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Opinión

9 de Mayo de 2013

La cuadra de Cleveland donde ocurrió el triple secuestro

La cuadra donde Amanda Berry, Gina DeJesus y Michelle Knight estuvieron en cautiverio luce tranquila y pacífica. Jonny Dymond, de la BBC, habló con los vecinos del lugar, quienes aún intentan explicar cómo nunca se dieron cuenta de lo que allí pasó durante diez años.

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Es difícil imaginar un lugar comparable al horror de una década de confinamiento, una niña nacida en cautiverio y tres mujeres a las que se les robó su juventud.

Pero a pesar de lo depravado que resulta ser el crimen, la avenida Seymour es increíblemente normal.

Al final de la calle hay una iglesia luterana de ladrillos muy rojos con una cruz de metal en su pared trasera.

El tráfico fluye gentilmente a través de la avenida de unos 200 metros. A medida que caminas por sus aceras se puede escuchar a los pájaros cantar desde los árboles que están a uno y otro lado de la vía.

Algunas casas lucen haber tenido mejores tiempos. La pintura cae de las paredes en algunas de ellas.

Pero no lucen amenazantes. Los residentes se sientan en sus porches para ver el tiempo transcurrir bajo un clima cálido. Es un lugar amigable y los vecinos hablan entre ellos sin problemas e incluso con los extraños que de un día para otro han llegado a la zona.

Hay un trillado estereotipo sobre el tipo de persona que pudo haber llevado a cabo el crimen que por mucho tiempo estuvo oculto en la casa número 2204 de la avenida Seymour, donde habitó el callado residente que escondió lo que allí ocurrió.

Ariel Castro fue acusado de secuestro y violación de las tres mujeres. A sus hermanos no le presentaron cargos.

Ariel Castro, acusado del secuestro y violación de tres mujeres, no cumple con ese estereotipo.

Mientras la información emerge sobre su pasado de violencia doméstica, sus vecinos más inmediatos conocían a un hombre distinto.

Justo cruzando la calle, Aurora Marti, de 75 años, recuerda asombrada las visitas de Castro. Ha vivido en la avenida Seymour durante 27 años.

“Demonio”

Algunos -con el beneficio de la retrospectiva- afirman que sentían que había algo malo en esa familia, algo diferente.

John Papow, que trabaja como técnico en informática, creció con los hermanos de Ariel Castro, Onil y Pedro, a quienes el fiscal no les presentó cargos.

“Ellos nunca hablaron sobre sus vidas personales”, dice. “Me puse a pensar cuando todo esto se supo y creo ‘oh Dios ¿qué me perdí?’ Esta persona vino a mi casa, estuvo en mi garaje”.

La realidad de la situación comienza a aflorar. “Tengo una hija de la misma edad (de las mujeres desaparecidas), mi hija Eugenia”, dice Papow.
“Ahora veo al otro lado de la calle y veo a ese monstruo. Un demonio”.

Papow no es el único que piensa en lo que pasó.

Algunos vecinos ahora se preguntan cómo nadie se dio cuenta de lo que ocurrió durante tanto tiempo en la casa número 2207.

La avenida Seymour no es una de esas con cercas de madera blanca donde todo el mundo sabe quién es quién. Hay una población que viene y va y muchos optan por no relacionarse con otros.

Algunos como Brian Cummins, concejal de la zona, creen que ir a la policía porque ven algo extraño es como meterse en la vida privada de los demás.
El hecho de que muchas casas están deshabitadas y con maderas sellando las ventanas, no revela nada extraño.

Dada la cantidad de gente que se ha acercado a la avenida para ver la vivienda donde ocurrieron los crímenes, hace pensar que el vecindario ya no será el mismo de antes.

Pero pasear por las calles de los alrededores trae de nuevo la paz.

Un pequeño camión vendiendo helados pasa lentamente por la calle. Sus campanadas resuenan en una tarde soleada, poniendo de relieve cómo el mal y la inocencia vivieron aquí, uno junto a la otra.

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