Secciones

The Clinic
Buscar
Entender es todo
cerrar
Cerrar publicidad
Cerrar publicidad

Opinión

9 de Septiembre de 2013

Jorge Bustos, el hombre que reclutó a Cecilia Magni y a Ramiro y fue clave en la lucha armada contra la dictadura

Jorge Bustos Bustos era, en 1973, un desordenado de 17 años apodado por sus vecinos de la población 18 de septiembre como “capitán veneno”. Cuando se produjo el Golpe, su madre, Yolanda, le dio la orden de combatir. Y obedeció: fue uno de los jefes de zona de las Juventudes Comunistas y en esa calidad recluto a Cecilia Magni, la mítica comandante Tamara.

Compartir


No fue el dolor el motor de los supervivientes del Golpe, fue la vida, esa que tiene origen en la matriz. Las madres los formaron así, “paráos, chorizos”, no tenían alternativa. Con la serena firmeza con que hablaba el Presidente Allende, el 11 de septiembre del ´73, Yolanda le dijo al menor de sus hijos: “ya poh compadre, nos vemos después, cada uno a lo que hay que hacer, y si no, nos vemos…”. Jorge Bustos, en ese entonces de 17 años, salvó hasta octubre. Luego fue uno de los niños torturados en la Academia de Guerra de la Armada y detenido luego en el buque Lebu.

El Lebu, propiedad de la Cía. Sudamericana de Vapores, era una de las tres embarcaciones, junto al Maipo y la Esmeralda, que fueron usadas como cárcel para los prisioneros políticos en Valparaíso. Allí, hacinados, torturados y vencidos, los marinos les dieron muestra de su entrenamiento. Pero no pudieron borrar la sonrisa de ese niño que años después impediría una visita de Pinochet a Lota y reclutaría para las JJCC a Cecilia Magni, la comandante Tamara.

Jorge Bustos Bustos, un desordenado apodado por sus vecinos de la población 18 de septiembre como “capitán veneno”, tenía en Yolanda, su mamá, el principal referente y la máxima exigencia moral.

En 1984, haber sobrevivido ya no era tema. Como jefe zonal en la Octava Región, supo que el dictador visitaría Lota. Era el momento de la venganza. Con el recuerdo, la risa lo inunda, como casi siempre.

-No lo dejé entrar a Lota-Coronel. A mi me habían mandado a reorganizar la cosa allá y en ese proceso se anuncia la visita del caballero. Con mi novia, la madre de mi hijo Jorge Emilio, le hicimos el recibimiento como correspondía. Lo que más teníamos era amongelatina y la noche anterior a su visita volamos unos postes y la línea del tren. Hicimos una demostración de fuerza, él se asustó y no fue.

¿La J lo había mandado?
-La J había definido que el elemento militar era central en la política. Y son los jóvenes de ese entonces los que más aportamos, somos los que armamos el Frente Cero, que es el primer nombre que tuvo el aparato militar del Partido Comunista.

¿Por qué se llamó así?
– Por la Revolución Sandinista, empezamos a formar estos equipos, pero después se crea una contradicción entre la decisión centralizada necesaria para golpear a la dictadura y las necesidades regionales. Y por eso se crea el Frente Patriótico Manuel Rodríguez.

¿Cuál fue su responsabilidad en ese proceso?
-Yo era jefe zonal en Concepción de la integración del aparato militar o de autodefensa de masas de la J. Entonces tejimos las redes, buscamos compañeros que estuvieran “limpios”, porque ya habían caído otras direcciones. El trabajo fue largo y tedioso, no era fácil instalarse. Podríamos decir que hay connotados defensores públicos, ex secretarios regionales, que se auto-reconocen en esta historia.

Se niega a dar nombres, sonríe de nuevo y se limita a decir que “ellos saben”. Jorge Bustos tiene cierta alergia a los intelectuales y lo recalca.

– Lo más interesante de esa acción de Lota tiene que ver con la participación de quienes la hicieron, porque no fueron los niñitos de las universidades, sino mineros y trabajadores.

