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Opinión

26 de Noviembre de 2014

Columna: Cal y Canto Blues

Cuatro forajidos chilenos asaltan un supermercado en pleno centro de Buenos Aires. Meta balazos. Pienso en mi hijo que estudia por ahí cerca, que lo llevo exactamente por ahí cuando lo paso a buscar al Cangalo Schulle. “Mi papá es chileno, entonces yo soy medio chileno”, le dijo una vez a un taxista. Pienso en los escritores Gonzalo León y Vitoco López, que viven en Buenos Aires.

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Lanzas internacionales

Cuatro forajidos chilenos asaltan un supermercado en pleno centro de Buenos Aires. Meta balazos. Pienso en mi hijo que estudia por ahí cerca, que lo llevo exactamente por ahí cuando lo paso a buscar al Cangalo Schulle. “Mi papá es chileno, entonces yo soy medio chileno”, le dijo una vez a un taxista. Pienso en los escritores Gonzalo León y Vitoco López, que viven en Buenos Aires.

Deben estar re contentos con lo que va a provocar su hermoso acento cuando compren cualquier cosa. Cansa pertenecer a un país. Yo hablaba como argentino en los taxis para ahorrarme el “yo tengo una familiar en Santiago, fui a Chile durante los años setenta”. El otro día acá en Santiago me asaltó una pareja muy internacional: un chileno con un peruano. El chileno de chofer, el pata atrás del taxi agachado. El poeta Pancho Ide dijo que ahora la miseria es globalizada. Desde hace algún tiempo no cree en nada. Me asusta. Quizás todavía está con las secuelas de un golpe de estado amoroso que lo tuvo cagando sangre un rato largo, con psicólogo y todo. Por ese motivo quizás, su opinión sobre los inmigrantes y sobre cualquier cosa es pesimista. Ojo, no es que tenga un pelo de xenófobo, pero dice que en el fondo lo que llaman diversidad es juntar lo peor de cada latinoamericano, ampliar la miseria. El negativo de la patria grande desde Bolívar a Perón y Chávez, lo contrario a las anchas alamedas allendistas, la pesadilla del Dr. Ernesto Guevara de la Serna. Todo pa la cagá en un paseo por Independencia.

Aunque hay forajidos y forajidos. La izquierda setentera idealizaba la figura robinhoodesca, pero hay casos realmente interesantes. Les hablo del Loco Pepe, un porteño de Villa Devoto –abuelo del narrador Alejandro Rubio– admiradísimo por el hampa chilena de la vieja escuela. Luego de robar unos lingotes de oro en el Aeropuerto de Ezeiza, se viene a Santiago, donde pretende instalarse como librero e importador de libros argentinos, pero es estafado por su socio y luego de esa decepción, inaugura los asaltos con armas largas a bancos, escribe una novela y finalmente es delatado a carabineros por su empleada doméstica. Se alegra de que lo agarren los pacos ya que les tenía pánico a los ratis.

El poeta Andrés Azúa le señala al poeta Pancho que por su parte él está fascinado con las chicas de todos los estilos, colores y sabores, con el acento de los colombianos y la comida peruana. El poeta Pancho no cree en ninguna diversidad cultural, dice que hay fujimorismo, derechismo, violencia de género, mano de obra barata aprovechada por inescrupulosos. Me meto a su conversación y les digo que vi una vez a un pata darle cerveza a un bebé, e intervine porque me pareció demasiado. Oye, no todos los colombianos y peruanos le aforran a sus mujeres, dice el poeta Andrés. Claro que no, yo vivo en Independencia, agrego. Ambos conocen Santiago, estudiaron en la Chile y ambos recorrieron Latinoamérica cuando tenían veinte años, la misma edad de unos chicos de una universidad privada en la que me tocó dar una charla.

La charla

Un paréntesis con lo de la charla: en esa ocasión, para ilustrar una idea, mostré en el data un cuadro precioso, la pintura Hollyhocks –Malvas– del impresionista Frederick Karl Frieseke. Entonces, uno de los alumnos dijo “flores de pobre”. Casi me caigo de raja. Los asistentes defendían la educación privada y sus conceptos en literatura eran de Básica. Había dos o tres miradas inteligentes, pero en un momento ya no soporté. Medio en broma y medio indignado, les dije: “Vine gratis a compartir y tengo que escuchar esto. Se supone que a la edad que tienen ustedes hay que agarrarse con los pacos, fumar marihuana viendo cine en una toma, tomando café y durmiendo con una frazadita, hacer el amor en la montaña y leer literatura camorrera”. Les pregunté qué exactamente querían, cuál era su idea de creación, “¿salir en una revista con el pelo mojado y mostrando la biblioteca y el gato, confesar que toman té verde y fuman mucho? ¡Por el amor de Dios, ustedes tienen veinte años!”. Algunos creen que a esos jóvenes deben enseñarles redacción para que al menos puedan corregir texto y trabajar en algo. Error. Saber distinguir la paja del trigo en los saldos y luego en el café o el bar bajarse algunos libros, saber ir a un Festival de Cine, revisar la programación e ir a un hostalito por ahí en la parte no hipster de la ciudad sería mucho más útil que una clase de redacción para esos niños. La redacción es lo contrario a la escritura. No hay reforma que pueda hacer algo, creo yo. Pobres.

Terminal Bar

Colgar una película en Internet, no tiene sentido si no hay un par de buenos presentadores con distinta opinión bien formulada y un blog sin agresiones gratuitas ni adjetivazos elogiosos. Por eso Internet devalúa un poco lo que toca. Hay una pequeña obra maestra del documental que se llama “Terminal Bar”, de Stephen Nadelman, breve y se puede ver en youtube. Tiene algo que ver con la parte arrasada de la ciudad, y con bares para almas hechas mierda. Anoche, domingo, me vine caminando desde Estación Cal y Canto y Mapocho hasta Plaza Chacabuco sin Virgilio, sin clonazepam, a capella. Se ven borrachines en el suelo, los cargadores de la Vega, algunos cagados en los pantalones, uno gritaba que quería una ambulancia. Eso, combinado con el olor a frituras, la gente jugando a esos tragamonedas que son la única luz que ven, más algún latinoamericano no chileno dándole una paliza a su mujer, constituían un viaje oscuro con la muerte por todos lados (el negativo del viaje del Che). Me comí un dinámico con un schopón y dije bueno, yo amo este lugar, capaz que hasta sea parte de este paisaje arrasado también, pero mejor conservar alguna madrugada en los ojos y el alma. No queda otra, porque de otra manera sería imposible caminar tranquilo, se baudeleriza en mala la psique o se empieza a despreciar todo, y eso no tiene ninguna gracia: la gracia es aguantar y conservar cierta alegría. No es fácil. Me imaginé a un profe metrista y helenista caminando por aquí. Cuando uno piensa en esos cabros de la privada o camina por Independencia un domingo, viene un sentimiento de soledad y depresión grande, un bajón patriótico si se quiere, no puedo pensar en otra palabra. Entonces hay que abrigarse por dentro con un sol ficcional en medio de este panorama abrumadoramente dark (como para escribirlo en métrica), cerrar los ojos, respirar y pensar en qué puede hacer uno al respecto. Y luego de esa enorme culpa de ancla ciudadana, pensar sin egoísmo en algún tipo de acción, reflexión, meditación, acción política. Algo que nazca.

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