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Opinión

5 de Marzo de 2015

Daniel Muñoz, actor y cuequero: “Lo de Dávalos y Penta demuestra que tenemos un feudalismo al estilo de la Edad Media”

En unos días más se estrenará la película “Allende en su laberinto”, de Miguel Littin, que narra las últimas horas del ex presidente antes de morir en La Moneda. El actor Daniel Muñoz se puso en los zapatos del líder de la UP y defiende la teoría del asesinato. También prepara su recital con Los Marujos –el 20 de marzo en el Nescafé de las Artes– donde narra las andanzas pícaras de un roto chileno por Latinoamérica. Acá se defiende de los cuequeros que lo tratan de aparecido y critica a “caraduras” como Sebastián Dávalos.

Macarena Gallo
Macarena Gallo
Por

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¿Te costó mucho ponerte en los zapatos de Allende?
-Fue muy difícil y me entregué a concho. Es el personaje más importante que he hecho, sin duda. Para empezar no me parezco físicamente en nada. No sé por qué me eligieron a mí. Pero el productor y Miguel me dieron argumentos bastante válidos. Ellos querían a un actor que no caracterizara, sino que representara a Allende. El punto más complicado era saber quién es Allende. Yo no lo conocía mucho. Sabía lo típico: el discurso, que se había suicidado en La Moneda, que era un hombre bueno, un estadista, un burgués picao de la araña.

¿Qué descubriste de Allende?
-Miguel Littin me ayudó bastante. Partimos leyendo sus discursos, viendo su actitud frente al micrófono. Pero la verdad es que la película hablaba más del amigo, del amante, del papá. Y de eso no había mucha información. Mi referente fue la Biografía Sentimental de Eduardo Labarca. Pero como no hay más información, se dio la oportunidad de inventar, de suponer, de hacer ciertas hipótesis de cómo se comportaría frente a distintos hechos. Todo para poder llegar al hombre que es capaz de inmolarse por sus convicciones. Ese era el punto de llegada. ¿Por qué Allende hace eso? Fue un trabajo largo para armarme una idea. De hecho, me hice un libro en primera persona haciendo yo de Allende.

¿Qué escribiste?
-De todo, ya ni me acuerdo, de las campañas presidenciales por ejemplo. Esa biografía fue la base para aterrizar a este personaje que está tan idealizado. De hecho, ya es un mito. Muchas cosas de él siguen en la nebulosa.

Como su propia muerte…
-Sí. Independientemente si se suicidó o lo mataron, eso no rompe en nada el sentido de por qué él lo hizo. Él murió por sus convicciones. Para mí, es un héroe.

Para alguna gente de derecha, es un cobarde por suicidarse.
-Les conviene que se haya suicidado, porque así pueden vilipendiarlo. Pero no entienden que un suicidio en esas condiciones, pensando en todo lo que Allende tuvo que barajar, tiene una nobleza increíble. Pero yo, personalmente, creo que a Allende lo asesinaron.

¿Por qué?
-O sea, partiendo de la base de que llevar a un hombre a acorralarlo y que se vea en la posición de suicidarse, ya eso es un asesinato. Pienso que lo asesinaron, porque todavía hay mucha oscuridad en torno a la autopsia. Pasaron varias horas desde que se detecta el cuerpo de Allende hasta que se le hizo la autopsia, y los que la hicieron estuvieron vigilados a cañón. Eso me provoca dudas.

La familia no comparte la teoría del asesinato.
-No sé por qué piensan que él se suicidó. Lo que pasa es que si tú dices que lo asesinaron viene la pregunta quién lo asesinó. Y ahí está involucrado el Ejército de Chile y grandes personeros civiles y militares que todavía siguen caminando por las calles chilenas. La figura de Allende nos sigue penando fuertemente y eso es lo bonito, porque aún sigue metiendo el dedo en la llaga. Quizá nunca se sepa la verdad, y se quede en el mito. Quizá es la mejor manera de glorificarlo, ensalzarlo, de dejarlo así. Con ese sentido del humor que tenía, Allende debe estar feliz que su imagen genere esa inseguridad, esa aventura histórica.