– ¿No hubo represión?
– No, parece que quedaron muy sorprendidos porque ellos creían que como habían asesinado al jefe del PC en la zona, Víctor Hugo Huerta Huerta, ya tenían el control.

Es un contexto de mucha represión.
-Sí, hay una redada, al parecer nacional. Cayeron los que hicieron la acción del túnel en La Ligua y Cabildo, y en Concepción cayeron los hijos de Sebastián Acevedo, además de Huerta. Teníamos organización con elemento militar en Santiago, Valparaíso y Concepción muy potentes y se habían hecho cosas como para el aniversario 51 del PC. Si los postes hoy no tienen hoyo en el medio es porque para ese aniversario, sólo en la Quinta Región, volamos 51 postes.

Insiste en destacar el rol porteño.

-Además, el equipo de “los comandantes” es de la Quinta Región. Ahí estaban Ramiro (Mauricio Hernández Norambuena), la Tamara (Cecilia Magni), los Bejas (Mauricio y Arnaldo Arenas Bejas), eran de acá. Todos, a excepción de José Miguel (Raúl Pellegrini) e incluso el que los delata (Luis Arriagada Toro, “Bigote”), eran de acá.

– ¿Por qué fue seleccionado para esa labor de jefe zonal?
– De haber trabajado en la dirección regional en la Quinta región se me pasa a nombrar Jefe Zonal.

– ¿Ud. tenía algún curso?
– Sí poh, yo fui adiestrado en Cuba en 1981.

Siempre habla en plural aunque muchas veces se trataba sólo de él. En ese tiempo tenía 25 años, estudiaba, trabajaba y peleaba. Había sido cantante de peñas y “canuto”.

Detenido por ser del CUR
No recuerda la fecha, sólo que era octubre de 1973 y que llegaron los marinos a su casa a buscarlo por ser del Comité Unitario de Resistencia.

-La orden del partido y de la J era que donde pudiéramos escribir CUR, lo hiciéramos. Yo escribí donde no debí, me pillaron y me denunciaron. Cuando se reanudaron las clases, después del Golpe, volvimos a estudiar y yo pescaba todos los boletos de micro y papeles que encontraba y ponía CUR. Después me entero que me andan siguiendo y me arranco del instituto comercial, con la del pillo.

-¿Qué pasó entonces?
-Después de unos días, volví a mi casa. En la población había solo un teléfono y por lo tanto, quien avisó a los infantes de Marina, fue el dueño.

¿Ahí vivió siempre?
-Sí, hasta hace seis meses. Vivía con mi mamá, mi hermano, mi viejo y mi abuelo.

¿Cómo fue la detención?
-Estaba acostado cuando suena la puerta. Mi abuelo, Ángel Custodio Bustos Poblete, que era anarquista de la IWW y había sido preso de la otra dictadura, sabía lo que venía, les echó la bronca: ¡Carajos! Pero le pusieron el fusil en el pecho. Me nombraron y les pregunté si podía llevar mi frazada.

Bustos ya sabía también algo de lo que sucedería, pues varios de sus amigos, entre ellos dos muchachas Mónica y Claudina, habían sido detenidos y luego dejados libres e incluso algunos se habían escapado y le habían contado que los llevaban al estadio de Playa Ancha, al Lebu, al Maipo o a la Esmeralda. Los dos primeros eran de la empresa privada.

-Al detenerme, los tipos estaban camuflados, después lográbamos distinguir bien sus rostros. Ellos me subieron a una camioneta y que me tapara con la misma frazada que llevaba. Me llevaron a la Academia de Guerra y ahí el recibimiento fue completo. La cosa partió con que me bajaron de una patá en el trasero, después culatazos iban y venían.

Bustos, nervioso pues es la primera vez que relata lo que vendrá en detalle, ríe a carcajadas, es su característica para lo bueno y esto. Luego se pone serio.

