Opinión
6 de Agosto de 2014Vigilar y Castigar
* No es infrecuente ver en los pasillos del hospital a uniformados custodiando un reo hospitalizado. ¿Quién está a cargo de ese enfermo? ¿Es un prisionero-paciente? ¿Un paciente-prisionero? Públicamente verlo morir de enfermedad, no por accidente ni homicidio, anclado a su lecho con pierna engrillada cuando enfermo, moribundo y muerto, en cumplimiento de una norma […]
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No es infrecuente ver en los pasillos del hospital a uniformados custodiando un reo hospitalizado. ¿Quién está a cargo de ese enfermo? ¿Es un prisionero-paciente? ¿Un paciente-prisionero? Públicamente verlo morir de enfermedad, no por accidente ni homicidio, anclado a su lecho con pierna engrillada cuando enfermo, moribundo y muerto, en cumplimiento de una norma exigida: que el reo internado (doble internado, en prisión y hospital) esté vigilado y esposado o engrillado, por el riesgo de fuga. ¿De un moribundo? A menos que los médicos decidan soltar el grillete, cosa que omitieron en el caso de Juan Montupin.
La ética médica subordinada a medidas de seguridad, ¿aquí o siempre? ¿Cuándo el médico es conminado por orden “superior” a nutrir artificialmente al huelguista de hambre demasiado debilitado para resistirse? El médico que participa en torturas ¿está violando su ética profesional o sólo aceptando “razones de Estado”?
Sabios filósofos y politólogos han desarrollado el cuento de la “guerra santa”, sujeta a justificación –jus ad bellum- y a responder por los métodos de destrucción que utiliza –jus in bello-. Y en ese cuento ideológico aparecen defensas de torturas para evitar supuestos males mayores, sevicias a terroristas que, por ser tales, y cito, han “renunciado a su propio estatus moral como ser humano… el médico puede cumplir uno o más roles centrales en facilitar la interrogación con tortura” (Gross, ML. (2006). Bioethics and Armed Conflict. Cambridge/London, The MIT Press)
La Asociación Médica Mundial declara que la ética médica en tiempos de conflicto armado es idéntica a la ética médica en tiempos de paz. Pero no, enseñan algunas inteligencias preclaras, y nuevamente cito: “Los dilemas bioéticos emergen cuando entran en conflicto principios morales fundamentales durante una guerra; los principios bioéticos no solo deben competir entre sí, sino también con dominantes principios de necesidades militares y razones de Estado que animan todo tema de ética militar”.
Un paciente engrillado en el hospital con anuencia o indiferencia médica es una situación brutal, igual de espantosa que la medicina que osa negar derechos fundamentales en nombre de doctrinas que se erigen en rectoras de la existencia humana. Tortura, alimentación forzada, caducidad de la autonomía de sanos y enfermos para decidir sobre su propio cuerpo, son crasas instancias de transgresión, no tanto de los códigos de ética médica que se ampara detrás de lo legal aunque sea ilegítimo, sino de la bioética que aboga por proteger al desamparado, recuperar la dignidad del caído, argumentar contra el biopoder que hace vivir dejando morir. Vigilar al castigado, castigar al vigilado.
El castigo, penosamente demostrado por M. Foucault en “Vigilar y castigar”, no es la mera privación de libertad, además se empecina en agregar un “suplemento punitivo que concierne realmente al cuerpo mismo”, engrillando al reo-paciente para que no se fugue aún cuando no podría hacerlo. El grillete, más que un método de contención física, es una mostración social de que no trepidamos en rebajar y humillar al ladrón que violó el sacrosanto derecho patrimonial, a quien es necesario castigar en exceso mostrando la efectividad de la vigilancia social.
Si efectivamente los poderes autoritarios pueden destituir derechos humanos en defensa de otros derechos, maltratar porque el orden social así lo requiere, abusar de la potestad de establecer éticas de excepción, entonces discurso ético y deliberación bioética naufragan, una vez más.
Insistir, no obstante, en denunciar la erosión de los fundamentos éticos de la convivencia social, significa condenar que en un hospital prime el uniforme autoritario sobre el delantal que, si se propone seguir siendo blanco, deberá quien lo viste, honrar sus mandatos éticos y bioéticos por sobre las arbitrariedades del poder. Es inexcusable que los médicos deban solicitar autorización para conservar la decencia y dignidad de las personas enfermas a su cargo. Inexcusable, también, si debiendo hacerlo no lo hagan.
*Médico y académico. Director de la Unidad de Bioética de la Escuela de Salud Pública de la Universidad de Chile. Autor del libro “El Pa(de)ciente”