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Cultura

26 de Agosto de 2013

Decur, el último fenómeno de la ilustración argentina: “Estoy vivo gracias al dibujo y a Liniers”

“En Argentina están los porteños y todos los demás. Soy el representante oficial de todos los demás”, dice Guillermo Decurgez para explicar la timidez y el nerviosismo que lo sacudía antes de la charla que el pasado jueves dio en Universidad Católica sobre las ilustraciones -o el alma de los libros- que lo han convertido […]

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“En Argentina están los porteños y todos los demás. Soy el representante oficial de todos los demás”, dice Guillermo Decurgez para explicar la timidez y el nerviosismo que lo sacudía antes de la charla que el pasado jueves dio en Universidad Católica sobre las ilustraciones -o el alma de los libros- que lo han convertido en la nueva revelación gráfica de Argentina.

Invitado a la Feria Internacional del Libro Infantil y Juvenil, Decur saborea su visita a Chile como el protagonista de una película cuyo guión tuvo un giro radical en 2010 que lo llevó desde una fábrica gris en Arroyo Seco a un mundo inundado de colores y personajes imperfectamente bellos que él mismo crea, aún asombrado de que hacer lo que ama sea su profesión. Porque Guillermo, antes de ser Decur, fue albañil, operario de una fábrica de General Motors -donde colocaba 140 puertas de auto por día- y trabajador de un cibercafé. Y antes de todo eso fue “un pibe terrible, que quería hacer reír a todos y en eso iba al frente todo el tiempo. No era un chico malo, sí pelusa. Me gustaban todas las materias en que había que dibujar, geografía, biología, ahí sacaba diez. Si toda la matemática hubiera sido dibujada, soy un genio. Y bueno, mi padre trabajó toda su vida en una fábrica química. Aprendió eso de su padre y me lo enseñó a mí también”.

¿Y tú creíste que podías ser feliz en una fábrica, lejos del dibujo?
Es que tuve una infancia muy feliz. No hicieron tanta falta los libros en esa época, la vida estaba afuera, con los demás pibes. Lo pasé muy bien. Pasa que cuando de pibe te la pasás sólo divirtiéndote, llega un minuto en que tenés que tomar decisiones y no la pensás bien. En mi caso, para mí lo que quería mi viejo, era lo correcto y para él la felicidad pasaba por trabajar en una fábrica. Es completamente comprensible. Él no conocía a nadie que se dedicara al dibujo como trabajo. Él no conocía eso y además es cierto que quienes pueden vivir de esto son contados con los dedos de la mano, entonces para mí lo lógico siendo pibe era hacer lo que hacía mi papá.

 

¿Cuándo comenzaste a trabajar?
A los 15 años. Me salí de secundaria porque repetí en las materias más importantes de la escuela: matemática y contabilidad. Le dije a mi viejo y él me quería matar. Me dijo “si seguís en la escuela te compro un auto chico, un fitito. Pero si salés, te venís a trabajar conmigo”. Él trabajaba en la fábrica, y además hacía de gasista, peón de albañil, colocación de cloacas, lo que fuera, menos cosas relacionadas con electricidad. No alcanzaba con lo de la fábrica para vivir. Y bueno, hace poco me dijo: “Yo trabajé toda mi vida y no tengo nada”. Era lo mismo que me estaba pasando a mí en General Motors. Me refiero a lo económico, porque mi viejo fue feliz con su vida, yo no. Siempre estaba el dibujo molestando, como un fantasmita, pero no le hacía caso la verdad.

¿Por qué?
Porque eran otros los objetivos. De los 15 a los 19 trabajé con mi viejo y luego entré a General Motors y no te imaginás la felicidad de mi familia: había logrado la meta. En la fábrica estuve cuatro años y de tanto laburar tuve una doble fractura de disco, como si me pusieran una aguja entre las vértebras. Me molesta todavía, pero sólo cuando hay mucha humedad. Bueno, entonces me echaron y ahora creo que tuve suerte, porque si no las manos me iban a cagar, así peor, porque era un trabajo re duro. ¿Sabés lo que es abrir una coca-cola y que te duelan los dedos? A veces me da bronca y digo “ché, qué hacías ahí”, pero no tenía elementos culturales, era mi camino lógico: cobrar el sueldito, depender de ellos. Hoy tengo poder de decisión sobre lo que quiero, antes no. En ese minuto, cuando me echaron, me quedé como en la calle.

¿Y qué hiciste?
Vivía con mis viejos. Me puse a trabajar en un ciber, me dio depresión, terminé con mi novia de ocho años, me la pasaba de la cama al ciber ¡Chupaba un huevo! Me cerré, venían amigos a buscarme y no quería salir. Sentía que era un fracasado sin la fábrica. Fue bravo. Estaba viviendo todas las fases de la depresión: primero me encerré en la vida, luego en la casa, luego en la cama. La última etapa es que te morís. Yo llegué hasta la etapa de la cama. Todas las noches pensaba: no me quiero despertar mañana, no quiero saber más nada. Cada vez que pensaba en irme de este mundo ese año, 2009, pensaba en que iba a nacer mi sobrina, y decía “no puedo hacerle esto a la piba”. Ella es mi consejera, en el “Pipí cucú” la publiqué. Se sienta en el escritorio y le digo “te gusta esto”, y me responde “y sí, pero en otro color”. Ella me mantuvo acá, ella y Liniers.

