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Cultura

13 de Diciembre de 2012

La verdad sobre los collares de Mr.T

Fuente: Yorokobu Laurence Tureaud, luego Mr.T y aquí siempre M.A Barracus, ha sido uno de los iconos de los 80 para varias generaciones que crecieron viéndole aguantar los golpes de “Rocky III” o dormitar dopado en los aviones de “El Equipo A”. Tres fueron sin duda los pilares de su gran éxito como marca catódica […]

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Fuente: Yorokobu

Laurence Tureaud, luego Mr.T y aquí siempre M.A Barracus, ha sido uno de los iconos de los 80 para varias generaciones que crecieron viéndole aguantar los golpes de “Rocky III” o dormitar dopado en los aviones de “El Equipo A”.

Tres fueron sin duda los pilares de su gran éxito como marca catódica global: su evidente capacidad para repartir yoyas, su peinado mandingo (luego mohicano) y su necesidad de engarzar cuello y extremidades con un sin par número de alhajas de oro, su seña de identidad más brillante.

El origen de esta curiosa manera de engalanarse coincide justamente con el momento de la forja del mito, cuando Laurence Tureaud, de Chicago, Illinois, pasó a convertirse en Mr.T (de Tureaud).

El mismo lo desveló en 1984 en las páginas de su impagable biografía“Mr. T: The Man With the Gold (The incredible life story of TV´s most flamboyant new star)“, escrita justamente cuando empezó a interpretar a B.A (aquí M.A) Barracus en El Equipo A.

En esas páginas la estrella nacida en 1952 se sinceraba y explicaba su gusto por los collares y los anillos de oro como una forma de rendir homenaje a sus lejanos orígenes de guerrero africano, una forma de recordar a sus enemigos que se estaban enfrentando con…Mr. Respeto

Laurence empezó su vida profesional, como no podía ser de otra forma, en el ejército. Tras pasar por filas fue ojeado por un sargento que lo empaquetó en el equipo de fútbol americano de los Green Bay Packers, donde una rodilla le dejó en el dique seco pronto. Así que terminó de gorila de discoteca.

Estuvo trabajando muchos años de portero en el momento de eclosión de la música disco, allá por mediados de los setenta. Fue en esta época cuando creó el personaje de Mr. T. “Cambié mi nombre por respeto, porque mi padre seguía llamándome “chico”, le confesaría una vez a Barbara Walters en una entrevista en 1984.

Su afición por las cadenas de cuello de oro y otras joyas fue el resultado de acumular los trofeos que los clientes dejaban atrás cuando eran expulsados de la discoteca por Mr.T.

Un cliente que hubiera sido expulsado del club o hubiera provocado cualquier altercado, no podría volver a entrar en la sala si Mr. T llevaba sus joyas al cuello cuando se lo encontrara en la cola de admisión.

Además, si a alguno de los propietarios les daba por reclamar sus brillantes pertenencias, así no tenían que acceder al local al tenerlas ya en la puerta (gracias Roberto!).

Su curioso método de control de la violencia le hizo a Mr.T granjearse no poca fama como el gorila de discoteca más efectivo del momento, proporcionándole una rápida promoción hacia el inevitable siguiente peldaño: trabajar para los narcotraficantes ejerciendo de matón y bálsamo de los consumidores.

Durante sus días de ronda para cobrar deudas, Mr.T se vio involucrado en más de 200 peleas callejeras, la mayoría ganadas por k.o técnico; o a los puntos otorgados por sus dos amigas, una magnum 357 y una calibre 38 snubnose. También fue demandado en varias ocasiones, pero nunca entró en prisión.

Mientras tanto, Mr.T iba aumentando el tamaño de su joyero al cuello con los objetos que arrancaba de sus manos a los dealers remolones, a los que también aplicaba la misma doctrina Tureaud: “si me ves aparecer con tu collar brillante al cuello, es que me estás faltando el respeto”.

Con el tiempo transformó su trabajo como matón en un negociado de guardaespaldas, que duró casi diez años. En su biografía cita con precisión de joyero los clientes a los que sirvió: dieciséis prostitutas, ocho banqueros, diez profesores de escuela, cuatro dueños de tiendas, siete diseñadores de ropa, un predicador de cinco años, siete jueces, tres políticos, seis deportistas y la nada despreciable cifra de cuarenta y dos millonarios.

Entre ellos Muhammad Ali , Steve McQueen, Michael Jackson o Diana Ross. Mr.T cobraba 3.000 $/día y podía llegar a ingresar 10.000 $ al día por sus servicios, dependiendo del riesgo de la clientela, de la distancia del viaje y del tiempo que tuviera que sacar la mano a pasear.

Semejante nómina, unida a la recolección (ahora selectiva) de las alhajas de sus víctimas, hizo que literalmente Mr.T doblara su cuello empujado por el peso de sus collares, pues que duda cabe que también él mismo se compraba joyas para adecuar lo heterogéneo del material a un estilo propio y luminoso.

La cuantía de este fastuoso tesoro en oro siempre ha sido una incógnita, sólo conocida por el propio Mr.T. Además, cualquiera que se atreviera a preguntar podía llevarse un sopapo por curioso. Sin embargo, algunos estudiosos de lo excepcional han ofrecido algunos acercamientos en la distancia.

Según el libro Do sheep shrink in the rain? (The 500 Most Outrageous Questions Ever Asked and Their Answers), el mítico MA Barracus en su época más dorada llevaba encima 300.000 dólares en oro, algo más de 216.000 euros. ¡Y tardaba en enjoyarse una hora!

En diciembre de 1983, Mr.T fue a Washington para servir a su cliente más exclusivo. Fue citado de manera sorpresiva para ayudar a Nancy Reagan a presentar la decoración navideña de la Casa Blanca. El Equipo-A se había estrenado a principios de ese año y BA Barracus todavía no había despuntado como icono global.

Pero la señora Reagan tenía un antojo y lo eligió entre otras figuras más mediáticas (y menos conflictivas) para esta tarea. ¿Por qué lo hizo? Sin duda porque, como buena primera dama, sabía que Mr.T era el que más brillaría junto a las bolas de su árbol de navidad.

Esta fue una de las primeras veces en que Mr.T aceptó un encargo sin recibir dinero a cambio, pues lo hizo gratis y encima soportando tener que ir vestido de Papa Noel. Gracias a un golpe de suerte, aquella noche Nancy Reagan decidió aparecer sin ningún collar al cuello.

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