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Opinión

15 de Junio de 2012

La literatura expandida de Alan Pauls

En “El arte de vivir en arte” –probablemente el ensayo más perspicaz y disruptivo de Temas lentos– Alan Pauls toma el trabajo de Mario Bellatin, César Aira y Héctor Libertella para ejemplificar (en el sentido de ilustrar) y ejemplarizar (en el sentido de indicar como modelo) lo que entiende por “literatura expandida”, aquella que rehúye, […]

Vicente Undurraga
Vicente Undurraga
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En “El arte de vivir en arte” –probablemente el ensayo más perspicaz y disruptivo de Temas lentos– Alan Pauls toma el trabajo de Mario Bellatin, César Aira y Héctor Libertella para ejemplificar (en el sentido de ilustrar) y ejemplarizar (en el sentido de indicar como modelo) lo que entiende por “literatura expandida”, aquella que rehúye, echando mano al cruce o la confusión con la vida y con otras artes, a toda costa la suficiencia o el ensimismamiento literario. Es, pues, una literatura que no solo no refrenda sino que abiertamente se opone, obstaculiza, se hace corrosivo impedimento para toda tesis posible acerca de la especificidad de la literatura.

Pauls vuelve con Temas lentos al territorio de la no ficción que ya había pisado en libros como El factor Borges o La vida descalzo, pero esto importa poco. Lo que importa no es el género, sino el fraseo, similar en sus novelas y en sus crónicas, en sus ensayos y en sus exploraciones egotistas: no dónde sino cómo se mueve es lo relevante. Pauls es uno de los escritores latinoamericanos actuales que más lejos va explorando el fraseo largo, repetitivo, intrincado, bernhardiano en sus picos y que incluso a veces ve –ese fraseo– extraviada la hebra, como es el caso, me parece, del texto sobre Bolaño en uno o dos momentos. Pero eso da lo mismo. Lo que importa, más allá de lo logrado (que es mucho), es lo posibilitado. Y la prosa de Pauls eso hace: expandir con la escritura el espacio posible para la escritura, la suya y la de otros. En el texto que escribe tras la muerte de Fogwill, Pauls se detiene en su figura como la de aquel que heredó, para la literatura, una nueva consideración, y nuevos usos posibles, para los dos puntos, para el entrecomillado y para los signos de exclamación.

En esa línea, Pauls podría indicarse como aquel que legará una nueva consideración, y nuevos usos posibles, para la intercalación, para el uso de frases subordinadas al punto del efecto especular. La ambiciosa prosa de Pauls podrá marear, agotar, enojar –cuando no, por cierto, fascinar–, pero en ningún caso, pienso, desinteresar, en el sentido de dejar en la indiferencia. Leyéndola, a veces uno se pierde, lo que desafía y propicia un cierto placer (el placer de leer levantando la cabeza que defendía Barthes) y ningún problema: se retrocede y retoma o bien se continúa y apuesta por agarrar el hilo en otra vuelta o no.

Como sea, se llega a lo mismo: a la convicción de que Pauls es un prosista que piensa para escribir (y no escribe, como otros, para pensar) y que está dispuesto a impugnar un par de ideas corrientes y oponer, o proponer, otro par de nuevas ideas, poniendo en la prosa pensamiento y en el pensamiento prosa, cumpliendo así, a su manera, con el dictum de Louis de Bonald que Barthes pone de epígrafe en el primer ensayo de El susurro del lenguaje: “El hombre no puede decir su pensamiento sin pensar su decir”. Por lo demás, los alcances críticos de los textos de Temas lentos no vienen dados solo por el significado y las alusiones, que son muchas y siempre pertinentes, sino también por lo apenas sugerido, por lo suscitado, por lo susurrado. Lo que queda dando vueltas importa tanto, para la construcción de cualquier sentido, como lo que queda dicho y establecido con toda claridad.

De arte, de literatura, de viajes y residencias, de cine, de muy misceláneas cuestiones como la angustia dominical o las canas, de vida propia y del yo –de esto y en este orden tratan los Temas lentos de Pauls–. Pero en realidad el tiempo es el Gran Asunto, la Preocupación Central de Pauls, en este y todos sus libros: el paso del tiempo, los repliegues del tiempo, los efectos terapéuticos del tiempo, los efectos destructivos del tiempo; el goce del tiempo, el despilfarro del tiempo, la pérdida del tiempo, el dolor del tiempo, la recuperación del tiempo; en fin, “la burla del tiempo” (que es como traduce Nicanor Parra un verso del monólogo central de Hamlet).

Temas lentos puede producir un efecto singular comparado con otros libros similares: gustando muchísimo, siendo entrañable por varios motivos, no genera tanto ganas de conocer a su autor como, en cambio, de conocer, o revisitar, según sea el caso, todo o casi todo aquello de lo que trata, como la narrativa de Puig o de Beckett, el cine de Nanni Moretti o de Haneke, los taximotos peruanos, el potencial erótico de la axila, la peculiar onda de un albergue transitorio (que es el eufemismo con que la dictadura militar de Videla renombró a los moteles argentinos) o el trabajo actoral del propio Pauls, sobre el cual discurre extensamente al final del libro, dejando con ello abierta la posibilidad de inscribirlo a él mismo como un sigiloso practicante de ese oxigenador programa estético que es la literatura expandida.

TEMAS LENTOS
Alan Pauls
Selección y edición de Leila Guerriero
Ediciones Universidad Diego Portales
2012, 350 páginas

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