Secciones

Más en The Clinic

The Clinic Newsletters
cerrar
Cerrar publicidad
Cerrar publicidad

Opinión

5 de Junio de 2012

Gym, o sobre el sudor democrático

A ver, qué tanto con el cuerpo y la poética del cuerpo. Hay que ponerle un poco, para no volverse loco. Recuerdo que cuando iba al gimnasio en Buenos Aires empecé a descubrir algunas prácticas curiosas: hablan del cuerpo todo el día, y de los trucos para inflarse. El baño estaba repleto de jeringas usadas […]

Germán Carrasco
Germán Carrasco
Por



A ver, qué tanto con el cuerpo y la poética del cuerpo. Hay que ponerle un poco, para no volverse loco. Recuerdo que cuando iba al gimnasio en Buenos Aires empecé a descubrir algunas prácticas curiosas: hablan del cuerpo todo el día, y de los trucos para inflarse. El baño estaba repleto de jeringas usadas que alguien barría con guantes y echaba a la basura, y lo más sorprendente eran las conversaciones: las dietas de proteínas: mucha carne, desde el desayuno y todo el día, lo que daña el cuerpo y la caca sale durísima (si es que sale) y rompe el culo con heridas nada leves según comentaban, por lo cual compartían soluciones para poder excretar: se recomendaban meterse vaselina en el culo, enemas de aceite y hasta una vez vi que se convidaban incluso vaselina haciendo una pocita con la mano para poder defecar sin resultar lastimados, aunque de todas maneras se sentían los gritos en el baño, las respiraciones alteradas. Y no eran gays, o no aparentemente, sino al contrario eran chabones de barrio que hablan todo el día de minas. Bastante obsesivos.

Recuerdo también, en la calle San Diego en Santiago, un gimnasio completamente distinto donde se practicaba karate. Eran cientos de juniors, empleados, obreros que básicamente no querían que los cagaran con el sueldo al llegar a sus poblas, o gente con defectos físicos evidentes y con rostros en los que se sospechaba una humillación constante en sus vidas, desde la infancia. Y mucho alumno del Instituto Nacional, que está ahí cerca. Y por supuesto que también estaban los infaltables belicosos que van a pelear con el dragón por cómo los trata a ellos el sistemita, las deudas y los jefes.

La gente que practica y que no quiere que la cogoteen va al gimnasio a pelear sobreventiladamente, no le importa recibir fuerte porque creen que así se aprende. Y la alfombra del dojo que visitan miles de pies descalzos después de la pega de cartero, obrero, junior, etc, tiene un olor brígido, como a suelo de mezquita. Y más encima hay ejercicios que necesariamente te obligan a conectar la nariz con el suelo en el momento en que tu respiración absorbe como aspiradora debido al desgaste físico, y soportar eso es tan exigente como hacer un rompimiento de ladrillos.

Todos los trainers y sensei son gente buena, llana, tienen una moral muy limpia, obviamente no fuman ni beben porque en el rendimiento se notaría de inmediato. Hay algunos brutos y engrupidos, pero la mayoría son gente sana que te cuida el cuerpo cuando haces algo mal, que tiene una limpieza de rostro y sobre todo de mirada como de niño, o de milico bueno, si existiera tal cosa.

Hay por supuesto gimnasios de cadena, que son un negocio y en donde al trainer le interesa una raja que la gente se dañe el cuerpo y sólo atienden a las chicas lindas y a los amigos, o simplemente juegan con el celular o ven porno o musculosos en el compu; pero por el contrario hay algunos que son preocupados y que te cuidan el cuerpo con muchísimo profesionalismo y se preocupan de sus clientes: viejitas, gorditas y gorditos, y chicas de todos los estilos, chicas lindas obviamente a las que nadie mira con cara de lobo feroz, todo tipo de gente y de muchas partes de Latinoamérica. Porque hay una democracia en este asunto de transpirar juntos.

Como de las heladerías de cadena (pues me gustan los helados artesanales), desconfío de los gimnasios de cadena. Los de barrio tienen un ambiente más familiar y personalizado. Recuerdo que una vez en Punta Arenas el poeta Aníbal Saratoga me invitó a un par de clases, él practica yudo, yo fui a hacer lo básico. Fuimos para andar más despejados porque en la tarde en un palacete leeríamos una ponencia sobre literatura y unos poemas en la ciudad más receptiva y con mejor onda con la literatura que existe en todo Chile. Fue una experiencia increíble lo del yudo, a pesar de algunos porrazos de rigor. Luego había gente del dojo en el recital. Me encantó eso.

Un dojo tiene algo sagrado, y marineros y militantes de izquierda pueden recibir la misma instrucción en artes marciales de un sensei en un ambiente de respeto, y compartir incluso sus puntos de vista con el sentido común que otorga ese contexto aunque sin entregar todos los secretos laborales evidentemente. En algún punto me recordó a la Rockefeller Foundation en Bellagio, en donde pasé una temporada: cómo en ese lugar paradisíaco comparten la cena ex guerrilleros, activistas radicales, ministros, banqueros, millonarios e intelectuales y artistas. Se sientan todos a conversar y a exponer luego sus visiones y soluciones de mundo sin que nadie se saque los ojos y haciéndose preguntas tranquilamente, todos ahí con turbantes, quiás y unos trajes italianos que ya quisiera en mi ropero.

A veces le llevo el Clinic y el Punto Final al trainer y me habla del pasado político de su familia de ultraizquierda que está en Europa, me dice que los carabineros que van al gimnasio a veces conversan sobre la situación del país, que tienen hermanos o hijos endeudados en la universidad, todo en un ambiente de tolerancia. Y todos se asisten cuando alguien hace algún ejercicio mal. Le digo al trainer que me enseñe algo de artes marciales porque a veces ando de noche en la calle, y le digo que algo le puedo pagar.

Me responde que no le interesa la plata y que me puede enseñar de todos modos, pero no coincidimos con los horarios. Me pareció increíble lo de la plata, porque los gimnasios de cadena son puro flujo de plata. No idealizo el almacén de barrio porque es más cómodo comprar en un supermercado, pero algunos gimnasios de barrio tienen algo muy especial, escuchar rock medio kitsch tipo Poison o buen rock o buena música haciendo ejercicios es una experiencia sublime, liberadora y completamente democrática. Es lo que sucede en un gimnasio que no es de cadena y que suelo visitar, buen ambiente. Pensé en Crawl”, un poema sublime del argentino Héctor Viel Temperley en donde mezcla deporte y religión. Hay pocos poemas así en la historia de la literatura latinoamericana.

Nunca entendí con todo este envanecimiento de la universidad de Chile cómo los hinchas hablan con tanta soltura de nosotros”. Yo no me siento parte de absolutamente ninguna patota, lo que me ha costado bastante caro en términos literarios, en donde los gremios son súper autodefensivos: la izquierda y su montón de grupos, la derecha, las minorías, el cuicaje, los estos y los otros. Por eso me gustó la reflexión sobre las artes marciales y el trabajo con el cuerpo que hizo mi trainer Felipe: aquí estás solo, el futbolista puede abandonar un poco, depende de su equipo, pero aquí no hay equipo: estás solo y tienes que zafar con voluntad, humildad y gracia.

Notas relacionadas