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Opinión

26 de Enero de 2012

Deshielos políticos

Foto: Agencia Uno Lo más atractivo del reciente pacto entre la Democracia Cristiana y Renovación Nacional, es que no termina de entenderse bien. O sea, era perfectamente esperable desde hace rato que se produjera en algún ámbito, pero se dio de un modo y en un momento extraño. Nadie hubiera apostado que, de parte de […]

Patricio Fernández
Patricio Fernández
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Foto: Agencia Uno

Lo más atractivo del reciente pacto entre la Democracia Cristiana y Renovación Nacional, es que no termina de entenderse bien. O sea, era perfectamente esperable desde hace rato que se produjera en algún ámbito, pero se dio de un modo y en un momento extraño. Nadie hubiera apostado que, de parte de la derecha, serían quienes fueron los ejecutores del acuerdo. Muy poco antes de producirse, Carlos Larraín, presidente de RN, en el mismísimo jardín de la casa de Sebastián Piñera, le cerró las puertas a cualquier proyecto de reforma al sistema binominal. Entonces salieron él y Coloma escoltando al vocero como una pareja de notarios desconfiados.

Esa noche, en la cena con el primer mandatario, se supone que los miembros de la Alianza gobernante acordaron postergar la discusión sobre el sistema político, para concentrarse en los temas sociales, de seguridad y de crecimiento económico. Milagrosamente, las conversaciones entre los representantes de RN y la DC consiguieron prosperar en secreto. Los socios históricos de cada una de las partes no supieron nada al respecto.

La UDI se informó a través de la prensa, y los dirigentes de la Concertación fueron puestos al tanto recién horas antes de la conferencia de prensa en que Larraín, Walker, Chahuán, el Gute y los otros chicos del montón, hicieron público el acuerdo por impulsar el cambio del régimen presidencial a uno semi parlamentario, a la francesa, y del mentado binominal por uno proporcional restrictivo… nada muy distinto, en principio, a lo propuesto días atrás por la oposición, bajo el rótulo de “proporcional moderado”.

El gobierno se supone que tampoco supo nada. Entre los cabecillas del gremialismo hay quienes lo ponen en duda, pero agregan de inmediato que si efectivamente desconocía estas conversaciones, sólo estaría evidenciando con más fuerza su ineptitud. Algo de razón tienen: si los máximos dirigentes del partido del presidente son capaces de comer en la casa del ministro del Interior un lunes y salir un miércoles con este pastelito sin haberlo implicado en nada, por lo bajo significa que no lo consideran relevante, o directamente un estorbo.

“¡Es como en la UP!” “¡Es como en la UP!”, escuché exclamar a un momio recalcitrante, de esos que admiran por sobre todas las cosas el orden y la autoridad. Quién lo hubiera pensado: Carlos Larraín vendría siendo el Altamirano del momento. Ahora bien, ¿qué pretende este nuevo Mayoneso, tan aristócrata como el anterior? Las hipótesis que rondan son varias: según los liberales amigos de Piñera, humillarlo todavía más, quitándole frente a las narices lo que pudo ser su arma secreta. Mucho Frei Montalva, mucho Aylwin, mucho Gabriel Valdés, pero a las finales, naca la piriñaca. Según mi amigo Pirincho, el gran proyecto de Carlos Larraín consiste en reagrupar a los integrantes del viejo partido Conservador. De ahí nace la Falange, y todo padre autoritario sueña con que, más temprano que tarde, el hijo pródigo vuelva al redil o la oveja negra recupere su palidez.

Se supone que el próximo paso debiera rondar en torno de la reforma tributaria. El ala izquierda de la Concertación, por su parte, queda liberada para buscar nuevas complicidades sin culpa. ¿Será posible que entremedio surja además un polo liberal que venga a confundir más las cosas todavía? Alguien como Andrés Velasco y sus secuaces, por ejemplo, podrían coquetear justamente con esos sectores de RN a los que Larraín les puso la pata encima.

Semejante desbarajuste dejaría a la UDI aislada, aunque todavía falta mucho por ver, porque entre los herederos de Guzmán también entró el germen de la dispersión, y si Jovino es un ideólogo, Longueira resulta impredecible. Lo que está claro es que La Moneda, hoy por hoy, no es la que lleva las riendas de la política nacional. Hay muchos pingos corriendo por su cuenta, millones de nuevos votantes posibles esperando ser seducidos, y el tablero en el que se juega esta competencia, cada vez más cerca de ser cambiado. No son cosas que sucedan de un día para otro, pero el calentamiento global está produciendo el deshielo de viejos glaciares, y vaya uno a saber el curso que tomen sus aguas.

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