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Opinión

1 de Abril de 2015

Columna: Los candados de siempre

La duda irrelevante es si los candados cerraban el container-dormitorio o nada más las rejas del lugar. Como si eso hiciera alguna diferencia. El hecho desnudo y cruel es el mismo: trabajadores encerrados en la noche por su empleador. La tragedia, con su dolor y realidad, suele despertar de esos sueños colectivos que, con tanta […]

Daniela Marzi y José Luis Ugarte
Daniela Marzi y José Luis Ugarte
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La duda irrelevante es si los candados cerraban el container-dormitorio o nada más las rejas del lugar. Como si eso hiciera alguna diferencia. El hecho desnudo y cruel es el mismo: trabajadores encerrados en la noche por su empleador.

La tragedia, con su dolor y realidad, suele despertar de esos sueños colectivos que, con tanta eficacia, nos habría fraguados unos pocos para todos. Como el de una sociedad a un paso- tan solo a un paso- del desarrollo.

Hasta que la tragedia nos recuerda –con tozudez- que lejos estamos.

Trabajadoras temporeras encerradas con candados. Los candados de una sociedad insensible hacia el drama del trabajo de hombres y mujeres de escasos recursos, alejados de las ciudades y en manos de emprendedores que llevan décadas, sin que nadie que les ponga freno.

¿Qué ha hecho el Estado por esas trabajadoras y ese drama que se repite en tantos lugares de Chile?

Nada. O casi nada. Dictar leyes de mínimos – muy mínimos- que se aplican de vez en cuando, con la esperanza que algún soleado día, en algún soleado lugar, llegará un inspector del trabajo.
¿Todavía queda gente en Chile que crea que las condiciones dignas y justas de trabajo deben depender de la visita –que no pocas veces nunca llega- de un inspector del trabajo? ¿Hay alguien sensato que crea que empresarios codiciosos –como dueños de frutícolas exportadoras que encierran trabajadores- se van a detener por unas multas simbólicas que apenas los afectan?

La torpe y extendida creencia de que las multas de la Inspección del Trabajo cambiaran algo. La empresa agrícola involucrada en los hechos que han motivado estas líneas tiene un largo historial de multas que, como es obvio, no han servido para cambiar nada.

¿Y si las multas y la fiscalización laboral llevan décadas de fracaso, no será momento de pensar en algo distinto?

No será hora, por ejemplo, como muestran los mejores casos en la experiencia comparada, de dotar a los propios trabajadores de organizaciones fuertes, con poder, que pueden ellas mismas velar porque se cumpla con condiciones dignas y decentes de trabajo.

Equilibrio que le llaman y que nunca ha existido en el campo chileno. Ni antes, con los trabajadores agrícolas de siempre –el inquilino-, ni ahora, con las trabajadoras de temporada.
Y es que los trabajadores del campo chileno han sido, por lejos, los más olvidados de la acción de un Estado que lleva dos siglos dándoles la espalda. De hecho, solo hablar de sindicatos y negociación colectiva del trabajador en el campo chileno ha sonado siempre a contradicción en sus propios términos.

Salvo un brevísimo y luminoso periodo.

En 1967 se dictaba la ley N° 16.625 de sindicalización campesina y se permitía, como hecho inédito en la historia chilena, la organización en sindicatos más representativos de trabajadores agrícolas que pudieran pactar convenciones colectivas. Dichas convenciones regularían las condiciones de trabajo para todos los trabajadores del sector, ya en determinadas regiones, ya en todo el país.

Se intentaba superar, de algún modo y por primera vez, la atávica exclusión de generaciones de hombres y mujeres que habían dado la vida en la agricultura, sin poder organizarse ni enfrentar con el más mínimo equilibrio a sus empleadores.

Pero ya lo sabemos, la luz suele durar poco en Chile. Todo acabo con la dictadura y así sigue hasta el día de hoy.

Nada de sindicatos, ni menos de negociación colectiva. A esperar, entonces, como las trabajadoras temporeras de Atacama, que alguna vez -por estas cosas de la vida- algún inspector del trabajo visite el lugar. ¿Y la agenda laboral que iba “emparejar la cancha” presentada por Javiera Blanco tendrá algo para esas trabajadoras? Dice que podrán negociar colectivamente con sus empleadores.

Una luz en las sombras, dirá alguno. Luz que durará los breves segundos que toma leer el torpe proyecto de reforma laboral presentado por el Gobierno. Dice textual que esas trabajadoras podrán negociar colectivamente, pero que de intentarlo “no gozaran” ni del derecho a huelga, ni de fuero sindical (artículo 368 del proyecto).

Sin huelga ni fuero para las temporeras. Dicen que los redactores ni se avergonzaron al escribir esta broma.

Y es que parece que los candados seguirán ahí. Y sus forjadores también.

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