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Nacional

21 de Octubre de 2012

Puerta a Puerta con Pablo Zalaquett

Acompañamos a Pablo Zalaquett en uno de los últimos puerta a puerta antes de su cierre de campaña. El candidato de gobierno que apuesta a la relección repartió besos y fotos a los vecinos de la Plaza Yarur, dando cuenta el por qué la UDI triunfa en los sectores populares. La comuna de Santiago en […]

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Acompañamos a Pablo Zalaquett en uno de los últimos puerta a puerta antes de su cierre de campaña. El candidato de gobierno que apuesta a la relección repartió besos y fotos a los vecinos de la Plaza Yarur, dando cuenta el por qué la UDI triunfa en los sectores populares.

La comuna de Santiago en el sector sur poniente conserva un aire de barrio viejo donde las casas no tiene antejardín y la altura no supera los dos pisos. A una cuadra de la Plaza Yarur, donde en algunos meses se instalará Chilevisión, se estacionan dos camionetas. En una de ellas van cuatro mujeres y en la otra, cajas hasta el techo de bolsas, dulces, diarios y jockeys de Pablo Zalaquett.

A las 4.15 está programado uno de los últimos puerta a puerta antes del cierre oficial de campaña, que se realizará el domingo en el Parque Almagro. Mientras esperan al candidato, las mujeres -que enrojecen cuando se les pregunta el nombre y guardan silencio cuando se inquiere sobre su compromiso con el candidato- abren cajitas de fotos Polaroid, se ponen bolsas ecológicas al hombro y completan su atuendo de polera y jockey con una chaqueta azul y amarilla que lleva la cara del actual alcalde en la espalda.

Son más de las 4.30 y el edil aún no aparece. En la esquina de Florencio Bahamondes con Avenida Centenario llega el resto del comando que acompaña a Zalaquett en la calle. Patricia Flores, dirigenta vecinal que lleva su bolsa al hombro, se pregunta dónde estará el alcalde. Mónica, una mujer del comando, dice que parece que pasó al baño.

-Tan especial que es mi alcalde- dice Patricia, y agrega: ¡Pero igual lo amo!

Al comando y al team Zalaquett se une una tuna universitaria -grupo de músicos que entona canciones populares vestidos con pantys y bombachas- que ante la ausencia del alcalde, comienzan a afinar. Las chicas del team ya están en cada puerta tocando timbres. La cámara de fotos está lista. Sólo falta que llegue Pablo Zalaquett, que hace cuatro años venció a Jaime Ravinet y que en una semana más buscará la reelección de la comuna más emblemática de las municipales.

¿Quiere sacarse una foto?
Un puñado de chicas Zalaquett tocan timbres y esperan junto a la señora de turno que se asome por la puerta. Mientras, la tuna toca frente a la casa como esa música de espera de los teléfonos. Pablo Zalaquett, vestido de camisa blanca y chaqueta azul, formal pero relajado, saluda de besito en la cara y abrazo a quien le abra la puerta, y antes de cualquier comentario, les pone el brazo encima para posar en una foto Polaroid que aparecerá en dos minutos por el lado blanco, como explica la chica Zalaquett que actúa como fotógrafa. La mayoría agradece la foto como si el alcalde fuera una estrella de la tele, y un par de ancianas queda mirando el papel blanco sin entender demasiado qué tiene eso de foto.

Zalaquett es grito y plata entre las señoras, y se nota. Mientras Zalaquett conversa con la dueña de casa de turno sobre los avances del barrio, hay cinco puertas abiertas donde se asoman mujeres con los ojo brillantes. “¡Vamos por más!”, le grita una apenas el alcalde se acerca, y levanta el puño izquierdo. “¡Vamos por más!” le responde el alcalde antes de lanzarse al abrazo y a la foto.


“Es que a mí la gente me quiere mucho”, explica Pablo Zalaquett entre puerta y puerta. “En la feria, todos me saludan” agrega, y aprovecha de pelar. “Ella empezó una campaña muy política, pero a la gente no le gusta eso, y ahora cambió a la campaña ciudadana”. Le pregunto si con “ella” se refiere a su contrincante, Carolina Tohá, y asiente. “Ella se paseó en una feria con Zaldívar, y la gente no le gustó. A la gente no le gustan los políticos viejos, no le gusta la política”.

Pero usted es de la alianza, le digo. “Sí”, responde, “pero la gente no vota por eso”.

El gancho
El barrio que visitamos es un barrio de clase media baja que, según Patricia, le dirigenta de la junta de vecinos, “ha mejorado mucho desde que está mi alcalde”. Con “mi alcalde” se refiere a Zalaquett, que va de puerta en puerta repartiendo consignas con cada persona que parezca reconocerlo.