-Me desmayé dos veces. Ellos sabían golpear, entre los pulmones y los riñones o debajo de las costillas y dejaban sin aliento. Creo que fue un proceso de ablandamiento. Luego nos suben al último piso de la academia, tercer o cuarto, y nos dejan en una pieza de los no interrogados. Éramos como cien, pero no se bien, porque estaba con una capucha, la “negra hedionda”. Escuchabas cómo corrían, pegaban, bramaban y sabías que te venía, así es que había impaciencia, miedo. Y después te llaman.

¿Eran varios?
-No, pasé solo. Habían dos tipos adentro. Logré reconocer a uno. Me preguntan entonces cuánta gente hay aquí y les digo: dos. Me acelero y les digo que conozco a uno de ellos. Lo reconocía por los zapatos y dije quién era: Oscarín, un vecino del cerro del frente que ayudó a mis dos amigas presas en La Esmeralda y que cuando las liberaron, él apareció en la casa. Ahí le mire los zapatos, que además eran bonitos, café, de gamuza. Y después los vi, cuando él me torturaba.

¿Todo esto en medio de la tortura?
-Antes de esa pregunta me habían sacado la cresta, me habían puesto la corriente y que yo mismo me la pusiera. Creo que los desarmé cuando me preguntan a qué partido pertenecía y les dije que a ninguno, y cuando me dijeron cuál me gustaba, les respondía que el Comunista. Creo que me ahorré como dos horas de tortura.

¿Cómo, le hacían que Ud. se pusiera electricidad?
– Había una máquina que produce no sé cuanto voltaje. Entonces eso lo ponían en los testículos, en los ganglios y ellos daban vueltas y te daba la corriente. Después te decían que lo hicieras solo: colócatelo aquí, aquí y allá y da vueltas a la manilla.

¿Oscarín le preguntó algo más?
– Sí, porque hacía eso del CUR. Le respondí que me pareció injusto que se llevaran presas a unas amigas. Creo que me torturaron hasta como las seis de la mañana, porque cuando me sacaron estaba amaneciendo. Me hicieron firmar una declaración y me llevaron al Lebu.

¿Hay algo más que recuerde?
Algo muy dramático, nos ofrecieron cigarrillos (los famosos Cabaña), café y preguntan quién quiere ir al baño. Y yo, saco de bolas, me pongo primero. Salimos en fila, con capucha, al baño, y me llegó un combo en la boca, me hicieron correr y choqué con una muralla y nunca más me puse primero. Cuando llegamos al baño nos orinamos. Ahí vi una discusión entre tres tipos, uno joven de pelo ondulado, estaba de buzo de obrero y los otros le decían: Traidor, conchetumadre, te vamos a matar, nos delataste. Volvemos a la sala de interrogados y este muchacho de buzo se fuma un cigarrillo y se tira del cuarto piso. Yo grito: Se mató un hueón.

¿Qué pasó?
-Los tipos que estaban de guardia dicen que hagan sonar las alarmas porque uno hueón ensució el piso. De ahí nos sacaron la cresta, no me pude salvar porque los tipos preguntaban quién lo mató.

Y después, ¿al Lebu?
-En la tarde nos llevan al Lebu. Me hacen bajar a la bodega, donde había una cantidad enorme de tipos con barba, sin ropa, parecían náufragos.

¿Era el único niño?
-Había un niño antes, el Lolo, que era del Cerro Alegre. Ellos eran como los pitucos de la izquierda, tenían pavimento. Arriba y abajo.

¿Qué sucedió en el Lebu?
-Habían colchonetas en las esquinas; tambores para cagar y mear que se sacan una vez al día con guinche. Estábamos en el molo de abrigo de Valparaíso, casi al llegar a la esquina del lugar más profundo.

¿Era mucha la desconfianza?
-Yo no desconfiaba, pero la primera pelea que tenemos es que ellos me tratan de inconsciente porque el 14 de septiembre habíamos generado una casa de putas no menor, habíamos disparado unas ráfagas para declarar que daríamos la pelea en el puerto, y mientras ello sucedía, a lo presos les sacaban la cresta.

¿Cómo transcurrieron los días siguientes?
-Al otro día te das cuenta de la capacidad de organización de la izquierda. Teníamos ajedrez, cartas, desayuno, doctor, cura, se hacía misa, se jugaban a la pelota, y si te pegaban una patá, una más no era na.

