Secciones

Más en The Clinic

The Clinic Newsletters
cerrar
Cerrar publicidad
Cerrar publicidad

Opinión

24 de Noviembre de 2011

La perra y la leva

No es descartable que el homenaje organizado por el ex guardaespaldas de Pinochet y miembro de la DINA Cristián Labbé, actual alcalde democráticamente elegido de la comuna de Providencia, miembro de la UDI (el más grande de los partidos de la coalición gobernante), a Miguel Krassnoff Martchenko, haya tenido, entre otros objetivos, joder a Sebastián […]

Patricio Fernández
Patricio Fernández
Por

No es descartable que el homenaje organizado por el ex guardaespaldas de Pinochet y miembro de la DINA Cristián Labbé, actual alcalde democráticamente elegido de la comuna de Providencia, miembro de la UDI (el más grande de los partidos de la coalición gobernante), a Miguel Krassnoff Martchenko, haya tenido, entre otros objetivos, joder a Sebastián Piñera. ¿Por qué filtraron esa carta ridícula que envió la presidencia en respuesta a la invitación del edil?

Alguien que estuvo frente al computador de Labbé me contó que tenía como fondo de pantalla la foto en que Piñera es casi devorado por un lobo de mar en San Antonio. Los ex militares de la organización Chile Mi Patria le dieron su apoyo en tiempos de campaña, tras arrancarle un compromiso de ayuda que él defraudó. En el cóctel -al que los invitados llegaron tras cruzar una tormenta de insultos y acusaciones, cuando no huevos, gargajos, barro y manotazos en el caso de los ex uniformados cómplices de crímenes-, según cuentan testigos, además de constatar lo infame que eran estos izquierdistas a los que habían dejado vivos, se dedicaron a pelar al Presidente de la república.

Más tarde, cuando el alcalde dio su conferencia de prensa explicando por qué no había asistido al acto que él mismo convocara y en la que se quejó de la intolerancia y falta de respeto a los que piensan distinto, olvidando que la DINA en la que trabajó se abocó por años a exterminar disidentes, quienes estuvieron ahí, cuentan que se le veía orondo, a sus anchas, para nada atormentado por la batahola en que tenía sumida a su comuna.

Ningún capo de la derecha lo condenó de manera tajante, siendo que Miguel Krassnoff Martchenko, su homenajeado, es uno de los torturadores más connotados de la historia de Chile. Su fama, en realidad, no conoce fronteras. Cualquier defensor activo de los DD.HH en el mundo ha leído su nombre alguna vez. Según cuenta Patricio Bustos, una de sus víctimas, “Osvaldo Romo y él eran los únicos que usaban su nombre verdadero… Gritaba y agredía a las personas amarradas, vendadas, de todas las edades. Ahí llegó Carmen Andrade, la ex subsecretaria del Sernam, con uniforme escolar. Ahí llegaban niños de dos años, ancianos de más de 80, maltratados (…) Krassnoff nos torturó juntos. Nos tiraron a la parrilla eléctrica, desnudos, amarrados a un somier metálico con aplicaciones de electricidad. También me desnudaron, me golpearon con pies y manos y me aplicaron electricidad, me quemaron con cigarros.”

Todo esto lo hizo él, Miguel Krassnoff, Prisionero por Servir a Chile, según reza el título del libro que este 21 de noviembre fue lanzado por cuarta vez en el Club Providencia, como excusa para glorificarlo. En la página web que lo publicita aseguran que “El libro promete una lectura entretenida y la historia verídica de un Cosaco ruso que ha dado todo por nuestra Patria.” El linaje del torturador es de una sola línea. Su abuelo es Piotr Nikolaevich Krasnov, militar ruso furiosamente anticomunista que durante la Segunda Guerra Mundial se puso al servicio de los nazis. Tanto el viejo Piotr como su hijo Semion, el padre de Miguelito, fueron enjuiciados y condenados a muerte en su país como criminales de guerra y traidores a la patria, luego de participar en la eliminación masiva de judíos como miembros de la célebre Waffen SS.

No hay mucho que discutir respecto del descriterio que implica andar festejando carniceros condenados por los Tribunales de Justicia, mientras una buena lista de sus martirizados siguen vivos, sin contar a los parientes de los que asesinó. Nada, salvo recordarnos que muerta la perra no se acaba la leva, como postulaba alguien por ahí. ¿Será posible que un personaje como Labbé, en una comuna como Providencia, aparentemente tan civil y amistosa, se permita ensalzar a este caballero de la muerte –su colega– y continúe representando a la mayoría? ¿Por qué ha vuelto a surgir ahora, que se supone que un ciclo político se cierra y un listado de nuevas demandas tiene tomada la agenda, la sombra de la dictadura y sus espantos?

Ha de ser que terminada la transición, muerta y sepultada, corresponde discutir los pilares del período que comienza. Cosas que antes aceptamos con desidia, hoy resultan insoportables. El miedo ha desaparecido. Nada tiene que negociar la democracia con la tiranía, ni el delito con la ley, ni la justicia con el abuso. No es excusa el pragmatismo para transar los principios básicos sobre los que se desarrolle una sociedad decente. De ahí para arriba, que los políticos jueguen sus fichas.

Se viven, sin embargo, tiempos constituyentes, de discusiones medulares y no anecdóticas que, dentro de poco, salvo que prime el inmovilismo interesado, debieran quedar plasmados en una nueva constitución sin trancas, hija legítima de la democracia que nos regirá el siglo XXI. A la hora de escribirla, estaremos de acuerdo, los verdugos no tienen la palabra.

Notas relacionadas