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Opinión

30 de Junio de 2014

LA MUJER o el cuerpo del delito

Si bien podría resultar interesante observar cómo los discursos públicos muestran la dimensión de sus matrices ideológicas, los actuales escándalos de la derecha por la reforma tributaria, por la educación gratuita, por la despenalización del aborto bajo ciertas condiciones abruman por su obviedad. La derecha chilena que hoy copa los espacios públicos carece de referentes […]

Diamela Eltit
Diamela Eltit
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Especial aborto A1
Si bien podría resultar interesante observar cómo los discursos públicos muestran la dimensión de sus matrices ideológicas, los actuales escándalos de la derecha por la reforma tributaria, por la educación gratuita, por la despenalización del aborto bajo ciertas condiciones abruman por su obviedad.

La derecha chilena que hoy copa los espacios públicos carece de referentes conceptuales. Es, para decirlo de alguna manera, iletrada. Responde a los capitales y a la iglesia de manera robótica. La táctica recurrente es sembrar el pánico o anunciar de manera no demasiado sutil el colapso de la democracia. Pero lo cierto es que la derecha afronta una contundente fisura porque sus recursos intelectuales o son inexistentes o están completamente desactualizados. La táctica del miedo transada entre empresarios, opinólogos y políticos solo demuestra la dimensión de la crisis simplota por la que atraviesa: la imperativa necesidad de proteger un mundo híper selectivo, con ganancias ilimitadas, un mundo de 1 %, homogéneo, sin otros y, por supuesto, sin otras.

Y como si fuera poco hay que escuchar con paciencia de santo o de Papa (que al fin y al cabo es lo mismo) la instalación del debate acerca de aborto terapeútico que, desde mi perspectiva, también resulta majadero. O bien habría que dotarse de tiempo y observar este seudo debate para comprender de una vez por todas la extensión de la captura multifocal del cuerpo de la mujer en cada uno de los estamentos por los que transita. Los niveles de sujeción son tan extremos que se permiten discusiones llamadas “valóricas” en torno a zonas aterradoras en las cuales reina el drama y la angustia, como violaciones o incestos en contra de niñitas o embarazos inviables.
Porque la despenalización del aborto terapeútico es una obligación social increíblemente tardía del Estado chileno para mitigar severos daños físicos o mentales. Una alternativa que debe estar cuanto antes a disposición de las mujeres si es que ellas lo estiman necesario.

Pero, claro, se trata de una parte mínima del apretado nudo que perpetúa a la mujer en un lugar devaluado y antidemocrático. Un espacio manejado por el conjunto de poderes que formulan los mandatos sociales y que vigilan la sexualidad de las mujeres como si fuera un atributo ajeno a ellas mismas. Un riesgo máximo que necesita de un control externo siempre activo y amenazante e incluso carcelario. Porque, en último término, es necesario señalar que la mujer circula en cada uno de los espacios sociales como un sujeto sobre el que se realiza una permanente violencia ya simbólica o explícita. Y, más aún, esa violencia incesante, naturalizada y estimulada aun por las propias mujeres, es el eje más visible para pensar modélicamente todas las formas de dominación.

Sobre esas formas de dominación y violencia se sostienen las estructuras mundiales. Incluso si examinamos los lugares aparentemente más vulnerables como los que conforman las identidades sexuales no centristas, vemos que las ciudadanas lesbianas, por ejemplo, están completamente invisibilizadas en Chile y eso abre una pregunta no menor y completamente crítica a las agrupaciones, entre otras, del Movilh y la Fundación Iguales. Estas agrupaciones han realizado gestiones fundamentales en relación a la validación pública de hombres homosexuales. Sin embargo repiten y ejercen las prácticas antidemocráticas en contra de las mujeres. Más aún, se puede hablar de subordinaciones a poderes adversos a sus causas. Hay que recordar la discutible imagen de un dirigente tan mediático y resbaladizo como Rolando Jiménez aplaudiendo a rabiar, de pie, al ex Presidente Sebastián Piñera por el anuncio de una ley de AVP que nunca se iba a legislar bajo ese gobierno –lo dijo clarito el senador Carlos Larraín- y de la cual el propio Jiménez luchaba por apropiarse. Estas agrupaciones no cuentan con lesbianas como voceras en los espacios públicos. Ni una.

Más allá de cualquier argumento retórico, lo único real es que ellas no existen en esta geografía aparentemente disidente, porque estas asociaciones como Iguales y el Movilh adquieren poder en los espacios públicos siempre y cuando reiteren, con asombrosa simetría, el dominio heterosexual que solo en apariencia quieren combatir. Estas agrupaciones operan como un mero dispositivo para mantener y compartir el control que no es más ni menos que una táctica fundada en la hegemonía masculina. O, para ser completamente clara, a mí me parece que el Movilh o la fundación Iguales, mientras mantengan estas prácticas excluyentes, son asociaciones que me atrevería a denominar como heterogays.

Pienso que, en parte, habitamos un tipo de sociedad premoderna por el largo imperio conservador fundado en la economía agrícola. Como una mera anécdota, no se puede olvidar la imagen del ex ministro de Hacienda, Felipe Larraín, muy orgulloso montado en un caballo y vestido de huaso mostrando su deseo híper conservador por liderar la hacienda mental que lo habitaba.

Pero la real demanda pendiente es por la despenalización general del aborto que las voces políticas y culturales no se atreven ni siquiera a modular en espacio público. La autocensura implantada a todo el espectro social, obliga a la consigna de ir “pasito a pasito” y ya se sabe que esos pasos, con la derecha que tenemos y la internalización de la censura en todo el arco político del país, pueden tomar por lo menos cuarenta años más. Así el “pasito a pasito” local se inocula y se transforma en costumbre aún cuando el primer “pasito” ni siquiera se ha dado.

El aborto como espacio para los embarazos no deseados es una legítima demanda. Por supuesto que es una zona dolorosa, difícil y sensible. Nadie mejor que las mujeres lo sabemos. Pero se trata de un derecho fundamental y masivo en la mayoría de los escenarios occidentales. La pregunta es por qué en Chile no pueden enfrentar un gran diálogo sobre este tema estratégico. Y las respuestas pueden ser porque el cuerpo de la mujer está asediado y cautivo por la hegemonía y cualquier debate emancipador de su condición provoca un pavor inconmensurable la totalidad de los estamentos y muy especialmente en esta derecha-dinero que tenemos. Una derecha con severas limitaciones culturales, entregada sin pudor a la riqueza y totalmente kitsch que no cesa de ordenar, como los antiguos patrones de fundo, a todo el arco político y ni siquiera el desabarranque de la iglesia-Karadima los detiene.

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