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Opinión

4 de Septiembre de 2014

Ranking: la devoción por no querer solucionar nada

Los últimos días han estado caracterizados por diversas movilizaciones levantada desde los estudiantes secundarios en contra del Ranking de notas, medida incorporada en junio del año pasado como nuevo método de ingreso a la educación superior, el cual solo fomenta la competencia y deja casi intacto el ingreso a la universidad manteniendo así, apenas un 26% […]

Daniel Ortiz
Daniel Ortiz
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bachelet eyzaguirre A1
Los últimos días han estado caracterizados por diversas movilizaciones levantada desde los estudiantes secundarios en contra del Ranking de notas, medida incorporada en junio del año pasado como nuevo método de ingreso a la educación superior, el cual solo fomenta la competencia y deja casi intacto el ingreso a la universidad manteniendo así, apenas un 26% de seleccionados desde recintos públicos y un 53% de liceos subvencionados.

Esto ha causado notables migraciones dentro de los liceos de mayor exigencia, desembocando así en un descontento que se plasmó en la calle el Viernes 22 con cerca de 4.000 personas manifestándose y repitiéndose otra vez el Miércoles 27 con más de 6.000 personas en la calle.

En sí, el ranking expresa uno de los paradigmas más criticados “fomentar una competencia desleal y no la excelencia de la educación”, esto lo podemos observar en la preocupación del promedio obtenido en la media, reafirmando una de las lógicas de mercado dentro de la educación donde lo que importa son los resultados y no el proceso. Esto ha provocado la migración de alumnos desde los colegios “emblemáticos” hacia colegios públicos de menor exigencia, sólo para corregir su ranking y mejorar el puntaje de postulación a la universidad, supliendo el déficit de conocimientos con preuniversitarios gratuitos o pagados. Como ejemplo de las acentuadas brechas, podemos observar resultados que para un mismo promedio varían por lo menos 80 puntos según los distintos establecimientos educacionales.

Si bien se han levantado campañas como “Yo quiero egresar de mi emblemático”, estudiantes de estos mismos establecimientos hemos entendido que el problema va más allá de nuestro metro cuadrado. No se trata de una lucha corporativa desafectada de la realidad social en la que está inserta nuestra educación. El simple hecho de que entre el 2013 y el 2014 hayan ingresado 264 alumnos, (de liceos públicos), menos a la universidad, nos da cuenta del deterioro estructural que sufre la educación pública en Chile. La permanencia es otro termómetro de la crisis que se vive. El que una vez ingresados a la educación superior se siga teniendo como causa principal de deserción el financiamiento, es otro factor que indica lo mismo.

Cuando se implementó el ranking nosotros hicimos presente que sería una medida parche y que sólo traería consecuencias nefastas, otro obstáculo más en nuestra educación tal como son las pruebas estandarizadas, que al fin y al cabo, terminan segregando y evaluando conocimiento asimilado y no habilidades o competencias. Hoy podemos ver como el CRUCH al ver que la medida no fue efectiva y que acarrea otras secuelas, lejos de eliminarla, la modifican experimentando con los alumnos que egresan, para ver si así mejora un poco su “medida insigne”. También se puede ver como el ministro de educación, uno de los principales actores dentro de la educación y presidente del CRUCH, se mantiene impávido frente a esta situación, más preocupado de quedar bien ante la opinión pública, de contestar una y otra vez de manera ambigua al CONFECH, dejando totalmente de lado el conflicto a nivel secundario.

Es tiempo que Eyzaguirre y el gobierno de Michelle Bachelet se pronuncien frente a la problemática de acceso a la educación superior, como también de la crisis que atraviesa la educación pública. Las políticas de Estado han apuntado a satisfacer los intereses de los que por años se han enriquecido en el mercado educativo, en desmedro de las familias Chilenas y de las comunidades educativas.

Si existiese en todos los establecimientos públicos, educación de excelencia, garantizada por el Estado y con injerencia directa de las comunidades, liceos emblemáticos como el nuestro, que educan en base a la meritocracia y el exitismo no tendrían razón de ser.

Las movilizaciones que hemos levantado son esfuerzos por obtener un cambio real, profundo y trasformador, no estamos interesados en recibir promesas que terminan desembocando en acuerdos parlamentarios alejados de nuestra realidad y contradictorios con nuestras demandas. Si se toman medidas para la inclusión, debiese reflejarse en el ingreso de más alumnos a la educación pública y estos a su vez, acceder a la educación superior, además de asegurar financiamiento para su permanencia.

No basta con titular una reforma con fin a la selección, lucro y copago si en la práctica se termina por sepultar lo poco que nos va quedando de educación pública.

El autor estudiante del Instituto Nacional y miembro del colectivo 5 de septiembre.

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