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Nacional

27 de Marzo de 2015

El sueño inconcluso del músico ciego de Pudahuel

Según sus familiares, Felipe Díaz, el joven no vidente de 26 años que diariamente tocaba la armónica en las escaleras de la estación del metro Pudahuel, fue maltratado y humillado por los guardias que lo expulsaron el pasado miércoles. Para sus cercanos, este acto de indolencia y discriminación concluyó con su suicidio, como el trágico final de una vida cuesta arriba. ¿Quién era Pipe? Un joven que vivió la música como la forma de sobreponerse a todo. Aquí su historia.

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Son las dos de la tarde del sábado 14 de marzo. La capilla San Manuel de La Estrella en Pudahuel está atestada de gente, en su mayoría vecinos y amigos, que fueron a despedir a Felipe. El cuerpo descansa en un ataúd café, encima una flor mustia parece fundirse con la madera. Su hermano Mauricio (29) recibe a la gente, desconsolado, con la voz casi apagada da indicaciones sobre la marcha del cortejo fúnebre.

Constanza (19), su prima, hace un alto en el ajetreo y confiesa que le da rabia ver como la prensa indaga en su pasado familiar doloroso y como ya han relacionado todo con el primer intento de suicidio de Felipe, o con la muerte de su padre, Juan Carlos, quien falleció por la misma causa en marzo del 2010. Ella dice que Felipe siempre esquivó esa trágica herencia. Que amaba la vida más que nadie.

-¿Cuánto puede vivir una persona después de un intento de suicidio? Yo ahora he leído mucho sobre esto y la gente a lo más dura dos años, no diez. Felipe tenía muchos planes, no vivía con depresión como ha dicho mucha gente- asegura con los ojos verde acuoso bien abiertos.
Las flores en una corona dicen: “Oripe jamás te olvidaremos”, “Oripe”, así le decían sus amigos, un sobrenombre que alude a su orejas grandes. En la puerta de la iglesia no cesan los gritos, como el público de un concierto o una barra brava. “¡Ohh Pipe no se va, no se va, no se va, Pipe no se va!”. El cortejo se da una vuelta por el pasaje Olmué, donde vivía, y transita con dificultad por las pequeñas calles de la población, bordeando canchas de cemento pintado de verde, casas con segundos pisos de madera, que sortean el hacinamiento.

Abundan las terrazas improvisadas en la vereda y perros callejeros. Los niños corren detrás de los autos, las vecinas se asoman por las puertas a despedirlo. Su barrio, donde se sentía como en su casa, lo recuerda con cariño. El mismo donde en esa solidaridad cotidiana, un vecino “El Jimmy Neutrón” le construyó una bicicleta especial para que pedaleara con sus manos y otros organizaron un bingo para comprarle una batería. Lejos de su hogar, nunca encontró tanto apoyo.

La tarde del miércoles 11 de marzo, Felipe tocaba la armónica en la escalera de la salida Teniente Cruz de la estación metro Pudahuel. Llegaba diariamente al mismo lugar, disfrutaba del contacto con la gente y además ‘se hacía’ algunas monedas, dice su familia. Había tocado en otras estaciones, pero esta estaba ubicada a diez minutos su casa y podía llegar caminando con su perro lazarillo Kolt. Allí instalaba su “bazuca” con las pistas de blues y desenfundaba su armónica.

Según lo que denuncia la familia y algunos comerciantes, el joven de 26 años habría sido hostigado, expulsado y golpeado por dos guardias de seguridad del metro Pudahuel quienes lo acusaron de simular su ceguera, de engañar a la gente y de “ser un estorbo” para la seguridad de los pasajeros. Incluso algunas personas lo recuerdan nervioso, trastabillando, mientras le apuraban el paso a empujones, situación que les llamó la atención por la indolencia principalmente de una mujer a la que describen como robusta y agresiva. Todo esto pasó frente a las miradas de transeúntes, pese a que iba seguido de su perro guía Kolt y de que su trabajo era conocido por las personas del lugar.

