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Opinión

2 de Marzo de 2012

La comodidad de oponerse al progreso

Por Claudio Bustamante Es curioso: la construcción del mall Paseo Castro sólo causó escozor cuando llegaron imágenes del avance de la obra a Santiago y se difundieron como una copucha malintencionada por lo que los capitalinos llaman -eufemísticamente- las redes sociales, como si antes de la aparición de internet no hubiesen redes interpersonales como las […]

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Por Claudio Bustamante

Es curioso: la construcción del mall Paseo Castro sólo causó escozor cuando llegaron imágenes del avance de la obra a Santiago y se difundieron como una copucha malintencionada por lo que los capitalinos llaman -eufemísticamente- las redes sociales, como si antes de la aparición de internet no hubiesen redes interpersonales como las que generamos los chilotes cuando, por ejemplo, queremos ayudar a un vecino a mover su casa en una minga.

En esa especie de sacrosanto ente de opinión pública capaz de modificar las decisiones de un ministro, ardió la polémica porque el edificio, dicen en Santiago, no se acomoda con la postal que quienes no viven en el archipiélago tienen de nosotros: lindas casas de colores montadas sobre palafitos que las aíslan del mar habitadas por gentecitas amables que pueden vivir alegres en la miseria.

La obra es bien conocida por los castrinos desde 2009 y en ella hemos visto como encontraron trabajo al menos cien familias que antes del proyecto engordaban ese 10 por ciento de desempleados en la isla grande, cuatro puntos porcentuales por encima de la cifra que este gobierno presentó -orgullosísimo- esta semana en una zapatería de Santiago.

Es muy fácil oponerse al desarrollo desde un computador en Santiago, viendo televisión y disfrutando de una serie de comodidades eléctricas que no se estaría dispuesto a ceder para, botón de muestra, frenar la construcción de más termoeléctricas contaminantes y oponerse como yunta de bueyes a una hidroeléctrica no contaminante. Es fácil ser ciberecologista.

Hace unos años, un santiaguino me comentaba la pavimentación de un sendero que conectaba Castro con Curahue. Que penca, decía, que se pierda lo poco rural que queda en la isla. Su lamento no es más que la prueba del egoismo de la mirada capitalina que siempre ha visto al Chile más allá de la Región Metropolitana como un hermoso fundo que no debería cambiar a pesar de que sus comodidades dependan de nuestros recursos naturales. Felices comen salmón en sus restaurantes sin pensar nunca en cuánto han contaminado las salmoneras el agua en que mis hijos se bañan.

Ese santiaguino que añoraba el polvo del sendero de tierra por entre la vegetación no había tenido que recorrer la ruta en invierno, con lluvia, cuando ese polvito se convierte en barro y el frío te cala los huesos y tienes que bajarte del auto a tratar de sacar las ruedas del fango.

La autenticidad, el colorido, la calidez, la sencillez hablan en Santiago para sostener las críticas al mall, como si la necesidad de puestos de trabajo o comercio abastecido fuera algo exclusivo de los capitalinos y nosotros solo parte de la pobreza pintoresca que les agrada ver uno que otro verano desde sus ventanas.

Es curioso que nuestro mall moleste a más de mil kilómetros de distancia cuando durante años no les importó construir un puente que nos una con ellos, que nos saque del aislamiento y nos facilite el acceso, por ejemplo, al comercio de Puerto Montt.

Es curioso también que se molesten en Santiago por la construcción de lo que ellos, con ese discurso único y cerrado que tienen para hablar de visión de país, nos han enseñado es el desarrollo, la modernidad, el progreso que debemos alcanzar antes de no sé qué año.

Ahora el tema es que no calza dentro de los parámetros arquitectónicos de la isla grande porque no está sobre palafitos, cuando durante años se nos dijo que nuestras casas parecían villas miseria sobre el agua. Guste o no, el diseño se enmcarca dentro de la libertad que dejan las leyes dictadas por el Estado central que nunca nos ha dejado participar en su elaboración. Sí, el municipio tiene responsabilidad: aquella de quien sabe qué es lo que más le conviene a una región por conocer sus problemas a fondo y compartirlos día a día. Por eso dijo que sí a la construcción del mall, fuente de trabajo y progreso para una zona que siempre ha sido vista como un patio trasero que no debería cambiar porque, de cierta forma, la pobreza ajena es hermosa.

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