¿Hubo otras discusiones?
-Con el Lolo que creía que estaba ahí para sapear. Pero pasó, después me encontré con más de mi edad. Habíamos como diez. No me olvido del doctor Fisher, andaba con pantalones rojos y en la noche lo llevaban a La Esmeralda a ver cómo estaban los heridos.

¿No hubo más tortura?
-Solo un incidente. Termino de lavar la loza y un tipo con capucha me dice. ¿Qué edad tení? Yo 17, ¿y tú? Me responde: 18, pero voh estay allá, abajo y yo, acá arriba. Le dije: Y ¿pa qué te preocupai si después, voh vay a estar abajo y yo allá arriba? Me daba lo mismo, había que pasar el día. Nos bañábamos con manguera en la cubierta, nos resbalábamos y sacábamos la cresta, todos en fila mirando al mar. No sabíamos qué pasaría.

Jorge Bustos Bustos estuvo allí 8 días, según recuerda. Antes que le avisaran que tomara sus cosas, su mamá ya lo estaba esperando en la entrada de la Academia.

-Lo terrible fue la salida, cuando me llaman y que agarré mis cosas, las metí en unos bolsos de papel. La gente me escribía en los bolsos sus nombre y las direcciones de sus familiares para que les avisara que estaban allí, vivos. Tengo compromisos impagos de no haber llamado a algunos.

Su mamá esperaba.
-Sí, allí estaba. Nos sacaron en un jeep de vuelta a la Academia y allí estaba con una prima. No sé si nos abrazamos, pero sí que me la prometí cobrarla, o te la cobrai o llorai, no hay términos medios.

¿Su mamá se quebró?
-Tengo el problema de mi madre, a ella la echaron del partido, era arisca, no aguantaba pelo en el lomo, estaba clarita, era obrera textil y encargada de conflictos de la CUT en Valparaíso. Trabajaba haciendo los trajes de alta montaña para los milicos, pero el 72 la echaron.


¿Y su papá?
-Mi papá bailaba bien tango y milonga. Él era mi taita, el mino de mi mamá. Mi papá estaba con su familia.

Es fuerte para Ud. el recuerdo.
-Es un motor ver cómo se para en la vida la vieja y lo que te pone de ejemplo, si era una mina con tercero de preparatoria y fue capaz de sacar sola adelante dos tipos. Ella era un personaje, se mandaba unos discursos que no logro dar aún. Por eso, al salir, sabía que tenía que cobrármela.

¿Cómo?
-Tengo la impresión que el despertar a cobrármela fue tardío, me tomé muchos años de asueto. No sé si eso me salvó la vida, creo que todos tenemos un destino definido. Las cosas no se puedes volver atrás, he sido parte de la construcción de la historia al menos de la resistencia y si me muero, me puedo morir tranquilo, no me resté a ninguna experiencia, me cagué de miedo, pero lo superé.

¿Qué pasó luego?
-Vino un tiempo de letargo, de no decirme nada porque había sido torturado. Cinco meses después llegó la gente de la J a verme, había que seguir peleando, había caído preso el encargo de propaganda del regional y los pocos que quedamos parados éramos de la pobla y tuvimos que hacer una acción con volantes. Los hicimos con stencil y teníamos que cortarlos con tijeras de sastre de mi abuela Pichina (no era mi abuela, pero yo fui el último de los 12 huachos que crío).

¿Se pusieron a trabajar de inmediato?
-Sí, para el 57° aniversario del PC colgamos de la actual intendencia tres lienzos largos y después tiramos volantes. Ya había más gente. Pero igual hay un proceso en que yo no entendía bien el cuento.

