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Opinión

6 de Marzo de 2012

¡No me jodan más con ese Gabo!

En marzo del 2007, Gabriel García Márquez volvió a Colombia después de casi 20 años de exilio. En ese entonces, el país se rindió a sus pies, le llovieron homenajes e incluso alguno propuso que se debía cambiar el nombre de su natal Aracataca por Macondo. Pero la periodista Ximena Gutiérrez no estaba de acuerdo con la parafernalia creada alrededor del autor de Cien Años de Soledad y a quien acusaba de hacerse el loco con temas como los derechos humanos en Cuba o la guerra civil colombiana. Su columna, publicada originalmente en El Tiempo, dejó la escoba en Colombia y la periodista fue excomulgada de los círculos intelectuales por haber insultado a una vaca sagrada. En el cumpleaños 85 del premio Nobel, este pasquín reproduce el texto por completo para empute de muchos.

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Por Ximena Gutiérrez

Muchos años después, frente a un pelotón de 43 millones de seres casi ‘fusilados’ por la angustia de padecer el conflicto más antiguo del mundo, Colombia esperaba a su hijo ilustre para que, con la magia de sus palabras, regresara a trabajar por la paz que él promovió y todos soñamos. Pero ya Gabo -como se le conocía al patriarca- tenía renombre internacional y se refugiaba cómodamente en el extranjero. Igual que cuando se fue, su patria seguía siendo manejada por capataces, como si fuera una aldea macondiana en la que cada quien lanzaba piedras…¡blancas o enormes! -pero piedras al fin- que nos remitían a la prehistoria, con la falsa idea de no haber cometido el primer pecado.

Este es el país que en la distancia observa Gabriel García Márquez, después de haber tenido el valor de enfrentar, con argumentos proverbiales, las ideas contrarias a su pensamiento alternativo. Este es el país, paciente y solapado, que todavía no aprende a discutir ni a llamar las cosas por su nombre. Para señalarlas, lo hace con un arma de fuego. Este es el país que nuestro cumpleañero Nobel de Literatura no se atreve a visitar por temor a que, quizás, algún José Arcadio Buendía, soñador irredento y aventurero, se atreva a recordarle que prefirió mirar hacia otro lado y olvidarse de que, alguna vez, prometió apostarle a la paz, después de votar por su amigo Andrés Pastrana.

Advierto que jamás he restado importancia a la descomunal obra literaria de Gabo. Es más, de su existencia como escritor me enteré precisamente allá en el Colegio Eugenio Ferro Falla, de Campoalegre (Huila), mientras realizábamos -en su nombre- los llamados centros literarios, muchas veces sin tener la noción de su grandeza. Pero para ser sincera, quienes nos graduamos como bachilleres al empezar los 90, no hemos podido ver a ese hombre combativo que sí contemplaron los colombianos al finalizar los 80. El Gabo aquel que frenteaba y opinaba sobre nuestra situación fue absorbido por el poder, como si hubiera sido atraído por los ‘inventos’ del gitano Melquíades.

Mientras el país padece su propia crisis, el hombre guarda un silencio sepulcral en su cómoda mansión del D.F. mexicano. Entiendo que pudo haberlo frenado una delicada enfermedad, ya superada. Y hasta comprendo sus temores de venir a Colombia para sepultar a su propia madre, Luisa Santiaga Márquez. Pero también hay que valorar que en similares condiciones físicas, el Nobel portugués, José Saramago, va y viene, sale… ¡da la cara!, expresa sus opiniones. Nos ayuda a entender el mundo. Nos pone a pensar en un lenguaje sencillo, pero que llega a los jóvenes para comprender esto de las veleidades del poder y la política. ¿Por qué no lo hace Gabo?

Yo por lo menos no conozco cómo habla el Nobel, a quien tanto le hacen bulla los medios. Y quisiera escucharlo. Como escucho a Shakira -con sus ‘Pies Descalzos’- cuando comparte con nuestra gente algunos de sus ingresos y construye obras sociales en la Costa Atlántica. O como oigo a Juanes y a Cabas con la defensa de los desvalidos. O como también, a veces, soporto al impotable Juan Pablo Montoya, que casi siempre tiene algún detalle con nuestro país. En realidad, no sé qué piensa Gabo de Colombia, pero sí tengo claro que desde aquellos tiempos remotos en que su amigo Tomás Eloy Martínez lo llevó a conocer un teatro en Buenos Aires, el hombre se refugió en su soledad.

Por eso no culpo al niño de la escuela bogotana de Cazucá, que lleva el nombre del cataqueño. El martes pasado, cuando cumplió 80 años de vida, un periodista del Canal RCN le preguntó a uno de los estudiantes cuál era la principal novela que había escrito Gabriel García Márquez. El espontáneo alumno de octavo grado no dudó en responder: La hija del mariachi. Tampoco culpo al guajiro Luis Aponte, que le cantó en la puerta de su casa en Ciudad de México, sin poder verle la cara. Igual que le sucedió en 1998 a los organizadores del Festival de Arte de Cali, quienes le realizaron un homenaje de mariposas amarillas, pero quedaron pálidos de la rabia porque tampoco llegó.

Hoy, solo tengo referencia de un Gabo que nos dejó embalados con su promesa de no volver a España como rechazo a la visa impuesta por la madre patria. Un Gabo que guarda silencio con la calamitosa situación de Cuba por su amor filial al Comandante Fidel, pero que no tiene recato para sobarle chaqueta a ‘Bill’ Clinton. Supe que a raíz del escándalo sexual del entonces presidente de E.U. con Mónica Lewinski, Gabo lo calificó como “un raro ejemplar de la especie humana que debió malversar su destino histórico solo porque no encontró un rincón seguro donde hacer el amor”. Lo más triste es que él tampoco ha encontrado su rincón seguro para volver a Colombia, visitarnos de vez en cuando y no dejar en el exterior ese tufillo de que este país es un cagadero. Y que aquel que llega aquí, no vive para contarlo. ¡No me jodan más con ese Gabo!

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#Castro#Colombia#Gabo

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