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Opinión

1 de Abril de 2013

Luciano Rendón: “Cada vez que le daba la espalda a alguien, me llegaba un palo en la nuca”

Con la golpiza que recibió debería estar muerto, pero sobrevivió. Le pegaron con llaves inglesas, puños y recibió un bate con clavos que aún le dejan cicatrices. Luciano Rendón (18) fue atacado el 27 de octubre del 2012, en vísperas de las elecciones municipales. Estaba descolgando carteles de campaña y lo persiguieron. Pero él sabe que no querían amedrentarlo. “Con una patá en la raja me habrían amedrentado, ellos querían matarme y saber que fueron contratados por quienes gobiernan este país me tiene muy mal”, dice.

Romina Reyes
Romina Reyes
Por

“Es fuerte levantarte todos los días y verte con un hoyo en la cabeza. Esta semana tuve la cranoplastía y la estaba esperando, porque pese a que he estado bien, me dolía mucho. Yo he tenido fracturas antes, he estado enfermo antes, pero este es un dolor nuevo. Es como una mezcla de caña y jaqueca permanente. Pero era algo que tenía que enfrentar por las decisiones que tomé. Porque yo decidí no huir.

Esto fue a fines de octubre, en vísperas de las municipales. Un día voy saliendo de mi casa y en la puerta veo un cartel. Yo no di permiso para poner un cartel en la puerta y mis viejos tampoco. Lo rompí y lo dejé ahí pensando que se habían equivocado. Al otro día sin embargo vi que había otro. “Me están molestando”, pensé. Y dije que si querían molestar, yo iba a molestar también. Fue entonces que llamé a unos amigos para hacer una limpieza del sector y sacar esos carteles que además estaban fuera de plazo.

Llegaron seis amigos. La idea no era hacer lo mismo que estos gallos. No queríamos ensuciar. Traíamos la madera pa mi casa pa hacer una fogata y los plásticos los íbamos a ir a dejar a unos contenedores de reciclaje. Un amigo decía que había alguien siguiéndonos, pero siempre ha sido un paranoico. Ve nazis en todos lados, así que lo callamos y seguimos.

En un momento yo estaba bajando una bandera de un poste cerca de Los Orientales y escuché el sonido de frenazo. Miro y veo que había dos camionetas estacionadas en la calle tapándonos el paso e insultándonos.

Al principio pensé que era una confusión. Ver a cabros sacando carteles se puede tomar como vandalismo. Normal, pensé. Me bajé a ver qué onda y veo gallos con bates, con cuchillos, con llaves inglesas. Algo raro pasa, pensé. Ellos trataron de pescarnos a todos. A mí se me acercó un gallo alto, flaco, moreno, curadísimo, casi se tropieza cuando se acerca. Él tenía un palo. Fue el primero que me pegó. Yo lo tiré al piso como pude. Al mismo tiempo, trataba de mirar qué pasaba a mi alrededor porque estaba muy confundido y en eso, un gallo me apuñaló. Me metió un cuchillo en el hombro. Y entonces me confundí aún más.

Yo soy más grande
Mis amigos se separaron, los perdí de vista. Pero el gallo que tenía al frente me apuñaló y me cortó. Yo quedé concentrado en quitarle el cuchillo porque no le puedo dar la espalda a alguien que tiene un cuchillo, si lo hago, me mata.

Se lo quité y lo empujé y lo tiré al piso. Tiré el cuchillo y miré alrededor. Escuché los gritos de mis amigos, ellos habían arrancado. Pero uno de ellos, el más pequeño, estaba tirado en el piso, encogido. Habían ocho gallos alrededor de él golpeándolo con palos, pateándolo. Yo podré ser joven, inmaduro y podré haber hecho tonteras, pero no puedo dejar a un amigo tirado. Quería que se concentraran en mí. Me acerqué por la espalda y le pegué a un gallo. Luego mi amigo me contó que en ese momento lo dejaron a él y fueron por mí.

Ya me habían apuñalado, eran más que yo, tenían auto. Si arranco, me van a perseguir, pensé. ¿Qué Hago? Pensé en meterme en una casa, pero pensé también que no tendrían problema en echar la puerta y entrar si ya me habían apuñalado. Entonces llegaron más gallos desde Grecia. Me detuve hasta que estuvieron encima de mí y me congelé un segundo. Tenía que defenderme, pero más que nada tenía que salir de ahí. Entonces me pegaron, y me defendí como pude. Peleando, empujando, tratando de encontrar una abertura para arrancar. Me golpearon mucho, quizá ya no se nota, pero tenía las manos y los codos deshechos a palos. Y me pusieron muchos palos en la nuca. Cuando le daba la espalda a alguien, me llegaba un palo.