¿Qué hacían?
-Acciones de propaganda, rayados, barricadas, cadenazos. Te decían hay que cortar la luz y teníamos un grupo de locos héroes, que sin saber nada nos sentábamos a planificar y lo hacíamos. Una vez, con chancha (carretones), trasladamos grandes sacos paperos de viruta con tarros de bencina adentro y roseados con petróleo a la avenida Pedro Montt con Plaza de La Victoria y los prendimos. Al otro día, el titular de La Estrella decía: Extremistas que se movilizaban en camioneta hacen barricada. Y nosotros, con suerte, andábamos con plata para la micro. Después de eso me mandaron a Cuba y el tema fue avisarle a mi mamá. Le digo: Mamita, tenemos que conversar, siéntate, y le cuento. Ella se para, me abraza, estaba muy orgullosa. Imagínate, era la más feliz porque su hijo iba a ser guerrero. Esa gueá me marcó, no podía fallarle, el 73 fue lo mismo.

Ya no hay risa. Los ojos húmedos se rebalsan por primera vez en la entrevista.

¿Era su primer viaje?
-Era la primera vez que veníamos a Santiago. Éramos dos los elegidos. Íbamos luego de la pobla a Europa, a Roma. Le conté a una amiga y me llevó en auto al aeropuerto. Volamos luego de Roma a París, Frankfurt y a Praga, pensábamos que nos iban a mandar a la URSS, pero nos fuimos a Cuba. Lo nuestro allá era inteligencia urbana. Era una instrucción casera. Estuvimos seis meses y volvimos nuevamente por Europa. Era época de mundial y mi cuento era que venía de allá. Pasé a Brasil y en el avión a Santiago mostré las fotos, me hice amigo de una familia con dos niñitos y bajé con uno de los niños en brazos.

¿Volvió a Valparaíso?
-Sí, pero la cosa estaba complicada y al poco tiempo Cluadio (Molina) me dio la orden de irme por seguridad e inicié entonces un proceso más interesante. Celebramos que iría a otra pega. Esa noche salimos en un Fiat 600 los cinco de la dirección y nos paran los pacos. Les dijimos que festejábamos mi nueva pega y ellos nos dijeron que lo pasáramos bien. Ahí pasé a ser el jefe zonal de la Quinta Región.

¿Qué hizo ahí?
– Empezamos a reclutar gente que estaba en la zona y otros que se venían incorporando. Me tocó reclutar a la Cecilia Margni; al Ramiro y el Salomón, ellos eran de una estructura descolgada del MIR. Después vino José Miguel, y no cachaba lo que teníamos reclutado, venía él a reclutarme. Me dijo: queremos integrarte a una unidad. Yo los escuché y le dije: Es una falta de respeto lo que están haciendo, yo tengo unidades de combate, con capacidad de fuego y entrenada. Me preguntó cuánto, y le informé e hicimos traspaso. Ahí nace la tesis de la necesidad de un equipo centralizado, a finales del 83.Los regionales se oponían, pero soy uno de los que propone eso y quien escribió el documento, fue la Cecilia. Pero luego caen mis primos y mi tía y tuve que salir. Me llevan a Santiago, me despercuden y me mandan a Concepción.

A esas alturas tenía sólo a Pamela, su hija que nació el 79 en Suecia, porque su mamá debió partir al exilio con ella en su vientre.
-El tema fue eso, o te ibas a Europa a estar con ella o peleaba por los hijos de todos; y con la mamita que tengo no podía arrugar. Traté de explicárselo a los 15 años cuando nos vimos.

Luego vino Jorge Emilio y hace un par de años supo que en su paso por Concepción había dado una nueva vida: Javiera, quién, además le dio su primer nieto. Carlos nació más tarde en un nuevo intento de familia. Hoy disfruta a Ignacia, la niña de sus ojos. Está orgulloso de todos, por tenerlos de su lado, al menos en política.


¿Cómo fue su primera estada en Santiago?
Ahí me vi por segunda vez con José Miguel y después de la reunión le pasé una luca pa la micro que aún me debe. Me mandaron a vivir en una casa gigante, me siento Gulliver en el país de gigantes, eran ricos, fue más complicado que la tortura, la señora se quejaba que la situación estaba tan mal que debió despedir a uno de los jardineros. Pedí que me cambiaran, estaba muy agradecido, pero me sentía muy mal. Me mandaron donde otra familia que me enseñó mucho, porque yo seguía siendo un salvaje que no le tenía miedo a la vida. De ahí me fui a la Octava Región donde estuve un año cuatro meses hasta que caché que había problemas de seguridad.

