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Opinión

8 de Agosto de 2011

La ruta del agua

Foto: Agencia Uno Dichato puede ser pensado simbólica y materialmente como el centro medular de la catástrofe chilena en varios sentidos. No solo porque la explosión geográfica lesionó su acontecer sino porque sus habitantes concentran, por la exclusión que los rodea, rasgos que atraviesan al conjunto de la sociedad chilena. La visibilidad que obtuvo el […]

Diamela Eltit
Diamela Eltit
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Foto: Agencia Uno

Dichato puede ser pensado simbólica y materialmente como el centro medular de la catástrofe chilena en varios sentidos. No solo porque la explosión geográfica lesionó su acontecer sino porque sus habitantes concentran, por la exclusión que los rodea, rasgos que atraviesan al conjunto de la sociedad chilena.

La visibilidad que obtuvo el pueblo de Dichato después del terremoto auguraba un nuevo comienzo. La devastación del lugar originó las imágenes recurrentes de los noticiarios, fue una de las zonas ultra visitadas por autoridades y personajes que pululan por las programaciones televisivas. De esa manera, ese exacto espacio cumplía con las condiciones que el entonces flamante Presidente de la República se impuso para construir o reconstruir lo que le había prometido al país: un gobierno de excelencia. Una excelencia que con elocuente escenografía inscribió en el cuerpo de sus ministros: el pendrive que les colgó al cuello a cada uno para consolidar así el pacto e impacto tecnológico de su mandato 2.0.

Pero ahora, cuando transcurre el tiempo del abandono que reduce a los habitantes de Dichato a mediaguas (recicladas bajo el cursi nombre de aldeas para disimular así el agravio social), se puede medir la extensa incapacidad general del gobierno que mantiene casi intactos los conflictos de una ciudadanía víctima de diversas catástrofes.

Con una claridad indesmentible, hoy es posible entender la curiosa iconografía pendrive como simples chupetes que el Presidente les colgó al cuello a sus ministros-guaguas para que saciaran su avidez y durmieran toda la noche.

Ahora, el pacto tecnológico fue reemplazado por lo que se denomina el advenimiento de “la política”, el chupete, después de más de un año de gobierno, fue permutado por la irrupción de la herencia pinochetista, formada y adiestrada a lo largo de 17 años de dictadura, refinada por 20 años de Concertación. Esa misma dictadura que repartió a su antojo todos los espacios públicos entre sus adeptos y por eso, hoy, desde esa matriz, la impronta pinochetista reinscribe sus prácticas, envilece crecientemente el espacio parlamentario al masificar diputados y senadores designados. Lo peor es que el grupo Chacarillas es recibido con beneplácito por la oposición que sigue totalmente perdida, cometiendo un sinfín de equivocaciones que ya resultan grotescas y agotadoras.

Porque, en definitiva, no solo continúa al mando del país el empresariado ultra ganancial sino que pasa a primer plano su gran sostenedor: el pinochetismo bien alojado en parte de la derecha chilena (qué pensará hoy el pintoresco analista Patricio Navia). Reaparece entonces ese pinochetismo violento, clasista, excluyente, misógino, homofóbico, familiero y autoritario, cuya gran acción social mega paternalista se resolvió en las damas de rojo y los centros de madres. Ese modelo hoy se ha reciclado en ministros que quieren reflotar esas instancias en un nuevo formato, repartiendo (entre sonrisas santurronas) un pichintún por aquí y otro por allá.

La protesta social ha desencadenado discursos demagógicos por parte de la derecha y de la oposición, sin embargo, más allá de cada uno de los decires, la violencia del modelo sigue intacta, como el binominal, los intereses usureros, la exclusión fundada en el consumo o la impactante avanzada privatizadora. El Congreso Nacional no ha legislado ni un solo aspecto que realmente apunte a un cambio del modelo y no lo han hecho porque su preservación es el pacto más intenso entre la derecha y la Concertación para conservar los poderes centrales.

Es un hecho que se avecina una negociación política todavía más extensa entre la Concertación y el gobierno. José Miguel Insulza -cuya reelección en la OEA fue apoyada por el Presidente Piñera- asumió el cometido de una mediación impúdica, comprometiendo a la OEA que representaba en numerosas imágenes que capturan su sonrisa camaleónica con la derecha, pagando así los favores recibidos. Lo hizo justo en los momentos en que la ciudadanía busca mecanismos para promover cambios en los anquilosados sistemas cupulares.

José Miguel Insulza, OEA, aterrizó en Chile para operar y mantener el modelo más conocido y agobiante de gobiernos centrados en las cúpulas, un modelo que ha generado una desigualdad sin precedentes, sostenido en la alienación consumista que arruina a vastos sectores de la población. Por eso el viaje OEA de Insulza para fotografiarse con la derecha es deshonesto y aterrador.

Pero, detrás de las cúpulas, ajenos a fotografías oportunistas, Dichato representa la sede de las falsas promesas, de los olvidos y de la coerción que día a día agobia a los ciudadanía más frágil. Resulta indispensable recordar una y otra vez que Dichato fue arrasado por el tsunami. Que el agua destruyó viviendas y arrebató vidas, que esa agua incontrolable les llevó todo o bien parte importante de los bienes que poseían. Que los embates del agua no les dieron ninguna tregua, que ese impacto, el del agua, los mantiene hasta hoy en unas viviendas que no tienen perdón de Dios. Por esa exacta razón, resulta crucial consignar la actitud del gobierno y su falta de humanidad sin parangón, porque cuando los habitantes de Dichato protestaron por las terribles condiciones de sus vidas, no sólo fueron repelidos por la policía con sus tóxicas bombas lacrimógenas, sino que lo más espeluznante (lo que tenemos que analizar y recordar) es que la principal arma del ataque gubernamental fueron nada menos que carros lanza-agua. Sí, precisamente a ellos, a los que fueron las víctimas principales del tsunami, el gobierno los atacó con la violencia estatal del agua. Qué les parece.

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