¿Qué te parece la apropiación de la imagen de Allende de políticos de izquierda?
-Me gustaría saber quién de la izquierda estaría dispuesto a hacer lo mismo que hizo Allende en una situación similar. De hecho, todos salieron arrancando. Claro, había algunos del partido, pero todos salieron cascando cobardemente, le negaron el apoyo. Su Partido Socialista, los comunistas, salieron arrancando. Pero, claro, ahora todos se arrogan la imagen de Allende. Y eso es ser arrogante. Pero bueno, alguien tiene que mantener viva la imagen sea como sea, porque el ataque de sus enemigos aún sigue presente.

PASTEL DÁVALOS
Tiempo atrás dijiste que no querías a Bachelet por segunda vez.
-No quería. Ella no me cae mal para nada, sino que su entorno. Y ahora con el pastelazo de su hijo que se mandó la tremenda embarrada. Pucha, me da pena Bachelet. Sé que ella lo quiere hacer bien y le salió el pastel de su hijo. Pero ella está viviendo en un entorno político y la política es lo que es: funada, no representa a nadie, un negociado. Yo no creo en los partidos políticos. Nunca he militado ni voto hace rato. La última vez que lo hice fue para cuando se presentó Piñera. No podía concebir que ganara la derecha, pero al final fue bien merecido, porque la gente castigó a la Concertación por todo el despilfarro que hicieron, por el fracaso al que nos llevaron, por todos sus negociados, por toda la suciedad que empezaron a acumular. El poder corrompe y la política es corrupta. Yo he contado con los dedos de una mano si hay un político bueno y no encuentro a nadie. A mí me decepcionó Ricardo Lagos. Confiaba mucho en él, pero me defraudó con el descalabro del Transantiago, del Instituto Médico Legal y los detenidos desaparecidos, porque vendió todo Chile a los empresarios, ¡y fue un gobierno de la Concertación!

¿Qué es lo que más te enrabia del caso Caval?
-Me da rabia lo caradura que es Dávalos de negar todo, de defenderse como gato de espaldas, de defender algo indefendible. El hecho de ser recibido por el dueño del banco en tu calidad ya de primer damo, es impresentable. O sea, cualquiera puede aprovechar la oportunidad. Pero el hecho aquí es que era el hijo de, el hijo de la presidenta, que ocupaba un cargo público, y se aprovechó de ser el hijo de alguien importante. Esto demuestra una vez más cuánto se puede lograr en Chile siendo hijo de. Cómo quedó la imagen de su mamá. Dónde queda el discurso del gobierno de igualdad y de transparencia. Uno dice al final, chuta, en quién confiar. Todo viene de la misma veta y del mismo bolsillo. El caso Dávalos y Penta demuestran que tenemos un feudalismo al más puro estilo de la Edad Media. Nosotros somos esclavos pero envueltos en otro papel. El sistema está organizado para que Chile siga siendo un gran feudo manejado por cinco familias.

¿Qué te parece que la derecha pida explicaciones a la presidenta por lo de su hijo?
-Son caraduras. Se llenan la boca con la nobleza, corrigiendo al otro, que ellos no roban, que no son corruptos, ¡puras mentiras! A la frase acuñada por Lagos de que hay que dejar que las instituciones funcionen, uno podría completar con “y hagan todo el robo que puedan”. Esa es la premisa. Y volviendo atrás, el único que quiso hacer algo distinto fue asesinado o se suicidó. Fue el único que intentó producir un cambio profundo y cambiar la fisonomía de este país.

Bachelet también quiere hacer cambios, pero de una manera mucho más tibia que Allende.
-Hay que ser iluso para pensar que se puede volver a la UP. Cosas tan radicales no creo que pasen. Se entiende que el gobierno de Bachelet tiene que hacerlo de una manera más sobria. Puedo hacer la analogía de cuando yo trabajaba en TV y hacíamos El Malo en una época en que costaba decir las cosas. A nosotros nos censuraron muchísimo. Pero aprendimos a decir las cosas de otra manera sin ir al choque, pero diciendo lo queríamos decir. Ahora yo creo que hay un poco de eso. Se pueden hacer cambios y reformas pero buscando no ir al choque, porque tienes una derecha enrabiada, que si bien puede verse muy dócil, uno no sabe lo que puede llegar a hacer. Para mí sigue siendo una derecha violenta. Los empresarios, la gente que maneja este país, es gente agresiva.

