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Cultura

29 de Octubre de 2013

“No soy ninguna virgen anal”

La novela “La Sociedad Juliette” (Grijalbo) marca el debut libresco de la famosa pornostar Sasha Grey, quien hace un par de años abandonó las pistas del porno duro para dedicarse a la cultura. Hizo un videoclip para Eminem, actuó en películas no-porno y ahora se metió a novelar. Aquí un pedazo de lo suyo.

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Mi hombre enmascarado me lleva hasta el final de la sala, como haciéndome desfilar delante de todos, exhibiéndome. Me indica con una seña que me siente en una butaca de anticuario de gran tamaño con tapicería de gamuza roja. Me siento con las piernas juntas y las manos sobre el regazo, modosita y formal como una colegiala católica. Él me mira, me sonríe y palmea el brazo de la silla. Y no tiene que decir nada más, ya sé lo que quiere, lo que espera.

Levanto y separo las piernas, apoyándolas en cada brazo de la silla y deslizo el trasero hacia delante, hacia el borde del asiento. Él se arrodilla delante de mí, me coge el pie izquierdo con las dos manos y empieza a masajearme la planta con los pulgares, desplazándolos hacia arriba y hacia abajo, como hacen los gatos para probar la comodidad de una silla antes de instalarse. Cuando llega arriba, acaricia la base de los dedos con el pulgar y luego lo desliza hacia arriba por cada uno de ellos, los separa, y explora el espacio intermedio.

Cierro los ojos para poder aislarme del mundo y concentrarme en cada caricia y cada roce, y antes de darme cuenta me está besando la planta del pie, chupándome cada dedo, lamiéndolos con la lengua en movimientos circulares alrededor y entre ellos. Y es una sensación divina.

Noto cómo me recorre la parte interna de las piernas con los dedos, palpándome la entrepierna y acariciándome la concha para, acto seguido, separarme los labios con el dedo índice y el pulgar. Ya estoy empapada, húmeda y viscosa. Siento cómo me lame la concha con lenguaradas firmes e insistentes, como hace un gato para limpiarse. La máscara me presiona con fuerza contra el clítoris y me lo frota arriba y abajo con la nariz, mientras él se afana con la boca alrededor de mi entrepierna, lamiendo, chupando y succionando. Siento cómo me sondea la raja con la lengua. Se zambulle en el interior y es tanto el placer que siento que dejo escapar un gemido y desplazo las caderas hacia delante para que me ensarte con su lengua. Sin embargo, en cuanto lo hago, se aparta y me deja con las ganas.

Me pone las manos sobre las piernas, me las junta y me las levanta de manera que tengo los pies por encima de mi cabeza, y la concha me sobresale, húmeda, hinchada y expuesta. Me rodeo las piernas con los brazos para mantenerlas en su lugar mientras él me apoya una mano en el muslo y me da una palmadita rápida en la concha con la otra. Dejo escapar un grito, y no sé si es en respuesta al golpe o al sonido, pero eso lo anima a hacerlo otra vez. Vuelve a darme una palmada en la concha y siento cómo me reverbera en el clítoris cuando retira la mano.

Luego siento de nuevo su boca en mi cuerpo, pero esta vez me la clava con firmeza alrededor del clítoris, y lo siento aspirarme en su boca, chupando con ahínco y golpeando luego la punta con su lengua, paseándola por el capuchón, soplando sobre él, chupándolo otra vez, comiéndoselo a lametones. Y cada vez que finaliza un ciclo de aspirar, soplar, morder y lamer, lo altera y no sé qué es lo que vendrá después. Y es tanto el placer que siento que dejo escapar una sucesión de pequeños jadeos y gemidos rítmicos.

Mientras hace todo eso, sus dedos encuentran mi agujero, tan húmedo que ya siento un rastro de fluido que me resbala chorreando hasta el agujero del culo. Y sin perder un segundo, desliza los dedos dentro, explorando alrededor del suave montículo carnoso detrás de mi clítoris. Me está chupando el clítoris y bombeándome con los dedos en la vagina hacia atrás y hacia delante, y siento que estoy a punto de correrme y que no podría evitarlo aunque quisiera. Siento el hormigueo en las terminaciones nerviosas, enviando corrientes eléctricas que me recorren todo el cuerpo. Me sacuden entera. Me encabalgo sobre su boca y noto sus dientes, su lengua, sus labios, todo a la vez presionándome el clítoris.

Luego siento que me mete el pulgar empapado de saliva en el culo, pensando que me tiene tan distraída que no voy a darme cuenta, y me hace aterrizar de vuelta de golpe. Lo miro a los ojos y le digo tajante: No. Si pudiera leerle la expresión de la cara, probablemente vería decepción, pero obedece, y la verdad es que me importa un huevo si piensa que soy una mojigata. No se trata de eso. No soy ninguna virgen anal. Es solo que quiero guardarme algo para mí. Quiero guardarme algo para Jack. Y esto no es como la Fábrica de Follar. Esto no es un descontrol donde todos se lo montan con todos y nadie se pelea por un quítame allá esas pajas. Aquí controlo yo, y en mi zona de confort mando yo y puedo llevarlo todo lo lejos que yo quiera.

