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Opinión

10 de Mayo de 2012

Disparando contra el mensajero

Un sabio consejo periodístico dice que si vas a pegar fuerte tienes que blindar al máximo tu noticia, o el golpe puede volverse en tu contra. Basta que la nota periodística tenga datos errados o, peor, se haya obtenido con procedimientos de reporteo cuestionables, para que toda la labor realizada corra el riesgo de irse al tacho. Cuando eso ocurre, la denuncia suele pasar a segundo plano y lo que queda en la mira es la calidad y hasta la validez del trabajo periodístico, especialmente al denunciar los abusos de poderosos. Ya no importa si el tema que se pretendía denunciar sea algo tan escandaloso y cotidiano como el clasismo, la discriminación o las fuerte desigualdades socioeconómicas de un país como el nuestro.

Javier Ortega
Javier Ortega
Por


*

Bien lo saben quienes tienen poder y lo ejercen: ante el periodismo feble, disparar al mensajero puede dejar automáticamente sin efecto el mensaje.

Con su reportaje sobre las nanas y la discriminación en Chile, emitido por Canal 13 el pasado lunes en su noticiario, evidentemente Contacto no tuvo en cuenta este consejo. El reportaje que se vio al aire tenía tantos procedimientos desprolijos, por no decir cuestionables, que toda la realidad que pretendía denunciar quedó en un segundo plano.
Es que cuesta defender un trabajo periodístico que se sirve de engaños para poner en el tapete una denuncia, por muy indignante que esta sea.

En la emisión, una actriz vestida como nana recorría algunos de los más caros colegios del sector oriente de Santiago, buscando cupo para su hija. El frío recibimiento era contrastado con el que se daba días después a otros dos actores, caracterizados como matrimonio de clase alta. En otro pasaje, la supuesta nana era regañada violentamente por su empleadora –otra actriz- en un supermercado. Como nadie encaraba a la agresora, los realizadores extremaron la situación, hasta que una compradora –no actriz, sino real- terminó interviniendo a favor de la asesora del hogar. Cada escena era registrada por varias cámaras ocultas.

Lo que hizo Contacto fue tratar de comprobar la discriminación q vemos a diario, aunque apoyándose íntegramente en situaciones ficticias. En ningún momento las imágenes se contextualizaban con la opinión de expertos en el tema. Tampoco se recurría al peso de las cifras macro (que en el tema de la desigualdad las hay, y hartas). Salvo el testimonio de un par de asesoras del hogar, todo se apuntalaba con un experimento. Y el experimento consistía en pulsar ciertas variables para registrar reacciones de gente real. Gente que, hasta donde entiendo, no tenía idea de que su supermercado se había transformado en un laboratorio y que su rostro y voz aparecerían en un noticiario prime, por obra y gracia de las cámaras ocultas.

Lo peor es que en vez de dar las explicaciones pertinentes a su audiencia, reconociendo errores en su control de calidad, al día siguiente las autoridades del canal optaron por desautorizar a su departamento de prensa. Ordenaron emitir una segunda parte del reportaje, tijereteada de manera evidente y que no se hacía cargo de la debilidad del material ya entregado. Un golpe de autoridad lindante con la censura, probablemente debido a la presión de poderosos.

Muchos de los críticos que rasgan vestiduras contra Contacto lo hacen cuestionando el uso que dio las cámaras ocultas. Sin embargo, programas de televisión como Esto no tiene nombre de TVN han demostrado que ese procedimiento puede servir como herramienta periodística válida, siempre y cuando se utilice en situaciones justificadas, con procedimientos explicitados a la audiencia y de forma responsable. Por lo demás, las cámaras ocultas siempre han sido uno de los recursos favoritos de canal 13. La gran diferencia es que esta vez Contacto utilizó el recurso no contra estacionadores o mecánicos de 10 de Julio, sino sobre la cota mil. Tal crítica, por lo tanto, tiene un tufillo clasista.

A mi juicio, el gran reparo al procedimiento periodístico utilizado por el reportaje de Contacto es otro. Y tiene que ver con que no todo es periodísticamente válido para dar cuenta de una noticia.

En su libro “El Periodista y el asesino” –un clásico del oficio- la escritora estadounidense Janet Malcolm analiza el caso de un periodista, Joe McGinniss, quien realiza una investigación de varios años para desenmascarar a un frío asesino. Todo se vuelve en contra de McGinniss cuando se descubre que en su labor no trepidó en engañar al supuesto homicida, diciéndole falsamente que creía en su inocencia. Durante años McGinniss se hace pasar por su amigo y se transforma en su socio, se integra a su staff de defensa, le envía cartas a la cárcel e, incluso, logra que le preste un departamento para husmear en sus pertenencias. Todo, para comprobar en su libro que es tipo es culpable y así transformar su obra en un best seller.

Hay una distancia sideral entre lo perpetrado por McGinniss y lo que mostró Contacto. Pero la pregunta central es la misma: ¿Puede un periodista llegar a la verdad a través del engaño? Por cierto que sí puede hacerlo. Pero, ojo, otra cosa es que se trate de un método defendible a ojos de su audiencia y de la sociedad en su conjunto. Si fuera algo defendible, cada periodista tendría patente de corso para usar el engaño como sistemático método de reporteo.

Falencias semejantes, que a ratos campean en nuestra televisión, terminan a la larga por hacerle un flaco favor no sólo a todo el periodismo, sino también a la lucha contra la discriminación y las desigualdades sociales. Una de las tareas del periodismo, creo yo, es desenmascarar los abusos y fiscalizar a los poderosos. La desprolijidad, el afán por privilegiar las imágenes o “el mono”, el rating por sobre el rigor, abren flancos para que el poder dispare con mejor puntería contra el mensajero. Así, es fácil que quede sin efecto el mensaje.

* Periodista, académico e investigador de la Escuela de Periodismo de la UDP, coautor de “Legionarios de Cristo en Chile. Dios, dinero y poder” y editor de “Los archivos del cardenal. Casos reales”.

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