Opinión
1 de Marzo de 2012Ayayaysén
No es difícil encontrar el hilo que une a los movimientos sociales del último tiempo. Todos reclaman una mejor repartición de las posibilidades, los derechos y el poder. La riqueza y las decisiones se hallan extremadamente concentradas en Chile. A mí no deja de extrañarme que ciudades como Calama, de cuyos alrededores proviene buena parte […]
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No es difícil encontrar el hilo que une a los movimientos sociales del último tiempo. Todos reclaman una mejor repartición de las posibilidades, los derechos y el poder. La riqueza y las decisiones se hallan extremadamente concentradas en Chile. A mí no deja de extrañarme que ciudades como Calama, de cuyos alrededores proviene buena parte de la fortuna del país, no se conviertan en pujantes y atractivos polos de desarrollo. En el origen de California está la fiebre del oro, y alrededor de las pepitas crecieron el comercio, los servicios, inteligencia y literatura. El cobre de Calama, en cambio, se va por un tubo, como si tuviera que huir lo antes posible de ese peladero indeseable que es el desierto de Atacama.
Las regiones funcionan poco menos que como predios de la capital. Tienen un bajísimo nivel de autogobierno. No eligen a sus principales autoridades. Sus destinos los decide un patrón, en todo sentido, distante. El intendente vendría siendo algo así como un capataz de La Moneda en los campos apartados. A un costado de donde se extrae o refina el petróleo, la bencina es más cara que en el lejano Santiago. Los pehuenches que vendieron sus tierras para construir la central del Alto Bio Bio, hoy gastan buena parte de sus ingresos en pagar las cuentas de luz.
La llegada de grandes empresas con capitales ajenos al lugar, es poquísimo lo que le aporta al crecimiento del sitio donde se instalan. Es más, en buena medida neutralizan las fuerzas locales. Los almacenes sucumben ante las cadenas de supermercados. Las técnicas de construcción autóctonas son caras al lado del uso de placas prefabricadas a gran escala. La originalidad, en vez de recibir un impulso, choca con la lógica de la producción en serie y las mayores rentabilidades inmediatas.
Ahora resulta que hasta la semilla de los cultivos tradicionales debe pagarle una patente a no sé qué magnate que les compró el alma, por obra y gracia de un mercado incomprensible. Como si el mundo estuviera volteado, la periferia subvenciona al centro y los aislados a los confortables. Nada tan nuevo, en realidad, pero por momentos escandaloso.
Los habitantes de Aysén se aburrieron. Pagan por vivir en el frío precios de lujo. Conste que se trata de una región derechista, con una mayoría que votó por Piñera y un segmento de la población, entre los que se cuentan varios de los más exaltados, que proviene de ex marinos de la era pinochetista. Sin ahondar en las razones de la furia de los ayseninos, harto conocidas por todos, bien podría constituir la primera de varias rebeliones provinciales, siempre de origen ciudadano y desprovistas de una institucionalidad democrática que las conduzca. Mal que mal, como reclaman allá en el sur, no tienen interlocutores válidos en sus respectivas administraciones. Sus gobernadores, como en el Chile de la colonia, provienen de la metrópoli. A la discusión sobre el sistema político y electoral, debiera este año sumarse con fuerza el reclamo por la descentralización. Algo tienen que decir los habitantes de un terruño sobre el destino de lo que ahí acontezca. Post data: lo que está aconteciendo, no son buenas noticias para Hidroaysén.