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Nacional

17 de Abril de 2014

Nolberto Barrios y la vida en la periferia porteña: “Cada día hay más gente que se va a vivir al bosque”

En la periferia del puerto, allá donde la ciudad se entrelaza con el bosque, vive mucha gente en un paraje bucólico lejos del mundanal ruido. Allá crían caballos, chanchos, gallinas y burros que a veces venden para los matrimonios. Es el lugar menos conocido del puerto. Allá, entremedio de esos bosques, saltó la primera chispa que incendió a gran parte de Valparaíso.

Claudio Pizarro
Claudio Pizarro
Por


Foto: Alejandro Olivares

“De toda la vida me han gustado los animalitos. De cabro andaba detrás de los burros. Me acuerdo que mi abuelo vendía helados en un burro y hacía barquillos ahí mismo. Uno se acostumbra a andar en burro y en caballos. Si el caballo es mejor que una mujer, po. Porque a la mujer usted la monta una vez y a este otro usted lo monta a cada rato. Acá me conocen por tener caballos. Siempre he tenido. Antes los tenía abajo, pero la gente me echó la aniñá y me los tuve que llevar para los corrales que están acá arriba. Tuve cinco caballos y ahora me quedan dos. Los otros lo vendí. Hice negocios. Yo ocupo los caballos para no aburrirme, como hobby. Es para entretenerse. El hijo mío va a las carreras que hacen arriba con los caballos. Son carreras a la chilena, claro. Uno va para allá, pesca su caballito, se pone a mirar y si quiere lo corre y si no quiere, no lo corre. No se apuestan lucas. Se hace por entretenerse.

Con el incendio perdí dos chanchos. Eran muchos los chanchos que tenía. Estaba trabajando con cuatro chanchos. Yo pensaba que la chancha paría a los nueve meses y, na poh, era a los cuatro meses. Shí, sí tenía muchas chanchas. Empecé con cuatro o cinco, imagínese, y llegué a tener como ochenta chanchos en un mes po’, iñor, pa venderlos acá. Cuando tenía los chanchos, iba a buscar tarros con manzanas a la feria. Me las guardaban en cajones. Y como era mucha manzana, le convidaba a otros colegas. No había problemas.

Hace diez años que vivo acá, con una pata en el campo y la otra en la ciudad. Después, me empecé a entusiasmar y me fui a sapear para arriba. Y me gustó. Me compré caballos y ahí armé mi corralito, en el bosque. Varios colegas tienen terrenos donde instalan sus corrales. Yo llegué y me dieron un lugar. No es que sea terreno de nadie, porque hay un encargado, pero estaba todo abierto y nadie te dice nada, así que pesqué el taladro y me armé mi ranchito. Más abajo tenía mi casa, a los pies del cerro, justo donde comienza el bosque. Me gusta la vida acá, por eso me quedé. El terreno ya es mío. Antes del incendio teníamos dos casas de madera con segundo piso y, acá, un espacio grande donde guardaba el auto, y para atrás teníamos un patio grande, para las visitas, con parrón y hacíamos asados. Me entretiene esta vida. Aquí es más tranquilo. Vive mucha gente entremedio del bosque. En las quebradas hay cualquier gente. El otro día fui a comprar unos caballos aquí cerquita en Placilla y había que entrar para adentro del bosque. Ahí me encontré con los dueños de caballos que vivían de sus animales. Otros trabajaban cortando leña. También hay un espacio donde hacen carbón. Cada cual en su mundo. La gente humilde de las quebradas vive de los animales: los caballos, las gallinas, las burras, los huevos. Y si una yegua parió un potrillo, lo venden y así ganan monedas.

Acá vive harta gente y está lleno de caballos y burros. Con el incendio se quemaron hartos. Murieron como seis caballos y otros tantos burros. Los burros los usan para cargar la leña. Y se vende la carne de burro que es muy rica, blandita. Usted, abajo, no tiene conocimiento, pero para los casamientos buscan un burro nuevo y los cocineros no sé qué les echan para que queden ricos. Nadie al final sabe si es un burro, porque si no, no se la comen. Un burro nuevo te sale 30 lucas y te da harta comida. Es como el chancho que no se puede comer el mismo día, porque tiene otro sabor.

Mis colegas ahora están luchándola. Perdieron caballos, gallinas, conejos. Quedó la cagá. Yo fui a mirar todo. Están los corrales desarmados por el incendio. Uno puede llegar caminando por las quebradas y va a encontrar todo quemado. Cuando cuento nadie me cree que adentro viven tantos animales. En Rodelillo también. Si usted va a Placilla los días festivos ve en las calles cualquier caballo y hacen carreras a la chilena. Todo el mundo tiene sus corrales porque si se arranca el caballo, puta, qué hace usted. Si hay hartos ranchitos adentro. Casas buenas, casas malas, de todo. Es otro mundo allá en el bosque. Un mundo más humilde, más tranquilo, sin bulla, no es como acá abajo. Cada día hay más gente que se va a vivir al bosque, porque es tranquilo y nadie los molesta. Tienen luz, agua, cable, de todo. Es otro mundo. A la gente le gusta y hacen sus propios caminos. Y listo. Es ideal para vivir. Por ejemplo, si usted tiene un problema con la señora, que aquí, que allá, uno le dice “ya, mijita, después hablamos”. Y antes que empiece a alegar la vieja, usted parte pal cerro y se olvidó de toda la huevá, porque llegando allá cambia la cosa. Después usted baja y llega a la casa como si nada. Y al otro día, no hay problemas”.

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