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Opinión

2 de Abril de 2015

Columna: Un Chile Inverosímil

(*) Un viejo chiste de Condorito, muestra al emplumado personaje en el rol de adivino, atendiendo las consultas de Pepe Cortisona. “¿Qué ves en mi futuro, Pajarraco?”, le pregunta escéptico su archirrival. “Cuídate Saco de Plomo”, le responde Condorito. “Veo que pronto serás herido por un caballero medieval; atacado por un león; atropellado por un […]

Tito Flores
Tito Flores
Por

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(*)

Un viejo chiste de Condorito, muestra al emplumado personaje en el rol de adivino, atendiendo las consultas de Pepe Cortisona.

“¿Qué ves en mi futuro, Pajarraco?”, le pregunta escéptico su archirrival.
“Cuídate Saco de Plomo”, le responde Condorito. “Veo que pronto serás herido por un caballero medieval; atacado por un león; atropellado por un yate; y, que el mundo se te vendrá encima”.
“¡Eres un farsante!” le dice Cortisona a Condorito, y entre burlas y agravios hacia el adivino, se pone de pie y abandona la consulta.

En la escena siguiente de la revista, se puede ver saliendo a la calle a Pepe Cortisona, justo en el momento en que ocurre un accidente de tránsito que provoca lo que parecía imposible: se suelta un yate desde el remolque de una camioneta en el que era transportado; se libera un león de su jaula desde el carromato de un circo en el que viajaba; los operarios de una mudanza se sobresaltan con el accidente y se les cae justo sobre Cortisona la réplica de la armadura de un caballero medieval con espada en ristre; y, por si todo lo anterior fuera poco, el trabajador que instalaba en las alturas un pesado cartel gigante con la forma de un globo terráqueo, pierde el equilibrio, soltando la pesada estructura también hacia el incrédulo personaje.

Alejandro Jodorowsky reconoce en los chistes una fuente importante de sabiduría iniciática, y a mí, este chiste en particular, me lo parece intensamente, en el contexto de lo que Chile vive hoy. Y es que si en diciembre de 2014, algún nigromante hubiese vaticinado que dentro de los tres primeros meses de año, Chile sería arrasado por la voracidad de descontrolados incendios forestales; que sufriríamos la erupción de un volcán; que tendríamos que soportar fuertes sismos con pinta de terremoto; que la sequía en el país se intensificaría; que terribles inundaciones y aluviones arrasarían varias ciudades y pueblos del norte del país; y, que para más remate, la confianza ciudadana en el gobierno, en la Presidenta de la República, en la oposición, en varias instituciones públicas y en muchos parlamentarios y políticos quedarían en una situación verdaderamente crítica por una seguidilla de escándalos de una magnitud nunca antes vista, habríamos pensado, como en el chiste, que las palabras de aquel agorero eran simplemente una broma de mal gusto o una charlatanería barata.

Y aquí estamos. Probablemente como debe haber estado Egipto después de que sufriera el embate de las diez plagas. En shock, conmocionados, incrédulos, y algunos incluso pensando que esto se trata solamente de un mal sueño del que pronto despertaremos.

Lamentablemente por más pellizcones que nos hemos dado, el asunto se mantiene. Parece que no estamos dormidos y que la situación aquí y ahora es así de dramática, por inverosímil que nos parezca.

Los expertos hacen una diferencia clara entre los que es una catástrofe y lo que es un desastre. Mientras la primera es un evento natural o humano que actúa como detonante de una crisis, el desastre consiste en el impacto de esa crisis. Impacto que como dice la ONU, se refleja en una grave perturbación del funcionamiento de la sociedad, que causa amplias pérdidas humanas, materiales o medioambientales, y que exceden la capacidad de la sociedad afectada para afrontarla utilizando sólo sus propios recursos.

En vista de los hechos, no cabe duda que Chile, durante los tres meses de este año, ha sido afectada por una serie de catástrofes de todos los tipos: algunas naturales y otras humanas; algunas repentinas y otras gestadas lentamente. La duda en función de la distinción señalada en el párrafo precedente es determinar cuál es la capacidad de la que dispone el país y cuáles serán las estrategias de afrontamiento que nos permitan resistir los efectos nocivos de tales catástrofes. En otras palabras, cuán preparados estamos para lograr minimizar el desastre entre la población afectada.

En este sentido, pareciera ser que en virtud de su situación económica, de los planes de contingencia públicos y de la solidaridad ciudadana, resistiremos de una manera más o menos adecuada, los efectos sufridos por las catástrofes naturales. Que la ayuda humanitaria será distribuida, que los caminos y las telecomunicaciones serán restablecidos, que las viviendas de emergencia serán levantadas, y que en definitiva, más temprano que tarde, la normalidad será restituida allí donde los fenómenos naturales provocaron los inmensos estragos de los que hemos sido testigos.

A contramano sin embargo, en virtud de la desafección ciudadana por la actividad política tradicional; de la ausencia de liderazgos sólidos; de la desigualdad social y la concentración de privilegios y de riqueza, pareciera ser que el país no se encuentra en una posición del todo robusta para enfrentar y mitigar los efectos de la gran catástrofe política que hemos vivido. Porque la magnitud de los casos PENTA, Soquimich y CAVAL-Dávalos parece superar con creces la capacidad de nuestro sistema para afrontarlos. Porque fueron tres casos que al igual que aluviones, vinieron a arrasar hasta sus cimientos, con el mito del Chile probo y meritocrático, y con lo que quedaba de Fe pública en el actual sistema.

Frente a la magnitud de la catástrofe, el eventual desastre puede tener dos derroteros igualmente perversos: el camino populista y el camino autoritario. Ante tamaños riesgos, urge por lo tanto impulsar reformas que les pongan atajo. La ciudadanía debe recobrar su confianza en la justicia; la élite política y económica deben renunciar a muchos de sus privilegios de tinte aristocrático; el poder debe fluir de manera democrática y participativa a lo largo y ancho de toda la estructura social.

Es el momento por tanto, de un nuevo pacto político-social, que en el contexto de un sistema democrático aproveche la crisis institucional para generar una nueva forma de convivencia nacional. Un pacto en el que las amplias brechas de desigualdad socioeconómica sean de verdad consideradas inmorales y por tanto inaceptables. Un pacto en el que los privilegios no dependan ni de la cuna, ni de linajes ni de ningún tipo de elemento simbólico censitario. Un pacto en el que ya no sea el mercado el que mediatiza la integración de las personas a la sociedad. En definitiva, un pacto en el que son declarados exigibles los derechos civiles, políticos, económicos, sociales y culturales, porque en ello se debate el bienestar y la cohesión social del país completo.

Como ven, así como empecé, terminé con otro chiste igual de inverosímil ¿o no?.

(*) Tito Flores Cáceres es Doctor en Gobierno y Administración Pública. Académico universitario. En Twitter: @rincondeflores.

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