-Lo empujaron y cayó. La guardia, la mujer, era la peor- dice Javier, un joven que trabaja captando pasajeros para los taxis a la salida de la estación. Una señora rubia, también comerciante -quien prefiere resguardar su nombre-confirma la historia.

Consultado por The Clinic el Departamento de Comunicaciones del Metro de Santiago declara que la empresa está revisando los antecedentes para determinar si en días previos se registró alguna situación que involucrara a personal que no respondiera a los procedimientos que establece la empresa. “De ser así, se aplicarán las medidas correspondientes. Sin perjuicio de ello, no corresponde establecer una relación entre la trágica decisión que adoptó el joven Felipe Díaz y lo sucedido en la estación Pudahuel”, aclaran.

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Foto: Alejandro Olivares

La música como terapia

En la tarde del domingo, al día siguiente del funeral, la reunión es en la casa del “tío Leopoldo”, un señor bonachón de cabellera y bigote gris. En la mesa del comedor están Mauricio, el hermano mayor de Pipe, y su madre Bernardita (47) una señora de melena platinada y vestido floreado. Mauricio, ‘El Topo’, prende el primer cigarro para recordar a su hermano. Cansado, con los ojos aún hinchados, dice que ha perdido la noción del tiempo.
-Pensé que era lunes- explica, y esboza una pequeña sonrisa.

De a poco, él y su madre van recordando. Felipe nació un 22 de febrero en el Hospital Clínico J.J. Aguirre, dos semanas antes de lo diagnosticado, como metáfora de hacerlo todo adelantado, de aprender rápido. Para su madre, Felipe solo quería salir.

Más bajo que sus compañeros, hiperquinético y buen alumno, así era el Felipe-niño del colegio Nuestra Señora de Andacollo. A los diez, aprendió a andar en skate, quería ser el mejor, las rodillas y codos raspados y sangrando no parecían aplacar sus ganas. Felipe se paraba, se sacudía la ropa y volvía a intentarlo. “’Mamá, quiero hacer piruetas’ me dijo y aprendió tan rápido como lo era en todo”, recuerda hoy Bernardita. Así siguió, siempre autodidacta. A los doce ya tocaba guitarra a la perfección, aprendió con los amigos de la Plaza Víctor Jara. A la misma edad ya era un excelente nadador.

Bernardita está sentada en una silla en el comedor, tiene las manos entrelazadas sobre la mesa. Recuerda el día en que le enseñó a nadar a su hijo en unas vacaciones en Ventanas. Fue un alumno aventajado y en semanas alcanzó a su mamá. En una de las competencias, ella se detuvo para respirar, Felipe ya era una mancha naranja que tocaba las boyas, sin temor a la corriente. Ese día supo que “Pipe” era una especie de adulto en un cuerpo pequeño.
El año pasado, volvió a meterse al mar en la playa La Herradura, braceó un poco y pataleó. Bernardita lo seguía de cerca.

– Voy a volver a nadar como antes, mamá- le dijo, y ella miraba cómo disfrutaba del agua. Estaba feliz.

El “accidente”, es el eufemismo que usa la familia para hablar del día en que Felipe intentó suicidarse a los quince años. No quieren decir más. Estuvo dos meses postrado, una ceguera cortical y epilepsia fueron las secuelas de la asfixia después que trató de ahorcarse. Desde Teletón comentan que Felipe estuvo diez años en rehabilitación “con problemas motores y de lenguaje”,- además de sus problemas a la visión- recién el año pasado le dieron el alta.
Su hermano Mauricio posa su palma frente a sus ojos para explicar que la ceguera de “Pipe” es como una cortina grisácea por donde se cuelan luces, sombras y colores fuertes. Nada más. Según su familia, los doctores les dijeron que nunca más podría hacer una vida normal, que nunca más sería la misma persona. Pero Felipe vuelve a la vida, camina con algunas dificultades y comienza a disfrutar. Esquiva la ciénaga.

El miércoles de la semana pasada, como otros días, se levantó temprano, se bañó, eligió su ropa, -cada cajón estaba organizado por prenda- y calentó su comida que le dejaban en el microondas con el tiempo justo. A las cinco, salió de su casa, junto a Kolt, rumbo al metro Pudahuel.