Hay gente que no quiere tanto consenso con la derecha.
-Claro, porque la gente que hace esos acuerdos no es confiable. En Chile no está el horno para hacer bollos. Los poderes están muy instalados todavía. Todo tiene una letra chica oscura. Lo más probable es que todos estos sinvergüenzas queden libres. O cumpliendo una pena menor y todo se arregle entre partidos políticos. Saben que nada les va a pasar. Qué querís que te diga. Si el propio hijo de la presidenta se permite hacer eso, es porque está todo permitido en Chile. Piden perdón como cuando van al confesionario a pedir perdón por lo que hicieron, pero al otro día están haciendo lo mismo y peor, porque saben que igual los van a perdonar. Obviamente, entonces, las sanciones ni les hacen ni cosquillas.

CUECAS DE ROTO
¿De qué se tratan las “Cuecas de roto por América morena” que vas a presentar con Los Marujos?
-Es un espectáculo que cuenta las andanzas de un roto chileno que está muy enamorado de su negra, su morena, pero de repente se entera de que su pareja tiene una hermana en Argentina, otra en Bolivia, otra en Perú y una más chica en México. Entonces, como roto picao de la araña quiere entablar una relación con todas. La morena, en el fondo, es la cueca. Y llega a los lugares y conoce a esta chola, a esta cuyanita, a esta chamaca. En el fondo, es un viaje musical a través de este personaje para mostrar un poco que la cueca no solo se baila y canta acá en Chile.

¿Y este viaje lo concretaron o solo fue navegar por internet?
-Solo fue buscar información. Es un trabajo que hizo Margot Loyola hace mucho tiempo, que llegó a mis manos y que me encandiló por la poca información que yo tenía. Para mí, la cueca era chilena y nada más. Y de repente me doy cuenta que hasta en México existe la cueca y que más encima se llama chilena. Entonces, claro, arrogarse la soberanía en este tipo de cosas llega a ser ridículo.

La cueca es muy nacionalista.
-El roto es muy aferrado a su patria. De ahí su defensa de los patrimonios nacionales como su bandera, su estandarte, su escudo, su vino, su mar, su comida. Cosas en apariencias muy sencillas pero que son muy simbólicas. Se aferra a eso, pero en el fondo no tiene nada. Pero esta patria fue construida por los rotos, la carne de cañón. El roto chileno le ha dado la riqueza a este país. Ese orgullo al final es trágico, porque es el del desplazado, porque los que se llevan los honores son otros.

Los viejos cultores no suelen mirar bien a las nuevas generaciones de cuequeros bravos.
-Uno entiende esos comentarios, en el sentido de que ellos vivieron la época de gloria de la cueca, cuando se arraiga en el pueblo. Es como su bandera de lucha, su tesoro, y terminan siendo muy celosos de que este tesoro se transgreda, se ensucie o se tergiverse. Pero eso tiene su limitante. En el fondo, se transforma en una especie de elite. Se encierra, se enfrasca, y se impide que florezca con nuevas ideas. Y la cueca se tiene que seguir moviendo, sino se transforma en un objeto de museo que está ahí para ser visto y está más seco que no sé qué y es lo que está pasando con toda esta sobreprotección de lo patrio. Siempre ha habido un choque con los maestros. El viejo Nano era bien severo. Pero entiendo que para poder liberar algo y transformarlo, es importantísimo conocer la esencia. Si ellos no fueran así, no existiría una base sólida sobre la cual trabajar.

¿Te costó mucho entrar en el mundo de ellos?
-No tanto, por el hecho de ser conocido. Había mucha curiosidad. Obviamente, sentí el recelo de “quién es este aparecido”, “este de qué se las quiere dar”, y todavía lo sigo sintiendo. Yo creo que tiene que ver con un resentimiento, una amargura de clase.

Para ellos, si ibas a hacer cueca brava tenías que ser de barrio bravo. Ser choro de verdad.
-Ese mundo, esa cueca brava, ya no existe. El canto a la rueda, las competencias, no existen. Todos estos rotos se murieron.

Ese Santiago tampoco existe.
-Ya no. No me cabe duda que las peleas y que la cuna de la cual surgió la cueca brava, eran reales. Vivir esa experiencia debe haber sido alucinante. Vivían a concho esos hombres. Si había que morir peleando, morían peleando. Si morían cantando, morían cantando. Y esas cuecas que ahí surgieron nunca más se volvieron a cantar. Pero la cueca sigue siendo cueca. No tiene el mismo dinamismo de antes, pero pensar que la cueca de ahora no es cueca por no ser como la de antes, es un absurdo.

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