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Opinión

22 de Octubre de 2013

Pregunta existencial: ¿se puede vivir sin tener sexo?

Cada vez con más frecuencia, vemos a personas que han renunciado al sexo. ¿Por qué tomaron esa decisión? ¿Se puede vivir sin tener relaciones? Lo responde, en su último libro, una reconocida psiquiatra y psicoanalista francesa.

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Vía Entremujeres

Nuestra sociedad está fuertemente sexualizada y el sexo se ha convertido en una mercancía como otra cualquiera. Se venden encuentros en las páginas web, los periódicos ofrecen manuales de instrucciones para encontrar al alma gemela, la publicidad exalta las virtudes de vestidos para seducir, cremas de belleza para seguir gustando e incluso píldoras mágicas para aumentar las prestaciones sexuales. Según el escritor Michel Houellebecq, si nos amontonamos es para olvidar nuestra finitud, porque la vida no es otra cosa que la nada. Al multiplicar indefinidamente el sexo, intentamos exorcizar nuestras carencias, pero esto sólo nos aporta una satisfacción provisional.

En el nivel de la sexualidad se reproduce el mismo comportamiento de consumidor exigente que en los demás mercados. Ahora el goce debe estar garantizado. El Viagra y el Cialis, medicamentos prescritos al comienzo para curar los trastornos de la erección, se utilizan ahora para mitigar la angustia de rendimiento: “¡Se me levanta cuando quiero y donde quiero!”. Su uso ha llegado a trivializarse tanto que, en Francia, en 2006, el periódico Le Monde consagró dos páginas enteras, sin ninguna crítica ni restricción, a estas nuevas píldoras de la felicidad sexual, y un semanario las convirtió en portada. Para ampliar el mercado, la industria farmacéutica creó un nuevo síntoma: la “disfunción sexual femenina” que, según el laboratorio que intenta comercializar un equivalente femenino del Viagra, afectaría al 43% de las mujeres de entre 18 y 59 años.

Una sexualidad plena se ha convertido en una norma en nuestra época, y el cuerpo se ha vuelto una simple máquina de placer cuyos registros hay que mejorar. Para estimular la sexualidad hay que seguir los consejos de las revistas, comprar los sex toys (juguetes sexuales) y recurrir a las píldoras milagrosas en caso de avería. La frigidez se ha convertido en una enfermedad vergonzosa y la impotencia en un síntoma que es necesario curar por completo. Tanto en la cama como en el trabajo, el hombre se siente sometido a una obligación de resultados y teme ser puesto de patitas en la calle si no está a la altura de lo que se espera de él.

En un momento en que algunos medios de comunicación nos saturan con temas sexuales, se escucha la queja de los excluidos del sexo, que llegan hasta a hablar de “miseria sexual”. Es cierto que nuestros pacientes vienen a veces a quejarse de frustración sexual, pero la verdadera problemática sigue siendo el aislamiento afectivo. En 1998, en su primera novela, Michel Houellebecq había sido precursor al apuntar a la dureza del mercado del consumo del sexo: “Al igual que el liberalismo económico desenfrenado, y por razones análogas, el liberalismo sexual produce fenómenos de depauperización absoluta. Hay quienes hacen el amor todos los días; otros, cinco o seis veces en su vida, o nunca. Hay quienes hacen el amor con decenas de mujeres, y otros con ninguna… Es a lo que se llama la ley del mercado”.

El sexo se ha vuelto una función higienista: hacer el amor es bueno para mantener la línea, para el cuidado de la piel… Pero con la liberación sexual se comprueba el repunte de una disminución del deseo sexual: ya no hay nada que desear, porque todo es posible. El demasiado sexo aboca así a la eliminación del sexo. Cada vez más frecuentemente, vemos a personas que han renunciado al sexo, como otras renunciaron al alcohol o al tabaco. Lo que importa ahora es la comodidad. Instalarse en un nido con todo al alcance de la mano y sin necesidad de los demás. Alejarse de todas las solicitaciones ilimitadas, desembarazarse del siempre más.

Christine, de 53 años, vivió la liberación sexual del 68 con grupos de mujeres. En esa época, no había que refrenar los deseos, se podía probar todo, el sexo con las mujeres, el sexo entre varios. Cuando ella salía de la tienda, iba con un hombre diferente cada vez. “Aun cuando uno reventara de angustia y de celos, era de buen tono no ser posesivo”.

Un día, Christine se hartó de estar disponible y, pasando de un extremo al otro, renunció a la sexualidad: “¡No por haber vivido la liberación sexual, la sexualidad va a ser obligatoria!». Hace ahora ya más de diez años que no ha tenido ninguna relación sexual. “No echo en falta la sexualidad.

Lo que podría echar de menos serían los gestos de ternura, el ser mirada con deseo. No hablo del amor, sobre el que he perdido mis ilusiones. Dejé de lado todo lo que es físico, salvo la danza y el deporte. Incluso ya no practico la masturbación. Todo está en mi cabeza. Retomé los estudios, me gusta hablar con mis amigos. He dispuesto un sistema de protección que consiste en evitar las situaciones que me desagradan”, cuenta.

La persecución de una felicidad absoluta a través de una intensa gratificación sexual fue la meta última, pero frente a los excesos de una sexualidad trash, quizá ya no haya nada que desear. En una entrevista, Catherine Millet, autora del famoso best-seller La vida sexual de Catherine M. (2001), explica lo siguiente: “Cuanto más detallo mi cuerpo, cuanto más detallo mis actos, más me desprendo de mí misma”.

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