En los ‘80, Álvaro Corbalán, jefe operativo de la CNI, asesinaba y torturaba de día. De noche se iba de fiesta, tocaba la guitarra y cortejaba a las mujeres más bellas. Condenado por varias causas judiciales en Punta de Peuco, siguió hasta hace poco gozando de privilegios y organizando homenajes a Pinochet. Esta es la historia del rey de la farándula en dictadura, el símbolo desatado de la impunidad de los aparatos represivos. Un rostro emblemático que inspira al antagonista de Los archivos del cardenal. El reportaje es una investigación del Centro de Investigación y Publicaciones de la UDP, que puedes ver en Casos Vicaría.
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Foto Gentileza Universidad Diego Portales / Archivo diario La Nación
Una imagen de San Expedito cuelga de la pared amarillenta en la habitación del ex agente de la CNI Álvaro Corbalán Castilla (62), en el penal de Punta de Peuco. Al santo de las causas urgentes no se le han dado por estos lados los milagros: Corbalán contabiliza alrededor de 20 años en prisión, aunque solamente nueve de ellos en Punta de Peuco. En las siete condenas que ha recibido acumula 63 años de presidio, sin contar una cadena perpetua, varios procesos aún abiertos y sentencias no definitivas. Nunca un juez le ha concedido beneficios. A estas alturas, la imagen de San Expedito bien podría ser reemplazada por la de Judas Tadeo, patrono de los imposibles.
Moreno, pelo chuzo y azabache, aún conserva los gruesos bigotes de sus años como agente. No ha cambiado demasiado en su fisonomía, salvo que está ciego de un ojo por la enfermedad de Vogt-Koyanagi-Harada, que superó un cáncer y que sufre de diabetes. Tampoco ha dejado de usar el corvo de oro que cuelga en su pecho, regalo de “mi general Pinochet” como agradecimiento personal.
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