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Opinión

25 de Junio de 2014

Suarez: De “9” sí; de yerno, ni cagando

“Qué importa lo que haga. ¿Lo querís para que haga goles o de yerno?”. Eso fue lo que me contestó mi viejo hace un par de meses, mientras veíamos un partido de definición de la Premier League. Hablábamos de Luis Alberto Suarez Díaz, 27 años, salteño, proveniente del Nacional de Uruguay. Fue la frase que […]

Ricardo Ahumada
Ricardo Ahumada
Por

Luis Suarez EFE

“Qué importa lo que haga. ¿Lo querís para que haga goles o de yerno?”. Eso fue lo que me contestó mi viejo hace un par de meses, mientras veíamos un partido de definición de la Premier League. Hablábamos de Luis Alberto Suarez Díaz, 27 años, salteño, proveniente del Nacional de Uruguay.

Fue la frase que recordé ayer cuando lo vi mordiendo, por tercera vez en un partido oficial, a un jugador rival. Extraño y repudiable acto caníbal para el resto de la sociedad, pero algo común para el superdelantero uruguayo que se pelean los grandes de Europa.

Depredador absoluto del área, peligroso como un mono con navaja, Suarez es un tipo despreciable y al mismo tiempo querido por tres millones de tipos que legalizaron la marihuana. No por nada se convirtió en monumento nacional vivo después de parar con las manos un tiro que hace cuatro años, en Johannesburgo, pudo hacerlos volver a casa con más pena que gloria.

¿Un ejemplo para los niños? Claro que no. Todo el mundo, o casi, vio ayer sus paletas marcadas en el hombro de Giorgio Chiellini, en el estadio Das Dunas, en Natal, cuando quedaban pocos suspiros del partido que dejó fuera del Mundial a Italia.

¿Cómo defender algo así entonces? ¿Es hambre de victoria -literalmente o un trauma no superado desde niño? ¿Resolverá todos sus problemas mordiendo, con esas paletas pronunciadas que podrían rayar el piso de tanta carcajada?

A los uruguayos les da lo mismo. Lo defienden a muerte. ¿A su suegro? No sabemos. Lo que sí sabemos es que lo hacen pasar por instinto. Saben también que luego de recibir 17 fechas de castigo en total por los dos mordiscos anteriores, probablemente ya no lo convencieron de no seguir haciéndolo. A él parece importarle poco, nada, mientras la camiseta celeste siga avanzando tras de la copa.

No había entendido a mi viejo, ni a los uruguayos, hasta que vi el gol con el omoplato izquierdo de Diego Godín que los clasificó a octavos de final: fueron cuatro los que saltaron juntos, en un metro cuadrado, a ganarle por arriba a las torres italianas y meter como fuera la pelota en el arco que defendía Gianluigi Buffon. La pillería, parte de ese desparpajo animal llamado garra charrúa, en su máxima expresión.

No es que acepte lo que hizo. Hacerlo sería avalar a Michel acariciando las zonas pudendas del pibe Valderrama o a ese defensa brasileño que comía cebollas para espantar a los rivales de su área.

Pero en esa hambre de triunfo que traspasa lo permitido hay dos copas mundiales y 15 copas América. El resto, a llorar a la iglesia. Al fin y al cabo, si jugara para los nuestros ya tendría una estatua en la Gran Avenida. Al fin y al cabo, no vendrá a pedir la mano de mi hija, si la tuviera.

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