Ellos deben haber estado muy curados porque se caían. En un momento miré a mi alrededor para buscar a mis amigos, y escucho pasos atrás. Me doy vuelta y veo a un gallo grande. Me costaba distinguir caras y detalles por la típica luz naranja de noche que no alumbra nada. Pero era un gallo gordo, moreno con un bate con cosas brillantes. Me congelé porque era un bate lleno de clavos. Primera vez que veía uno. Si le daba la espalda, me iba a matar. Así que me concentré en quitárselo y seguir buscando un lugar para salir.

El golpe de gracia
Yo sólo quería sacarle eso para que no me matara. Cuando me acerqué para tratar de quitárselo, me dio un golpe. A estas alturas ya no se nota mucho, pero me dio en la mano. Yo pude sentir cómo la punta del clavo presionaba por el otro lado. Me desesperé. Ya me habían llegado muchos palos en la cabeza. Muchas patadas. No sabía qué hacer. Deben haber pasado 10 minutos, pero cuando te apalean es eterno.

No podía hacer nada. No podía hacer un puño porque tenía la mano desecha. Y me rodearon. Y empezaron a patearme, a agarrarme a palos. Muchos palos. Yo me cubría lo más que podía para aguantar, porque no sabía qué podía pasar si dejaba de defenderme. Ahí me pusieron un golpe bueno en la nuca, y quedé tirado. Nunca estuve inconsciente, pero fue un dolor abrazador.

Ahí los gallos se fueron. Levantaron a los curaos, recogieron los palos, se subieron a la camioneta y desaparecieron. Pero antes, una camioneta se me tiró encima. La camioneta me pegó en la pierna. Ahí quedé tirado. Ellos deben haber escuchado el sonido del golpe. Fue un golpe en el muslo, no fue nada, pero ellos deben haber pensado que me mataron. Y se fueron defitinivamente.

Cuando ya no escuché la camioneta, me paré. Traté de cachar dónde estaban mis amigos. No podía dejarlos botados. Y caminé por el medio de la calle, todo se movía muy rápido y los sonidos se escuchaban lento. Traté de concentrarme y pensar porque estaba muy acelerado y me fui. Es lo último que recuerdo antes de ver luces de nuevo. Pensé que habían vuelto, pero del auto se bajó un tipo que me tocaba los bolsillos. Yo no veía ni escuchaba nada, sólo sentía. Entonces me eché para atrás, me toqué y sentí mis manos desechas. Me toqué la nuca y no sentí huesos. Mi cabeza era una pelota blanda. Me asusté mucho. Pensé que debía estar muerto si tenía roto el cráneo. Y ahí quedé.

El rescate
Desperté después de un mes en el hospital. Cuando me levanté, me vi desecho. No sabía dónde estaba ni qué había pasado. No sabía si lo que recordaba era real. Desperté en un lugar extraño y me faltaba un pedazo de cabeza. Y fui redescubriendo todo.

Recordé de a poco. Con la ayuda de mis amigos que me contaron, porque les pegaron a todos pero nadie quedó tan mal. Fui recordando y atando cabos. Como cuando se te apaga la tele y luego vas reconstruyendo la escena.

Yo estaba sacando carteles y estos gallos no estaban en ninguna casa, no los atacamos personalmente, entonces ¿por qué nos atacaron?

Todo esto de los brigadistas es nuevo para mí, yo no sabía que eso pasaba. Fue súper fuerte. Que te peguen unos flaites es una cosa, pero que sean flaites contratados por candidatos políticos, fue tremendo. Porque no trataron de amedrentarme. Amedrentarme habría sido pegarme una patada en el poto y gritarme. Pero ellos me patearon la cabeza, me apuñalaron y me atropellaron. Estamos hablando de un grupo de adultos armados atacando a niños. Ellos estaban haciendo su trabajo, son basura, pero también son basura los que los contrataron. Y parece que es la basura que gobierna mi país.

¿En qué lugar vivo? ¿Cómo es posible que pase esto? Todavía no sé muy bien qué pensar”

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