Es posible que una de las partes más importantes de una antología sea el prólogo, en el que se hacen explícitos los criterios de selección y las intenciones del antologador; cómo, en definitiva, la selección (qué está afuera, qué adentro) fue organizada. Carla Morales Ebner, responsable de “Voces-30”, dice: “Las páginas de esta antología dejan […]
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Es posible que una de las partes más importantes de una antología sea el prólogo, en el que se hacen explícitos los criterios de selección y las intenciones del antologador; cómo, en definitiva, la selección (qué está afuera, qué adentro) fue organizada. Carla Morales Ebner, responsable de “Voces-30”, dice: “Las páginas de esta antología dejan sobre la mesa una inmensa soledad, frustración sexual o las cicatrices de una sexualidad herida, inseguridad e incapacidad amatoria o la revelación de un amor siempre inalcanzable que cruza esta literatura bajo un concepto mayor y contradictorio: la incomunicación”. Más adelante: “Tampoco están exentas estas páginas… de las ‘limitaciones del lenguaje’”; y: “Predomina aquí un lenguaje lacónico, cotidiano, concreto, si se quiere, de una generación que se ha hecho paso entre una desidia heredada y reinante, y cuya falta de opinión con la que ha sido catapultada, hoy saca la voz desde la historia mínima, sórdida, desde la nostalgia, desde la inseguridad, desde el desamor, la individualidad y la subjetividad. Y, aparentemente, desde la indiferencia a las problemáticas sociales…”.
En la perspectiva de Morales, entonces, lo que une a estos dieciocho escritores menores de treinta años es una especie de incapacidad casi metafísica de darse a entender y entender lo que a ellos les dicen (incomunicación), en buena medida porque el lenguaje es inepto para comunicar lo que realmente se quiere decir (limitaciones del lenguaje), precisamente porque el lugar generacional en el que se ubican es uno de proyectos voluntariamente aislados, un espacio –como ocurre en la literatura por lo menos desde el Romanticismo– donde el culto a la personalidad privada supera con creces la voluntad de plegarse a movimientos sociales o discurrir “directamente” sobre los problemas sociales (indiferencia). La selección se explica en términos muy generales; y, sin embargo, a Morales no le falta razón: lo que une a estos escritores es la búsqueda, desesperada en unos, serena en otros, de una voz (el título “Voces…” es particularmente apto).
De los que buscan su voz, hay algunos que consiguieron agenciarse una: Maorí Pérez tiene una, pop y deficiente; Diego Zuñiga, una triste y resignada; Pablo Toro, una violenta e irónica. Hay otros –quizá todos– en cuya voz resuena “la angustia de las influencias”. La inmensa mayoría de estos escritores se formó en talleres de narrativa o poesía, y la impronta de quienes los dictaron en ocasiones se puede observar sin lupa. No es un problema grave la falta de originalidad; es un problema grave si lo buscado es una voz original. Estos escritores todavía negocian con tensión el amor por sus ídolos; de cierta forma, aun no consiguen liberarse del becerro de oro.
La irregularidad es la marca de los relatos seleccionados. Hay cuentos con autoridad y ambición, como “Vida y obra de Gaspar Krupp”, de Pablo Toro, “El idioma del cielo”, del mencionado y melancólico Zuñiga. En su gran mayoría los relatos son convencionales, quizá ensayos primerizos de la voz que se busca. El laconismo del que habla Morales en el prólogo a veces no es otra cosa que una inexpresividad carente de sentido o de sentimientos ocultos. En muchos relatos prevalece la frase corta, coloquial, ajena a la belleza; en muchos relatos la historia quiere esconder otra historia, pero la falta de tensión, la imposibilidad de narrar esa otra historia, convierte esos relatos en actos fallidos. Curiosamente, el cuento “mejor contado” de la antología es uno que le debe tema y forma a Roberto Bolaño. En “Perdida”, de Antonio Díaz Oliva, una mujer chilena “perdida” en México narra su estancia en ese país (sin contar nunca lo que busca), mientras, a renglón seguido, los que la conocieron dan testimonio a la policía o a un periodista sobre su desaparición. Díaz Oliva, todavía muy cerca Bolaño, logra un cuento que encanta y suspende. De los dieciocho es, por un lado, el mejor, y por otro, uno de los más epigonales.
Lo que queda en evidencia con esta antología es que lo que une a los menores de treinta y a los menores de cuarenta es casi total. No existe un quiebre generacional tan inmenso. Talento hay en unos y otros. Quizá lo que distinga a estos menores de treinta es que pueden prescindir del papel, de la imprenta, y pueden darse a conocer por medios electrónicos que los más viejos pueden manejar, pero que no les pertenecen.
VOCES-30
Nueva narrativa chilena 2011
VV.AA.
Edición de Carla Morales Ebner
Ebookspatagonia, 2011, 233 páginas.