San Antonio de Padua de Putaendo no podían tener más de doce años. Eso alejó por un tiempo a JVGO de las manos del cura Pancho.

Pero Valenzuela era también párroco de su colegio, el Juana de Arco de San Felipe. La ocasión volvió a darse un día en que la profesora de música no llegó a dar la clase. Como JVGO era conocida por cantar y tocar guitarra desde siempre junto a sus papás en la San Antonio de Padua, Valenzuela decidió incorporarla ahora al coro del colegio.

-Ahí, antes de iniciar las misas de cada día jueves, abusaba de ella. Él maquinó todo esto para tenerla cerca -dice José Villagrán, abogado querellante contratado por la familia de JVGO.

Según Villagrán, la personalidad del cura Pancho -atrayente, bueno para aparecer en los medios, popular entre el pueblo, preocupado por sus parroquianos-, le facilitaba las cosas a la hora de acercarse a las niñas.

De la misma familia de JVGO el cura era amigo. La niña nunca ha olvidado cómo el sacerdote apareció a la fiesta familiar donde celebraron su egreso de octavo básico.

-En esa época ya se estaban dando los abusos, entonces la niña no hallaba qué hacer. Un gallo que entra a ese nivel a tu casa está con el respaldo de tus papás. Él siempre le decía que no podía denunciar, que pensara en la familia -dice Villagrán.

JVGO no se atrevía a contar. No habló de las veces en que en público el cura Pancho la rozaba, ni de los episodios en que, estando en la sacristía, aparecía el cura, la tomaba por detrás y la besaba. También se reservó aquellos días que partían a lugares aledaños, más rurales aún que Putaendo, y Valenzuela aprovechaba para tocarla en el auto.

Eso, hasta la advertencia que recibió su padre. La niña estaba contrariada pero persistieron en la denuncia. Los padres, sentimiento de culpa mediante por haber permitido al cura entrar en la confianza de la familia y abusar de ella, quisieron ir más allá de la causa que lleva el Ministerio Público y contrataron un abogado particular.

En abril de este año presentaron una querella incluyendo la responsabilidad de aquellos que hayan participado encubriendo los delitos de Valenzuela Sanhueza.

Según explica José Villagrán, en una primera instancia la fiscalía recogió los testimonios de las tres jóvenes y se fue a investigar los delitos más graves. En el intertanto, dice, hay algunos que no se consideraron y que, en el caso de JVGO, aparecieron en el camino, gracias al apoyo sicológico.

La querella de Villagrán vino entonces a ordenar el relato y a ampliar la investigación por 60 días más, pero también a exigir que se investiguen las formas de omisión y encubrimiento de los delitos por parte de la Iglesia. Pero la fiscalía se negó a investigar los hechos relacionados a estos delitos.

Según el abogado, el trasfondo de este caso grafica cómo la Iglesia tiene un modus operandi que rehuye las denuncias y encubre los delitos. Y que por eso resulta importante investigar a quienes fueron encubridores de Valenzuela.

-La idea es correr el velo respecto de cómo ellos manejan este cuento. Ellos (la Iglesia) tenían como suerte de conducta habitual del clero superior, que cada vez que un sacerdote tiene un problema en un lugar, -ellos lo llaman problema, yo lo llamo delito- los cambian de comuna. Y esto a sabiendas de que tiene asuntos con niñas y con una mujer adulta- dice.

Villagrán se refiere a Paula Alegría González, educadora diferencial putaendina de 37 años que declaró ante la fiscalía haber tenido relaciones sexuales con el cura en un motel en Santiago el 31 de agosto de 2010, pocos días antes de que cayera preso en San Felipe.

Alegría conoció al sacerdote Francisco Valenzuela Sanhueza el 2002, cuando formaba parte del grupo solidario de la parroquia San Antonio de Padua y trabajaba juntando fondos para obras sociales. Eso los llevó a acercarse, relata.

-Transcurrido el tiempo, el padre me mandó a llamar y me dijo que había que ser más cuidadoso, ya que la gente andaba diciendo que nosotros manteníamos una relación sentimental, por lo que decidí alejarme un poco y no participar tanto con él- dice Alegría en la declaración, asegurando que durante el tiempo que estuvo con Valenzuela, entre el 2004 y 2010, nunca se enteró de las relaciones que el cura mantenía con menores de edad.

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