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Opinión

14 de Septiembre de 2014

El autor ha muerto, ¡viva el autor!

Cuando a finales de los sesenta Barthes, primero, y Foucault, después, anunciaron la muerte del autor, de esa figura mítica y poderosa, de ese héroe, las respuestas no se hicieron esperar. Para los liberales, en su mayoría anglosajones, la voluntad y la necesidad eran rasgos del carácter que posibilitaban y engrandecían el arte. Transformar la […]

Tal Pinto
Tal Pinto
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Cuando a finales de los sesenta Barthes, primero, y Foucault, después, anunciaron la muerte del autor, de esa figura mítica y poderosa, de ese héroe, las respuestas no se hicieron esperar. Para los liberales, en su mayoría anglosajones, la voluntad y la necesidad eran rasgos del carácter que posibilitaban y engrandecían el arte. Transformar la autoridad en mero discurso era un acto de indudable violencia que suponía en cierto sentido volver a emerger de la caverna. Si los dioses bajaron del Olimpo, ¿seguían siendo dioses? ¿O apenas la distancia era la fuente de su divinidad?

A partir de diversas estrategias de negación y silencio en la literatura, en “El libro tachado” Patricio Pron (1975) articula una crítica, que es también una defensa y una forma de resistencia, contra la gran masa de discursos sociales empecinados en afirmar que la literatura ha muerto o se encuentra en un estado terminal. O como dice Pron: “Esta es una contribución a esa historia, la de la literatura de los últimos dos siglos, producida ’en contra’ del siempre inminente ‘fin de la literatura’ y de la ‘muerte del autor’ varias veces anunciados ya que no claudica ante ese fin y esa muerte, puesto que parte de la premisa de que el hecho de que la literatura pueda acabar y sus autores morir algún día es su condición de posibilidad y su mayor aliciente”.

De más está decir que esta “crisis” trasciende las fronteras de la literatura. Es una que se viene cocinando hace mucho tiempo –por lo menos desde los ’60– y en la cual la sociedad toda se ha volcado contra los que se suponían los pilares de autoridad (políticos, científicos, artistas, críticos, profesores, etc.). En lo tocante a la literatura, Pron observa la transformación del autor como héroe cultural en figura comercial, una mutación que responde a las exigencias “de éxito” de la industria editorial. “Las nuevas formas de circulación de los textos, los nuevos actores en el negocio” y, en particular, la “nueva materialidad de la escritura” vinculada a las nuevas tecnologías parecen demandar un nuevo autor, diferente al que conocemos. Para Pron los autores bajaron del Olimpo porque no les quedaba otra. Y cuando llegaron a la tierra pasaron dos cosas: unos volvieron a ser dioses, figuras recortadas de cartón en ferias del libro, y otros se transformaron en cultores de un nuevo género, el género del silencio. (Digresión nacional. En Chile conocemos bien esta estrategia literaria de escribir lo que no se puede o no se debe decir o, sencillamente, del silencio como acerada arma contra todo lo que es normal o convencional. Hace un tiempo está instalado el debate entre la “novela tradicional” y la “novela experimental”.)

La estrategia narrativa de Pron por lo general da resultado. Los dos relatos que conviven en el texto, las citas al pie de la página, se imbrican sin suavidad alguna, y precisamente esa la idea. En “El libro tachado” hay pasajes notables, como el pie de página que aparece en el capítulo dedicado a los suicidas, que tiene la impronta del Bolaño enciclopédico de “2666” y la enumeración casi humorística de David Markson y bien podría ser un cuento.

“El libro tachado” es un libro importante. Es un canto de amor y un bastión, una enciclopedia breve y un poema académico, y también una confirmación del talento de un escritor que no necesita más gente que afee y arruine este pobre mundo.

El libro tachado
Patricio Pron
Turner, 306 páginas

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