“Allá no había nada” dice señalando unas canchas de fútbol en Avenida Centenario. “Él puso los basureros” agrega refiriéndose a lo que Zalaquett y su comando llaman “puntos limpios”. A lo lejos, la tuna sigue tocando y Patricia aprovecha de preguntar a las señoras que se quedan mirando en la puerta si van a ir votar.

“Sí”, le dice una señora de pelo negro. “Pero mi mami no puede porque está postrada”.
“Pero llevamos a su mami, pue” responde Patricia que va detracito del alcalde para soplarle los nombres de los vecinos que le abren la puerta.

En la calle, Pablo Zalaquett se detiene con unas niñas que parecen estar cumpliendo 18. Con un brazo para cada una, el alcalde les muestra el diario donde tiene sus consignas. “¿Les gustan estos chiquillos?” les pregunta apuntando a dos jóvenes que aparecen junto a él en la portada. Las chiquillas se ríen y se ponen rojas. “Son mis hijos”, agrega Zalaquett, que parece querer hacerle gancho a las jovencitas del sector. Pero pronto la conversación se desvanece en la foto que marca su avance a otro grupo, ésta vez de niños, que parecen no darse cuenta quién es el hombre que se les acerca y les habla y les dice que se tienen que ir al Liceo de Aplicación.

“La próxima semana inauguramos el Liceo de Aplicación”, explica mientras agrega toda la cantidad de millones que se gastó en remodelarlo. Y es así, por cada cosa que le dicen, explica los avances de la comuna, arrojando cifras y datos que la gente escucha desde la puerta de su casa con cara perpleja.

Mientras Zalaquett se toma la foto con los hombres que reparten el gas, la gente de su comando habla por teléfono. En una hoja tienen anotada la agenda que incluye tres actividades más esa tarde. Pero a 15 minutos de que comience la próxima reunión, el alcalde entra a la casa de una señora que con orgullo quiere mostrarle su ampliación. “Lo perdimos” dice Mónica, que vuelve a llamar por teléfono para retrasar la reunión.

Estoy con los estudiantes
“Yo estudio en República y perdí muchas clases el año pasado” le explica una joven que lleva de la mano a una niñita. “Le pido que por favor no autorice más marchas porque hay muchos destrozos y usted pierde mucha plata” le dice afligida, pero Pablo Zalaquett se ríe y dice que no es él el que pierde plata.

El alcalde se Santiago tuvo un duro discurso en los medios hacia las marchas estudiantiles y los organizadores, pidiendo que ellos pagasen los destrozos que ocasionaban los encapuchados durante las manifestaciones por la educación. Sin embargo, cuando un par de estudiantes le preguntan su opinión respecto al tema de la educación, Zalaquett, para desesperación de su comando, se toma su tiempo para conversar.

“Tiene que llegar un momento en Chile en que se tenga más cultura cívica. La gente tiene que aprender a manifestarse. Porque el problema no son las marchas, sino que los saqueos y los destrozos. Que la educación pública es mala, es verdad, pero se confunde el fondo con la forma. Yo estoy 100% con los jóvenes, pero los vecinos están hasta acá” dice pasando su mano rápidamente por encima de su cabeza.

Los jóvenes asienten cada palabra que dice el alcalde y mientras suena La Bikina en la otra cuadra, vuelven a apurar al alcalde. En una de las últimas casas, una mujer se niega a la foto, pero le pide una bolsa. Una para ella y la otra para su mamá. Zalaquett pide que le lleven una bolsa, pero ninguna chica del team anda con una. “¿Dónde están las bolsas?” pregunta el alcalde molesto y alguien del comando corre a buscar la camioneta donde las dejaron. Zalaquett deja a la señora con la dirigenta vecinal mientras espera la bolsa y sigue avanzando.

La última parada resulta ser un centro de madres. Para su equipo de calle, ya está todo perdido. “Se lo van a comer, mata con las viejas” dice Mónica, que no para de hablar por teléfono. Pero Zalaquett logra escapar de las señoras que mientras se despide le dicen “lo amamos, lo amamos”. La camioneta ya está estacionada para llevarse a las chicas del team a la próxima actividad y al resto del comando. La tuna deja de tocar y Zalaquett comienza a despedirse no sin antes sacarse una foto final con un par de señoras en una plaza. Luego se despide de beso en la cara y dice que ha sido un gusto, tan cordial como cuando llegó y se puso a repartir su espectro en decenas de fotos Polaroid que quedarán de recuerdo en todas estas casas. “Nos vemos en el cierre” dice y desaparece en su auto. Tan animado como al comienzo, tan cordial como con las señoras que votarán por él. Por algo las viejas lo aman.

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