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Mundo

10 de Marzo de 2013

La venganza del empresario suizo que congeló los sueldos de grandes ejecutivos

Vía El País El 2 de octubre de 2001 está grabado en la memoria de los suizos como un trauma nacional. Ese día se hundió la compañía aérea de bandera, la legendaria Swissair. Sus aviones se quedaron en tierra porque la empresa no tenía liquidez para pagar el combustible o los derechos aeroportuarios. Toda una […]

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Vía El País

El 2 de octubre de 2001 está grabado en la memoria de los suizos como un trauma nacional. Ese día se hundió la compañía aérea de bandera, la legendaria Swissair. Sus aviones se quedaron en tierra porque la empresa no tenía liquidez para pagar el combustible o los derechos aeroportuarios. Toda una humillación nacional que además puso al borde de la ruina a un pequeño empresario, Thomas Minder, el proveedor de los productos de aseo de la compañía. Cuando, con posterioridad, el responsable de Swissair, Mario Corti, fue recompensado con nueve millones de euros de indemnización, Minder decidió poner en marcha una sofisticada venganza contra los ejecutivos de las grandes empresas. El pasado domingo, al fin, la culminó.

Ese día los suizos votaron contundentemente a favor de limitar las remuneraciones de los altos cargos de las empresas cotizadas en Bolsa y acabar con los “paracaídas dorados” o los bonus para ejecutivos de empresas en dificultades financieras.

Del resultado, con un 67,9% de votos favorables, sorprendió que por primera vez en mucho tiempo todos los cantones votaron en una misma dirección. Sin distinciones entre las partes de habla alemana, francesa o italiana. Síntoma claro de un hartazgo de proporciones bíblicas.

Minder, de 52 años, amante de la ornitología y propietario de una fábrica de productos de baño con 120 años de historia, no podía entender cómo Corti, tras hundir y desmembrar Swissair —posteriormente adquirida a precio de saldo por Lufthansa—, recibiera nueve millones de euros en concepto de “paracaídas dorado”. Él tenía un contrato de medio millón de euros con la compañía. “No podía quedarme indiferente ante un robo de esa magnitud. Que se paguen tales sumas a ejecutivos que no han hecho su trabajo me pareció intolerable. Entonces decidí actuar”, explica con pasión Minder.

Minder decidió actuar cuando el responsable del hundimiento de Swissair fue indemnizado con nueve millones
Comenzó en soledad su particular cruzada contra el establishment empresarial suizo. Los primeros 80.000 euros para su campaña los puso de su bolsillo. “Muy pronto me di cuenta de que escribir cartas en la prensa no servía de nada. Entonces decidí invertir en una campaña de denuncia. Recibí en 48 horas más de 3.000 cartas de apoyo de personas que se ofrecieron a darle forma al texto de la iniciativa. Un texto perfecto, sin fisuras ni posibles escapatorias para las empresas tentadas de hacer trampas”, comenta.

Pero Minder se enfrentaba a enemigos muy poderosos personificados en Economiesuisse, el lobby que agrupa a las grandes empresas. Un enemigo capaz de invertir seis millones de euros en una campaña de relaciones públicas para vender al pueblo la inviabilidad de la que se conoció como Iniciativa Minder agitando el espantajo del riesgo de una fuga de empresas del país.

El empresario atiende a EL PAÍS en la sede del Parlamento suizo. Este hombre de mirada azul acero es hoy consejero de Estado independiente. Tras conseguir reunir en 2008 cerca de 115.000 firmas para poder lanzar formalmente el referéndum del domingo pasado, decide en 2011 presentarse a las elecciones. Él es ahora uno de los llamados “políticos milicianos”, que mantiene su trabajo para vivir.

Su batalla contra los ejecutivos no es ideológica. “Yo no tengo nada de ideólogo de izquierdas”, responde entre divertido y molesto. “Pertenezco a la derecha burguesa y liberal. En Suiza, la izquierda quisiera imponer que ningún salario pueda superar en 12 veces al del más modesto empleado de una empresa. Estoy en contra de esas limitaciones que quieren imponer los socialistas. No quiero control del Estado. Lo que quiero es devolver el poder a los accionistas y que el pueblo detente el poder político real. No los partidos”.

Para Thomas Minder, hombre de elegancia impecable, existe un libro sagrado. Se llama Código de Obligaciones, la legislación que rige las sociedades anónimas. “Este código establece de manera categórica que el 100% de los dividendos de una empresa deben revertir en los accionistas y que solo ellos pueden decidir dar recompensas a los ejecutivos que destacan en su gestión. Pero es inadmisible que se lleve un bonus alguien que dirige una empresa que da pérdidas o despide empleados”. Eso va a cambiar ahora con su iniciativa. Otras medidas concretas que emanan de la futura regulación llegan hasta la previsión de penas de cárcel firme de tres años (o más) y multas que pueden llegar a seis salarios anuales para quienes violen las nuevas reglas.

Entre las numerosas acusaciones que Minder hace al establishment helvético, una de las principales es que no existe ninguna relación entre las remuneraciones de los altos ejecutivos y sus resultados. “No existen las leyes de mercado en este mundo; solo el compadreo y los amiguetes que se reparten la tarta”, sentencia. Minder insiste en que su iniciativa no es de derechas ni de izquierdas. “Encabezo un movimiento popular, en la más pura tradición de la democracia directa suiza”.

¿Pero qué es la “democracia directa suiza”? Daniel Ordás, abogado suizo-español, autor del libro España necesita democracia directa, presentado recientemente, explica: “Consiste en dos elementos: las iniciativas y los referendos. Si recoge suficientes firmas, el pueblo vota si quiere esa ley y entra en vigor como si la hubiera elaborado el Parlamento”. Ordás no cree que Iniciativa Minder afecte a la economía suiza. “Más bien creo que esta decisión popular servirá de ejemplo para los Gobiernos europeos, cuyos ciudadanos no tienen derecho a elegir”.

Minder aprovecha para reforzar su recién respaldado discurso: “Europa tiene miedo al voto popular y a la democracia directa. Cuando la democracia muestra su verdadero poder da mucho miedo, porque prueba que la política se puede hacer a favor del pueblo, y no en su contra. A menudo pienso que la principal exportación de Suiza al mundo tendría que ser nuestra democracia directa. Si no queremos que se incendien las calles de Europa, tenemos que devolver el poder a los pueblos”.

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