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Opinión

6 de Septiembre de 2011

Sin rostro

Ilustración de Marcelo Calquín Vivimos en un país violento. Chile es un país violento. No cabe duda de eso. Represión, ignorancia, indiferencia, clasismos, sectarismos, racismos, segregación, historia de exterminio y desapariciones, ideologización sesgada. Esto aparece en todo: en los libros que estudiamos en las escuelas, en la televisión y los medios, en la calle, en […]

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Ilustración de Marcelo Calquín

Vivimos en un país violento. Chile es un país violento. No cabe duda de eso. Represión, ignorancia, indiferencia, clasismos, sectarismos, racismos, segregación, historia de exterminio y desapariciones, ideologización sesgada. Esto aparece en todo: en los libros que estudiamos en las escuelas, en la televisión y los medios, en la calle, en las bromas, en el mercado, en los rostros. También hay violencias que no aparecen: esa dentro del hogar, la violencia nocturna de las drogas, del narcotráfico y sus millones, la agresividad de una injusticia que se nos enrostra todos los días, en todas partes. Claro que esto no es propio de Chile, nuestra América Latina también padece esta violencia, el mundo de hoy es de una agresividad preocupante. Somos un pueblo herido que de vez en vez comienza a sangrar. Hay resentimiento y con razón. Hay rabia y justificada. La paz no vendrá por sí sola, sino de la mano de la justicia. Solo los ciegos no ven esta realidad.

Muchos se cansaron de esto. Así de simple, sin argumentaciones aristotélicas ni razonamientos elaborados. Simplemente se cansaron: “que todo esto se vaya a la mierda”. (Otros dirán: “A mandar obedeciendo, o Tierra y Libertad”). En esa mezcla de sin sentido, de sin futuro, de sin camino, de vacío, rabia, de sin miedo, de impotencia y juego –sí, ¡Chile es un país lúdico!- aparecen los sin rostro. Los que por opción han querido renunciar a su rostro, encapucharse, y renunciando a su identidad comulgar con todos aquellos que sin pasa-montañas ni pañuelos, ni nada; no tienen rostro. Los sin rostro son los que no valen. Los que sólo pueden encender unos leños en la esquina para que el mundo se vuelva mirarlos (sin verlos aún). Los sin rostro no poseen la fuerza para indignarse ni creen que un cacerolazo en el frío invierno les devuelva la dignidad. Es verdad que encapucharse no significa ser alguien violento ni agresivo ni lúdico. Los rostros de ciertos políticos son mucho más violentos en su decir-se, en su mirar-nos, que cientos de jóvenes encapuchados. Que un futbolista gane millones al día, es una violencia para sus amigos del barrio; que una transnacional mueva glaciares es violentísimo; la inequidad de la salud en Chile es violenta; ¡basta de hipocresías! –es verdad, Chile es un país hipócrita. Esto no da para más. No se puede continuar así. ¿Así cómo? –preguntará el cómodo lector de este pasquín en su departamento en Providencia. Así con el rostro descubierto como si nada ante la injusticia aberrante que vive una nación democrática y libre.
Me encapucho también.

Sacerdote.

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