Secciones

Más en The Clinic

The Clinic Newsletters
cerrar
Cerrar publicidad
Cerrar publicidad

Opinión

26 de Junio de 2014

Editorial: Cosas del fútbol

El estadio Arena Corinthians, de Sao Paulo, todavía no está del todo terminado. Hay sectores en su interior que permanecen cubiertos para ocultar los detalles inconclusos. Los brasileños se quejan de eso: fueron demasiadas las promesas incumplidas, dicen. Durante su construcción, en noviembre de 2013, murieron dos personas aplastadas por una grúa, y el lunes […]

Patricio Fernández
Patricio Fernández
Por

EDITORIAL
El estadio Arena Corinthians, de Sao Paulo, todavía no está del todo terminado. Hay sectores en su interior que permanecen cubiertos para ocultar los detalles inconclusos.

Los brasileños se quejan de eso: fueron demasiadas las promesas incumplidas, dicen. Durante su construcción, en noviembre de 2013, murieron dos personas aplastadas por una grúa, y el lunes recién pasado, ya en su cancha habilitada, la selección chilena fue herida por la “Naranja Mecánica”. “¡Mandarinas!”, les gritábamos desde mi grada antes de que metieran el primer gol. Después no volvimos a gritarlo.

Pero vamos de a poco. Se trata de un recinto fenomenal. Sus pasillos y espacios cerrados asemejan los de un moderno aeropuerto, tan distintos de los de nuestros estadios como lo es un teatro de una peña.

En todas partes se puede tomar alcohol. Las entradas más caras incluyen unas pulseras de tela que, una vez puestas, dan derecho a consumos ilimitados en ciertos salones llamados Hospitalidade, donde hay bares y bufés bien abastecidos.

La inmensa mayoría, sin embargo, si tiene hambre o sed, debe pagar sus consumos en las barras dispuestas a un costado de los respiraderos de la cancha.

Al partido del lunes llegaron decenas de miles de chilenos. Las poleras rojas abundaban en el coliseo, a ratos tiñendo sectores enteros de las galerías, y el resto jaspeando intensamente la totalidad del estadio.

Se ha repetido hasta el cansancio lo emocionante que resulta escuchar a esta gran “marea roja” cantando el himno patrio al comienzo de los partidos, pero hay un detalle que a mí, al menos, me impresionó en el Corinthians. Cuando la orquesta ya ha cesado, no es el himno lo que los chilenos terminan de cantar: es una declaración de principios convertida en grito de guerra: “¡O la tumba será de los libres, o el asilo contra la opresión!”, “¡O el asilo contra la opresión!”, repite la hinchada una y otra vez, con todas sus fuerzas, no sé si para que lo escuche el equipo contrario, o todos quienes no quieran entenderlo. Quizás cada uno se lo dice a sí mismo, los jóvenes con menos vergüenza que los viejos.

Es otra cosa ver un partido en vivo que por televisión. Mientras más grande es la pantalla, mayor es la ilusión de verdad, pero no la verdad. Las cámaras se dirigen hacia donde un director decide lo que al resto debe interesarles.

No se detiene en ese gusto de Alexis por levantarse un lado del pantalón para mostrar el glúteo, ni la discutible coquetería con que se lo ajusta por delante para hacer ostentación de su “paquete”. Grosso modo, la imagen sigue a la pelota. Aquí hay volumen, y uno no solo ve, sino que participa. Cada cual escoge su campo de mirada. Los hinchas gritan como un DT más, y a veces se imponen.

En el partido con Holanda, donde Chile jugó con profesionalismo, pero sin ninguna gracia (al igual que Holanda, si no es por Robben), el público empezó a pedir a coro la entrada de Valdivia ya a fines del primer tiempo. Avanzado el segundo, San Paoli lo hizo. Lo que sucedió después fue lamentable, pero no trágico.

El problema no era perder ese partido, sino tener que enfrentarnos con los brasileños. El equipo está empoderado -para usar un término político de moda-, pero no provisto de capacidades ilimitadas. ¿Será posible vencer a la gloriosa selección de Brasil en su propia casa? Convengamos que solo proponérselo resulta desmedido y, no obstante, en algún rincón de todo chileno la esperanza subsiste. Con ganarle a España, ya cumplimos un imposible. ¿Alguien considera irresponsable pedir dos? ¿Cuántos buses costaría hacer realidad ese sueño? Unos pocos hinchas vuelan a ver los partidos por el día, para volver a trabajar y no dejar de producir riquezas que exceden con creces los gastos del viaje; otros se las arreglan para seguir allá, junto a La Roja, gastándoselo todo o endeudándose sin cálculos, y algunos, los menos, “por la razón o por la fuerza”, como explican ellos apelando al escudo patrio. ¿No será hora de reemplazar el lema? Ese grito de las mayorías, “¡o la tumba será de los libres, o el asilo contra la opresión!” suena harto mejor.

Notas relacionadas