¿Vino el año decisivo?
-En 1986 fue el atentado a Pinochet y descubrieron Carrizal. Claudio cae allí y la dirección, como carambola, me dice que debo salir a despercudirme y me mandan por seis meses a la URSS. Me negué a ir a Alemania, me quedé ordenando la biblioteca del Komsomol (la escuela de cuadro internacional). Al volver a Chile, la cosa estaba pelúa, se olía que aquello que se valoraba en nosotros ya no era. Cuando llegué no tenía mujer, ni nada. Pero todo pasa algo y me mandaron Comité Central de la J.

Bustos fue entonces encargado de la comisión de pobladores y junto a otros compañeros, se tomaron Fantasilandia, exigiendo juegos para los niños pobres; luego encabezó el frente sindical, y fue parte del ejecutivo del Comité Central, cuando se avecinaba el plebiscito del 88. Estuvo en la gran discusión que luego quebró a la J entre todas las formas de lucha y los que se decidieron por salirse luego y la vía política.

-Me dieron el regional Combate Sur (La victoria, La Legua, etc). Después fui encargado militar de Santiago. Tenía 40 equipos y con algunos protagonizamos una acción para sacar medicamentos que fue muy criticada. Me fui encima del encargado nacional y reclamé dónde estaban los hospitales clandestinos para atender a los cabros heridos.

¿Qué pasó luego?
-Para la elección de Aylwin, me nombraron encargado político de Santiago, asistimos a reuniones de alianzas, salimos a la pública y formamos el Centro de Estudios Amaranto. Me aburría. Pasé al partido y me aburría más todavía, y resolví volver a Valparaíso y a la producción. Voy a vivir, me dije. Me fui a trabajar a la uva y después al puerto. Era estibador de antes, luego entré al sindicato, fui dirigente y presidente de Congemar y ahora la pelea sigue desde este, el anfiteatro más bello del mundo. Tengo esta tozudez cabrona que hace que aunque te estén matando, te pares.

El 2002, Bustos encabezó una manifestación ícono en Valparaíso: El Puertazo. Fueron 12 mil habitantes del puerto que salieron a la calle a reclamar cambios.

-El Puertazo inicia el proceso de consolidación de las nuevas organizaciones sociales en Chile. Desde ahí reiniciamos la lucha contra la maldad, primero representada por Pinochet y luego por otros sinvergüenzas.

¿Qué queda de todo esto?
-Una deuda impagable con la gente que te quiso. Yo no estaría vivo si el Lolo no hubiera callado. Él era mi hermano, por él agradezco la vida y sigo peleando. Ahí hay un nexo fuerte por los que mataron y callaron para que uno siguiera. Entre ellos, la misma Tamara. Por eso, cada fin de mes voy con mi hija Nacha a almorzar al local donde me juntaba con ella. Hay un compromiso moral de seguir. Ahora contra el Mall Barón.

Nuevamente las lágrimas lo detienen. Así es Bustos, le cuesta hablar, trata siempre se parecer seguro y de reírse de los peces de colores, pero sus penas son profundas, aunque no tanto como sus razones vitales. Las mismas que lo llevaron el año pasado a ser candidato a alcalde por Valparaíso y este año a Core. Es una nueva etapa, dice, un cruce del puente.

-Estamos cruzando el puente. Cuando era la UP, me levantaba temprano con chuzo para hacer el desagüe para la pobla, para traer harina y gas, era una motivación natural porque era para todos. Luego hemos visto el arribismo, el sálvate solo. Hoy ves en los jóvenes un nuevo empeño, esa convicción y fuerza de antes que te dice: Hay que hacerlo, y los cabros lo asumen. Vamos caminando por el puente entre aquella vieja idea, a 40 años. ¡Putas que ha sido largo el puente!

Bustos se ilumina nuevamente con la risa. El puerto también iluminado desde los cerros, parece una enorme sonrisa que despide o da la bienvenida.

Notas relacionadas