¿Cómo?
Un día en 2009 estaba haciendo un zapping en la televisión -estuve dos años haciendo zapping (risas)- y vi a Liniers. Era una nota de canal A donde él hablaba de lo que hacía y decía: bueno, estos son mis dibujitos, voy a mostrarlos a tales países. Los miré y eran bellos y simples. Yo estaba siguiendo a Fontanarrosa, a Quino, monstruos inalcanzables y dije “esto es para mí”. Fui a ver a internet y Liniers venía publicando desde 1999. Pensé “puta madre, lo que me estaba perdiendo, lo que está pasando y sin darme cuenta”. Yo con mis amigos era tomar, comer asados, hablar boludeces. No podía decirles: miren, tengo depresión. Era muy difícil compartir una tristeza, más una alegría. Y viajé a Buenos Aires, a entregarle un regalo a Liniers.

¿Viste lo de Liniers y se produjo en quiebre, una especie de despertar?
Claro, fui al ciber y luego partí a Rosario a comprar todo lo de Liniers. Y como él hacía referencia a Borges, a Cortazar, me fui metiendo también ahí. El libro clave fue “El conejo de viaje”, que son escenas de sus viajes. En una escena va leyendo Rayuela. Yo no había leído nada. En la fábrica no te quedaban ganas de leer. Mi viejo ahora recién está leyendo mucho, porque lo proveo y estoy seguro que nuestros diálogos hoy son distintos desde hace una década. Bueno leí, leí y comencé con el blog. A los seis meses ya me seguía Liniers y dije “esto anda bien”. Renuncié al ciber y fue todo un año donde mi viejo me pagaba hasta el celular. Le decía “mirá viejo, me está yendo bien, me sigue hasta Liniers” y él con cara de no entender nada, pero le dije “o es el dibujo o me mato”. Y él apostó por mí. Debe haberme visto vivo otra vez.

Para tus padres debe haber sido raro que optaras por dibujar.
¡Sí! A mi vieja le preguntaban en el pueblo “y qué hace Guillermo”. Y ella: ahí está con los dibujitos, que era como decir que era un vago, un boludo. Ahora llego con diarios importantes donde me hacen notas, y ella va por las casas y cuenta: “Dibuja mi hijo, eh”. Es sorprendente como todo a cambiado. A veces le digo a mi viejo “Ché, me pagaron tanto por este trabajo” y él abre así los ojos, porque equivale a, no sé, tres sueldos de la general motors. Y entonces va y dice “mi hijo es dibujantes, sabés”.

Pero el proceso antes de ser publicado, cuando dejas de trabajar y te dedicas al dibujo, debe haber sido complicado
Muy. Estuve todo el 2010 sin recibir un mango. En noviembre de ese año yo tenía ya tanta vergüenza de no tener un peso y no tener expectativas porque no me habían pescado en una editorial pequeña que digo “ya está, vuelvo a trabajar y dibujo en paralelo”. En esto estaba cuando me llega un email de editorial La Flor y yo pregunto “y habrá un adelantito” y no, no había, pero dije no importa. Vamos. Con ellos publiqué Merci. No te imaginás cuando me reúno con el editor y pienso “esta es la misma silla donde se sentó Quino, Fontanarrosa”. Después de ese libro, todo fue como una película.

Ahora incluso estás embarcado en una novela gráfica con Liniers.
Pero todavía me pongo muy nervioso con él. Él me dice “basta de agradecimientos” y yo no puedo parar. Porque no es que gracias a él estoy dibujando, sino que estoy vivo gracias al dibujo y a Liniers. Estamos haciendo una novela entre los dos, un cadáver exquisito. Estamos laburando muchísimo. Ni siquiera en La Nación él publica con tanto detalle.

Aparte de Liniers, ¿a quién le reconoces influencia en tus dibujos?
Él, PowerPaola, muchos más. Una vez me dio rabia porque un dibujante, que no es Liniers, me dijo “fijate que esto que hiciste se parece a esto que había hecho yo”. Eso me hinchó las pelotas esa boludez de pensar que todo lo sacás de adentro y es originalísimo. David Gilmour decía que para que algo brote de adentro, primero tiene que entrar. Y Fontanarrosa, más directo, decía que el dibujante que diga que no copia es un mentiroso. Tienen razón: uno se nutre y todo se mezcla al salir. Cortázar consumía a Poe y claro, se parecían, pero Cortázar es Cortázar, no Poe.

¿Fontanarrosa y Quino eran tus ídolos de pequeño?
Sí, me frustraba no poder ser tan perfecto como ellos. Ahora me enamoré de las desproporciones, la imperfección, el error. A Quino lo conocí con Alberto Montt y me acordé cuando miraba sus dibujos de pibito. Le dije, de boludo, “yo intentaba copiarte de chiquito”, porque no sabía qué decirle, estaba nervioso. He visto a pibes pequeños llorando por él y grandotes también. Él ya no publica, por el problema a la vista, pero firma libros y hace un tiempo en una firma un chico de mi edad le dijo “me hacés una Malfalda y yo me lo tatuo” y Quino se la dibujaba y el chico lloraba como bebé. Es que Quino es millones de veces más importante que el Papa.

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