Mauricio recuerda con detalle el regreso de Felipe ese día. Eran las nueve y media de la noche y todos los hermanos estaban conversando en el living.

-¿Pipe, qué pasó?– le pregunta Diego, al verlo alterado.
-Es que me dijeron que yo no era ciego, que veía, me puse tiritón, no alcancé a sacar el carnet de discapacitado, me caí- decía nervioso.

Felipe le da vueltas, le pregunta a su familia dónde va a trabajar ahora, les sigue preguntando y esa duda se vuelve una idea rumiante. En la estación Pudahuel tiene sus amigos, le queda cerca de la casa, los comerciantes lo conocen, repite. Dice que se subirá a las micros. Su madre le responde que se puede caer, que todos juntos le pueden ayudar a buscar una nueva estación de metro donde pueda instalarse y empezar de cero. Felipe medio a regañadientes acepta, se duerme con la televisión encendida en el primer piso, donde estaba ubicada su pieza. Su prima Constanza se encarga de echarle un vistazo cada tanto.

-Felipe aún estás vestido, te vas a resfriar- le dice, lo arropa un poco y se va.
-Él se veía bien, un poco cansado nomás. Vio tele hasta tarde, pero tuve un presentimiento- dice Constanza y se acomoda la larga melena.

A las dos se durmió, aún se oía la televisión desde el segundo piso. A las seis y media, Diego es el primero en despertar en la mañana, trabaja como bodeguero, y a esa hora un amigo lo pasa a buscar. Bajó la escalera. La imagen lo golpea. Felipe en genuflexión, las manos en los bolsillos. Se había ahorcado. Usó la correa de Kolt y la amarró a la escalera. Todo se transforma en gritos.

-Yo no quería salir de mi pieza, no lo creí- dice ahora Mauricio.

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Foto: Alejandro Olivares

La mentira de la inclusión

11 de noviembre del 2012. Felipe fue invitado a la Teletón y está más cerca de las estrellas, se toma algunas fotos con Dj Méndez, Cecilia Bolocco y Luis Jara. Se arregla en el camarín, revisa si la afeitada fue prolija, se pasa la mano por la cara. Está nervioso. Sale al escenario, toca la batería como nunca, se siente un rockstar. Su madre lo mira orgullosa sentada en primera fila.

-No lo podía creer. A mi hijo lo veía todo el país, los vecinos lo grabaron, se veía tan lindo- recuerda Bernardita.

Participó dos años del grupo musical UTAC (Unidad de Terapias Artísticas y Creativas) de la Teletón donde tocaba batería. Aprendió de oído sobre las pistas del grupo Maná y otras bandas, ensayaba de seis a ocho horas diarias. Su mayor logro fue sacar El Gato López del grupo Ska-P. La música es la extensión de su cuerpo. Ese es el otro Felipe.

La vida cuesta arriba de “Pipe” no tenía que ver solo con la discapacidad, sino con la falta de oportunidades que golpeó a su familia, como a tantas otras de la comuna de Pudahuel, donde el ingreso autónomo per cápita, es de 155 mil pesos, según la última encuesta Casen. Pese a todo, no importaban las malas rachas, todos juntos siempre salían adelante. Bernardita es paramédico; Mauricio, asistente de ventas en una empresa de tuberías y cantante de la banda de cumbia “La Mechaklavo”. Diego trabaja en el despacho de una bodega y Tamara, la hija menor, está en primero medio.

Bernardita comenta que su hijo tuvo momentos de angustia, como cuando quiso aprender a leer con el método Braille en el Centro Educacional para jóvenes ciegos Santa Lucía. Aún no tenía el tacto necesario, los temblores en las manos que no cesaban, le imposibilitaron el aprendizaje. Fue la primera desmotivación. Estudió dos años y se retiró.

