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Opinión

16 de Enero de 2013

Vivir sin Facebook: Crónica de una rehabilitación

Cada vez es más difícil no tener Facebook, pero lo realmente complejo es cerrarlo una vez que se ha tenido. Cuando uno ya pasó por todas sus etapas, hizo todos los tests de mierda, subió treinta álbumes de fotos e incluso se dio la paja de poner algunos datos en la biografía, como cuándo nació, […]

Romina Reyes
Romina Reyes
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Cada vez es más difícil no tener Facebook, pero lo realmente complejo es cerrarlo una vez que se ha tenido. Cuando uno ya pasó por todas sus etapas, hizo todos los tests de mierda, subió treinta álbumes de fotos e incluso se dio la paja de poner algunos datos en la biografía, como cuándo nació, cuándo salió del colegio o cuándo se cayó de poto en algún carrete. Cuando uno ya hizo escuela en el arte de psicopatear a los ex, o a las ex de los ex, y se resistió de poner “me gusta” en fotos de esas personas que uno no conoce tanto para no dar cuenta del sapeo. O cuando, en un par de horas, una ya se enteró de todas las compañeras del colegio que ahora son mamá, fotos del parto incluidas.

Pero para salirse de Facebook sólo hay que tomar la decisión de hacerlo. Luego, buscar la opción en la configuración de privacidad, ahí donde hay una frase en letras azules que ofrece desactivar la cuenta. Hay que ser fuerte y estar realmente determinado, ya que Facebook hará un último intento de seducirte mostrándote fotos de una serie de personas, afirmando que ellos te extrañarán. A veces la red social le achunta y te pone justo a la prima del sur que no tienes en ningún otro lado y de verdad, la piensas. Otras veces -la mayoría- Facebook hará una selección con gente que ni recuerdas, así que podrás omitirlo y continuar el procedimiento.

Las alternativas que ofrece Facebook para solicitar el cierre es “Facebook no me parece útil, “No sé utilizar Facebook” o “Paso demasiado tiempo usando Facebook”, entre otras. Aunque en realidad, el 90% de los cierres se deben a términos de relaciones amorosas. Pero este no es el caso, el caso es querer salirse de Facebook y quedarse fuera, romper las cadenas (igual que la loca de la moneda de 10 pesos de Pinocho) y gritar ¡Libertad!

Cerrar el perfil ya es un paso. Lo realmente dramático son las primeras horas, sobre todo cuando aparece el primer comentario pseudo irónico-irreverente en la cabeza, ese que de ser publicado tendría muchos “me gusta” y comentarios al pie. Las tentaciones se suceden, aparecen videos idiotas, memes. Columnas de Alberto Mayol, Marco Kremerman o el intelectual de moda, ideales para compartir y dar cuenta de tu progresismo y pensamiento de izquierda. Incluso comienzan las alucinaciones de peleas con el amigo facho en la cual no estás opinando.

Luego pasará lo realmente triste. Te enterarás de un carrete cuando ya todos están con caña, porque la invitación la hicieron por Facebook y obviamente no te llegó. Para esto, deberás educar a tus amigos en el arte de hablar por teléfono o mandar mensajes. Al menos ahora, para ayudarte en esa empresa, existe WhatsApp.

Se pueden pasar días en ese sufrimiento. Preguntándose día y noche qué está pasando en la red social. Es recomendable rayar los días en la pared, igual que los presos, para no olvidar el tiempo que se ha mantenido firme la fuerza de voluntad. Se puede también utilizar un diario para sacarse la ansiedad de escribir cosas. Se puede también volver a Facebook, pero no es la idea.

Cuando se ha logrado ya pasar una o dos semanas fuera de la red social, llega lo realmente angustiante. El evento social cualquiera cuando a alguien se le ocurre sacar muchas fotos con la promesa de que las subirá a Facebook. Esa noche, es probable que vuelva la angustia, que incluso se digite el correo y la contraseña. Que el deseo de ver las fotos donde todos lo pasamos tan bien se vuelva una necesidad vital. Que se sienta una verdadera ansiedad por escribir comentarios chistocitos para que el resto les ponga “me gusta”. Si logra superarse este momento sin volver a abrir el perfil, entonces se habrá llegado al camino de la rehabilitación.

Al final, la cosa es acostumbrarse a estar sin Facebook, a olvidarse que alguna vez existió (de hecho, existe desde el 2004, y en Chile recién se puso de moda el 2008). Otra opción es ahorrarse el sufrimiento y volver a abrirlo a la primera tentación. Total, Facebook sólo te pedirá tu nombre y tu contraseña nuevamente. Y cuando vuelvas, verás que nada ha cambiado. Que todas tus fotos y comentarios siguen en el mismo lugar donde las dejaste. Facebook te recibirá con los brazos abiertos, como si tu traición nunca hubiera sucedido. Igual que en la parábola del hijo pródigo. Facebook es más bueno que Jesús.

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