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Opinión

16 de Abril de 2014

No elegimos donde vivir, tampoco elegimos donde estudiar

Cuesta escribir sobre Valparaíso. Cuesta reflexionar a partir de la tragedia. Es difícil escribir sin sentir que las palabras no sirven de mucho, que lo verdaderamente útil sería estar en los cerros ayudando a mover escombros o clasificando la ayuda. Cuesta ordenar las ideas. Son varios los sentimientos que nacen desde el otro lado de […]

Manuel Sepulveda
Manuel Sepulveda
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Cuesta escribir sobre Valparaíso. Cuesta reflexionar a partir de la tragedia. Es difícil escribir sin sentir que las palabras no sirven de mucho, que lo verdaderamente útil sería estar en los cerros ayudando a mover escombros o clasificando la ayuda.

Cuesta ordenar las ideas. Son varios los sentimientos que nacen desde el otro lado de la pantalla. Está la impotencia de mirar el fuego destruyéndolo todo; la angustia que viene con el paso de las horas, con el regreso a la casa que ahora no es casa, que es sólo cenizas; la indignación de encontrarse con algunos empresarios que intentan sacar provecho de la tragedia, promocionando una ayuda que sólo oculta el afán de negocio; pero por sobre todo, la admiración y la esperanza al ver el aguante, el esfuerzo y el sentido de comunidad de los vecinos damnificados.

Cuesta explicar cómo llegamos a esto. Es difícil entender que en el país “modelo” de la región, en ese que ha superado la pobreza, que crece a un ritmo constante y que firma tratados con las grandes potencias del mundo, se “permita” vivir en terrenos inhóspitos, donde no hay luz, agua, donde no está permitido enfermarse porque no hay caminos para que llegue una ambulancia, y donde un incendio forestal signifique la tragedia que hoy lamentamos.

Cuesta imaginar la pobreza porque nos hemos dedicado a ocultarla. Hemos pasado años dedicados al consumismo, al clasismo, a la arrogancia. Valparaíso se ha dedicado a pintar fachadas y arreglar paseos para turistas, sin saber que los niños que viven en sus cerros ni siquiera conocen el mar. Nos hemos tapado los ojos mostrándole al mundo la imagen de un Chile que no es cierta, un Chile dónde sólo algunos podemos disfrutar.

Quizás por eso se entiende la polémica pregunta que hoy se comenta en las redes. De seguro no sólo la periodista, sino miles de chilenos hoy se cuestionan “por qué esas personas viven en un lugar tan peligroso”. Pero la respuesta es tan clara como dramática: “los pobres no elegimos donde vivir”.

El 80% de nuestra población no elige donde vivir, donde trabajar, qué medicamentos tomar o que contratos firmar. La mayoría de los chilenos tampoco elige donde estudiar. La libertad es un argumento utilizado para defender posturas políticas, modelos económicos que no van más allá de una simple teoría, porque la libertad sólo está disponible para aquellos que pueden pagar.

Elegir médico y/o clínica para atenderse; el condominio más seguro o el edificio más moderno para cumplir el sueño de la casa propia; la pega con el mejor ambiente o con los desafíos laborales más interesantes; y el proyecto educativo más pertinente para los intereses familiares, son verdaderos “lujos” que la mayoría de los chilenos no pueden darse.

Por eso es clave el momento histórico al que nos enfrentamos. Hoy intentamos cambiar esta realidad, transformando “bienes de consumo” en derechos sociales garantizados. Hoy el objetivo es asegurar la calidad para que cada familia elija donde estudiarán sus hijos, independiente de su credo, su situación socioeconómica o de las calificaciones que se obtienen en pruebas que no miden efectivamente las potencialidades de los niños.
Trabajar por esto es clave para cambiarle la cara al país, para hacer de la educación un verdadero espacio de oportunidades que permita superar la desigualdad y la pobreza, esa miseria que una tragedia como la de Valpo deja al descubierto.

Sabemos que la educación no es la varita mágica que resolverá todos los problemas del país, pero estamos convencidos que es el espacio en donde estos cambios pueden comenzar a desarrollarse. La escuela –junto con ser un espacio de formación y transmisión cultural- es un punto de encuentro para la comunidad, un lugar donde se construye pertenencia, un refugio frente a catástrofes como la que hoy enfrentamos.

Todo lo demás, todas las voces contrarias y las alarmas de crisis son adornos para ocultar las verdaderas intenciones, esas que se sustentan en la de los privilegios, una defensa que hoy resulta ser inmoral.

*Manuel Sepúlveda
Sociólogo |Investigador Política Educativa de Educación 2020

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