Esa estación de metro se volvió su hogar. Así lo recuerda “El mago Benito”, un hombre de 50 años con ceguera total que trabaja como masoterapeuta y quien se convirtió en su confidente de escalera. “Él decía que quería alegrar a la gente con su música. Su sueño era dejar de sentirse un estorbo, trabajar, arrendar una casa, ser feliz como todos”, dice y ríe. Benito estuvo en el funeral y sacó monedas de los oídos de los asistentes. “Chao Felipe, nos vemos mañana, me esperan mis hijos”, se despedía algunas tardes y a lo lejos se perdía la melodía de la armónica de su amigo.

Por esas razones, para su madre los siete mil pesos diarios que ganaba en el metro, lo hacían sentirse autovalente. Pero el dinero no era lo único, el oficio fue el estímulo para levantarse todas las mañanas. “Antes, trabajó en una fundación donde le pagaban 30 mil pesos mensuales. Ahí debía meter cartolas en sobre, llenaba cajas y cajas, pero a los seis meses ese dinero se redujo a menos de la mitad ¿Quién vive con esa plata?”.

Para Bernardita, su hijo conoció de cerca la falta de inclusión laboral, esa que se duerme en proyectos de ley relativos a la reserva de empleos para trabajadores en situación de discapacidad. La ley 20. 422 tiene como objetivo asegurar el derecho a la igualdad de oportunidades de las personas con discapacidad. “Con el fin de obtener su plena inclusión social, asegurando el disfrute de sus derechos y eliminando cualquier forma de discriminación fundada en la discapacidad”, reza. Pero la realidad dista de la legislación.

Según las cifras de la Fundación Luz, en Chile existen unas 300.000 personas con discapacidad visual, de las cuales 25% presenta ceguera total y el 75% restante tiene discapacidad visual en el rango de baja visión. No existen cifras oficiales sobre la inclusión laboral de los no videntes. La primera y única Encuesta Nacional de Discapacidad del 2004 (ENDISC) señala que el 75% de los discapacitados en edad de trabajar no tiene empleo.

-A Felipe le quitaron su rutina, con eso le arrebataron todo- dice su madre como buscando una explicación a la muerte de su hijo.

En contacto con The Clinic, Mauro Tamayo, director de Senadis, comentó que ya se comunicaron con Metro de Santiago ante la denuncia sobre el caso de Felipe, pero hasta ahora, la respuesta es la misma: se están investigando los hechos. Para Tamayo la ley Antidiscriminación (Ley Zamudio) tiene un marco normativo bastante sólido respecto a este tipo de situaciones que no solamente es claro frente a una acción, sino también frente a las omisiones. “No solo se contempla el hecho de decirle a una persona discapacitada ‘Tú sal de acá’ de un modo humillante, sino también se vulnera un derecho por falta o ausencia de afirmaciones, de una explicación adecuada a una persona discapacitada. Es importante que la familia pueda recopilar testigos de lo que sucedió con los guardias, o la guardia que supuestamente habría protagonizado el hecho, y que se resuelva en la justicia. La idea es que la familia no esté sola”, aclara.

Felipe iba a “carretear” al barrio Bellavista, a las tocatas de la banda de cumbia en la que canta su hermano. Era el fan número uno. En otras ocasiones, el espíritu indómito de Felipe lo llevó a pedalear a toda velocidad con su bicicleta desde la bajada de la Estrella. También se enamoró. Su gran amor de adolescente fue Karina, una joven no vidente a la que conoció en el colegio Santa Lucía, la niña morena fue su polola por dos años. Felipe se aferraba a la vida de antes, quería volver a ser feliz. Y por momentos lo fue.

El 24 de enero, baila como nunca en La peña del Nano Parra, mientras su hermano canta. Silba, grita, ríe y el momento queda inmortalizado en una foto.

-Felipe hizo muchas cosas. Fue feliz- dice Mauricio y antes de terminar la entrevista, cuenta la última anécdota de su hermano.

“Pipe” fue a un concierto de Los Búnkers, el público lo levanta en el aire y un mar de manos lo desliza para que pueda a oír a su banda de cerca al lado del escenario. Los amigos se asustan, se puede caer, lo pueden aplastar. Felipe alza las manos, no tiene miedo, se siente un rockstar.

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