Cambiamos. Él se sienta en la butaca y yo me encaramo a los apoyabrazos, me agacho y lentamente me acomodo en su pija. Y tengo la concha tan mojado que se desliza hasta el fondo, hasta la base, y ahora me toca a mí hacerlo gemir. Vuelvo a levantarme. Unos regueros de fluido espeso, blanco y cremoso le resbalan por la pija y forman un charco en su vello púbico. Me escupo en la mano y la bombeo, cubierta con saliva y fluidos, y sigo bombeando hasta que oigo el gemido insistente y casi inaudible que me hace saber que voy por buen camino.

Vuelvo a bajar para acomodarme en su pija de nuevo, inclinándome hacia delante de manera que tengo las manos sobre los apoyabrazos y el culo ligeramente hacia arriba y en ángulo, tirando consigo de la pija. Voy alternando entre lentos giros con las caderas y movimientos hacia atrás y hacia delante y vuelvo a oír de nuevo el aullido inaudible. Estoy resbalando hacia atrás y hacia delante sobre su pija y él extiende las manos, me toma los pechos y con el dedo índice y el pulgar me aprieta fuerte los pezones.

Ahora que me tiene desatada, húmeda y dispuesta, tiene otro as en la manga: quiere compartirme con otros. Y no sé cómo lo saben o si él les ha hecho algún tipo de señal, pero de pronto me veo rodeada. Y no tengo miedo.

Una muralla de carne masculina me separa del resto de la sala, como resguardándome. Y me siento segura.
Cuando algunos se van, otros ocupan inmediatamente su lugar. Y yo quiero justo eso. Cuantos más, mejor.

Pierdo la cuenta de cuántos rostros enmascarados y pijas anónimas se me acercan, inclinando la cabeza a medida que avanzan, implorando atención. Cojo todo cuanto queda a mi alcance con todo lo que tengo, y una vez que lo pruebo me doy cuenta de que sigo con ganas de más. Cuanto más tengo, más hambre siento, y no parará hasta que yo quiera. Y no quiero.

El sexo se pone cada vez mejor y mejor y mejor. Los orgasmos se vuelven más y más intensos, y justo cuando creo que ya he alcanzado el límite, llega otro que me lleva aún más alto y no quiero que esto pare, porque el placer es rabiosamente intenso.

Es como si tuviera el cuerpo sacudido por la electricidad. No solo cada vez que me corro. Cada vez que me tocan. Como si me dispararan descargas con una pistola eléctrica, una y otra vez, y otra. Experimento un placer tan grande que lo percibo como dolor. La dopamina me inunda el cerebro, la adrenalina me fluye por el cuerpo y pierdo la noción del tiempo.

Es como si estuviera cogiendo sin parar durante veinticuatro horas. Y supongo que, si de veras quisiera, probablemente podría seguir otras veinticuatro. Mi cuerpo seguiría adelante siempre que mi cerebro recibiera estímulos. Y esa es la cuestión: la mente nunca se cansa de la actividad física, solo se distrae y se aburre. Es entonces cuando se instala la fatiga. Pero si consigues mantener la mente concentrada, es imposible saber hasta dónde puedes llegar.

Yo voy más allá de lo que jamás pensé, y si pudiera verme ahí, en esa habitación, rodeada por todos esos hombres, no sé si me reconocería. Probablemente reconocería a Anna.

Cuando llego a casa me duele todo el cuerpo, tengo tantas punzadas como si hubiera escalado una montaña y hubiese tenido que utilizar cada parte de mi cuerpo para llegar a la cumbre. Me siento vigorizada pero exhausta, y lo único que quiero es tomar un largo baño de agua caliente.

Mientras dejo correr el agua me miro en el espejo del dormitorio. Y me alegro de que Jack no esté aquí y no pueda verme las rojeces que tengo en el cuerpo debido a los golpes, los manoseos y los pellizcos. Al mismo tiempo, todavía estoy en un estado de excitación exacerbada, y muy, muy caliente. Si Jack estuviese aquí, tardaría un segundo en tener su pija en la boca. Me lo cogería y luego haría que me castigase con su pija aún más.

Enciendo una vela con aroma a jazmín, distribuyo unas velas de té alrededor de la bañera, vierto unas gotas de aceite de lavanda y me meto poco a poco en el agua, centímetro a centímetro, hasta que estoy completamente sumergida y siento cómo el calor empieza a relajarme los músculos y el vapor me penetra en los poros de la cara y el cuerpo, y entonces empiezo a sudar.

Duermo mejor de lo que he dormido en mucho tiempo. Duermo como un bebé.

(lectura portada libro)
LA SOCIEDAD JULIETTE
SASHA GREY
Grijalbo
304 páginas, $12.000

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