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Mundo

24 de Diciembre de 2013

Maldita sea: Qué pasaría si habláramos como los dobladores de las películas americanas

Vía RevistaGQ “¿Acaso eres un gallina?”; “Estoy sin blanca”; “Pero, ¿qué demonios…?”; “Cretino engreído”. Y un largo etcétera. ¿Alguien se imagina hablar así en la vida real, en el día a día? De acuerdo, admitamos que si te pones a doblar una película americana no puedes utilizar expresiones como “para ti la perra gorda” o […]

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Vía RevistaGQ

“¿Acaso eres un gallina?”; “Estoy sin blanca”; “Pero, ¿qué demonios…?”; “Cretino engreído”. Y un largo etcétera. ¿Alguien se imagina hablar así en la vida real, en el día a día? De acuerdo, admitamos que si te pones a doblar una película americana no puedes utilizar expresiones como “para ti la perra gorda” o “cóbrate chato, que tengo prisa”, porque chirrían. Nadie se imagina a Bruce Willis diciendo “me cago en todo lo que se menea” después de un tiroteo. Como tampoco nadie se creía a Terminator cuando aparecía doblado en la Televisión de Galicia diciendo “vai ó carallo, raparigo”. Es aceptable que los personajes de Hollywood no pueden hablar como nuestro cuñado.

Dicho esto, es indudable que ciertas traducciones son demasiado literales, lo que ha desembocado en un lenguaje ajeno a la realidad. Un idioma nuevo que además incluye un misterioso acento que jamás nadie ha oído, que no existe y que el doblador de Robert de Niro ha querido llevado al límite sin piedad. Qué decir de cuando se doblan a personajes negros, con perlas de estilo “saca tu negro culo de ahí” o “¿Sabes lo que quiero decir? ¿Eh?¿Lo sabes?”.

En definitiva nos encontramos ante una forma de hablar extraña a nosotros, lejana de la calle, de nuestras casas. Pero, ¿qué ocurriría si, de pronto, el españolito de a pie se pusiera a hablar como Joe Pesci en ‘Casino’? Hagamos un experimento. Veamos algunos ejemplos:

“Me pregunto si podría invitarte a una copa, Angustias”
En las películas americanas siempre se preguntan las cosas (I wonder). Se preguntan a sí mismos algo y el otro tiene que dar la respuesta. En España, como todos sabemos, no es así. Tú te acercas a alguien y no te preguntas a ti mismo un asunto, se lo preguntas a tu interlocutor. En el caso de Angustias, tras escuchar semejante formula interrogativa, lo más probable es que rechazase la copa. Y que huyese a paso ligero.

“¿Injusto? Te diré lo que es injusto José Fernando”.
Las poéticas y sonoras advertencias futuribles de los americanos. Si las utilizáramos aquí, como hacen en las películas dobladas, podríamos llevar a nuestro oyente a engaño. ¿Injusto? Te diré lo que es injusto José Fernando. Y José Fernando se dispondría a esperar, paciente, a saber lo que es injusto al final de esa tarde, tal vez no sabría lo que es injusto hasta el día siguiente.

“Olvídalo, ¿quieres Avelino?”
Zanjar así un intercambio de pareceres. Instar a Avelino, amigo y compañero del alma, a que lo olvide. Aunque en ese momento la discusión esté muy interesante, a punto de llegar a algo palpable… no importa. Hay que olvidarlo y alejarse de allí ante la inmovilidad y el silencio de Avelino, que probablemente suspirará y negará con la cabeza. ¿Quién no ha visto eso en alguna discusión en un bar?

“¡Demonios Humberto, no sabía que te habías casado! ¡Qué callado te lo tenías muchacho!”
¿Se imaginan? ¿Se imaginan escuchar a un tipo en medio de la calle gritarle esto a otro? Probablemente pensaríamos que está loco, loco de verdad, con algún problema. Después buscaríamos la cámara. Sin embargo en las películas vale, lo toleramos y aceptamos. ¡Ya está bien! (?).

“¡Maldita sea Esteban, la última vez que te vi estabas pateando culos en el islote de Perejil!”
Utilizar un ‘maldita sea’ y que después no venga un nombre propio como ‘Maik’ o ‘Estiven’ hace perder fuelle a la exhortación. Lo mismo pasa con ‘patear culos’. Si no usas patear culos en Vietnam o en Corea no tiene sentido. Otra variable en esta frase sería pedirle a Esteban que salga de tu casa. “No me obligues a patear tu culo fuera de aquí, Esteban”, se podría decir. En todos los casos descritos nuestro oyente se quedaría paralizado por el estupor. Se recomienda buscar otras fórmulas.

“Fernanda, yo…”
Ese ‘yo’ que se diluye, que se pierde en la inmensidad de la timidez y la inseguridad.

“Fernanda, yo…”.
¿Yo qué? ¿Por qué yo? La frase siguiente nunca va a empezar con ‘yo’. A no ser, claro, que lo que quisieras decir es “Fernanda, yo… me preguntaba si querrías tomar una copa”. En ese caso se acepta el yo. Eso sí, Fernanda va a seguir el camino que antes emprendió Angustias.

-¡Hasta la vista Ernesto! ¡Cuídate!
–¡Sabes que lo haré Pinilla!… Sabes que lo haré… (susurrando)
Es que en realidad eso no pasa. Nadie grita una cosa y luego se la susurra a sí mismo con tonalidades melancólicas. En realidad Pinilla tampoco está deseando mucho que Ernesto se cuide, es más bien un formalismo, una frase hecha. Pero Ernesto atraviesa un mal momento en su vida y se cree que está en una película. Esto pasa. En fin, habría cientos de ejemplos más pero no llegaríamos a ninguna conclusión, del mismo modo que nunca llegamos a conclusión alguna sobre el misterioso acento de los dibujos animados de cuando éramos pequeños. Simplemente, son otro idioma, ¿de acuerdo? ¡Maldita sea!

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