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Opinión

24 de Abril de 2012

Cómo se viene la mano

Hice un pequeño recuento, un zapping mental de los charlatanes y vendedores de cosas que no sirven, porque en el fondo son la metáfora del poeta, único charlatán declarado, aunque todos los discursos –el periodismo, la ciencia, ni hablar de la academia– sean ficcionales y chamullentos. La rapidez de las manos del carterista de Bresson […]

Germán Carrasco
Germán Carrasco
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Hice un pequeño recuento, un zapping mental de los charlatanes y vendedores de cosas que no sirven, porque en el fondo son la metáfora del poeta, único charlatán declarado, aunque todos los discursos –el periodismo, la ciencia, ni hablar de la academia– sean ficcionales y chamullentos.

La rapidez de las manos del carterista de Bresson y la del que pica papas en forma de zig zag. O el mismo zig zag de las manos con una aspiradora pequeñita que sólo ellos (los charlatanes, los vendedores) saben usar y que no sirve para absolutamente nada. El sistema de dibujitos que sí sirve pero con el que sólo ellos hacen unos rosetones y formas de colores que parecen pequeños mandalas en el Paseo Ahumada. Mandalas: el charlatán habla de microcosmos y macrocosmos ante unos volados que aristocráticamente aprueban con la cabeza desde unas sillas de playa tipo Caluga o Menta.

Da la impresión a veces de que ni siquiera quieren vender esas baratijas sino sólo hacer ostentación narcisa de su capacidad de tahúres. Quizás saben que las manos son lo que las mujeres miran de la misma manera que miran sedas y joyas, como esas alumnas que miraban fascinadas las manos del profesor Néstor García Canclini cuando jugaba con un bolígrafo o del profesor Jorge Guzmán en sus magistrales charlas ante las que ellas caían desfallecidas de amor intelectual sublimado. Sí, eso debe ser, quizás los charlatanes no quieren vender nada y su charlatanería es un acto independiente, como esas teorías literarias audaces según las cuales no existe o no debería existir el lector.

Seducción de unas manos en el solo de una guitarra o la infamia clasista de los camarógrafos televisivos que, a falta de una toma mejor y más dignificante, graban las manos nerviosas de la gente en un campamento o luego de una desgracia como el terremoto los muy hijos de puta.

Todo está en las manos: el robo y las caricias, o la culpa, como en ese poema de Drummond de Andrade sampleado por Mark Strand. En él dice que su mano está sucia, que debe cortarla, el jabón no sirve, nada puede lavarla, es una especie de jaiba o araña infecta y cancerígena que trata de esconder en el bolsillo. Él quiere una mano que pueda estrechar o mostrar, pero no hay caso. Había una canción noventera de Sound Garden sobre eso de sentir una carga en las manos. Es como esa cosa terrible que se siente luego de un quiebre amoroso o en las depresiones voluptuosas, cuando las manos se desconectan del cuerpo y se declaran en huelga total y se niegan al más mínimo movimiento.

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